“Lo importante que son a veces nuestros actos y nuestras palabras, tanto los buenos como los malos, la gran huella que pueden dejar en nuestro interlocutor, tanto para bien como para mal…”
OPINIÓN. Por Ana Lucas
Escribir desde el corazón
10/09/24. Opinión. Ana Lucas en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre las relaciones humanas: “En una época en que parece que ya no nos fiamos ni de nuestra sombra, en la que la suspicacia y la pillería -sino la vileza y la iniquidad- se han hecho dueños del mundo sin ni siquiera saber cómo hemos llegado hasta estos extremos, sirva este pequeño ejemplo de que todavía...
...merece la pena intentar ser humanos y generosos y no hablo de esplendidez a nivel económico o en asuntos tangibles, sino en actos, en palabras, en tiempo…”.
Es de bien nacido ser agradecido...
Él reside desde hace años en una isla española de esas bien o mal llamadas “menores”, vete tú a saber por qué ese apelativo, seguramente tan sólo por el tamaño o más bien por la larga lista de servicios e infraestructuras que escasean en las mismas, pero desde luego no por la calidez y la bondad de su gente. Allí se crió junto a su abuela, de origen cubano, mientras su padre ejercía de médico en la península -de hecho él también deseaba convertirse en sanitario-.
Los maestros que tuvieron la suerte de tenerlo en sus clases en plena adolescencia, cuando más duro es hacer camino y demostrar valores y saber estar, lo recuerdan como un alumno muy trabajador, aplicado, especial en el buen sentido de la palabra… Qué pena que tengamos que andar apostillando y aclarando la acepción que le queremos dar a ese adjetivo, pero es que hoy en día todo lo bueno de repente ha pasado a denominarse “especial”, probablemente porque cada vez abunda más lo “menos bueno” (menudo eufemismo) y es harto complicado separar el grano de la paja. Era un estudiante aplicado que gustaba de participar en clase, expresar dudas, y que en más de una ocasión puso contra la espada y la pared a sus profesores obligándoles a “tirar de bibliografía” para saciar su sed de cultura y conocimientos.
Estando en 4º de la ESO, en fechas cercanas a Navidad, su padre murió repentinamente en Madrid… Si la vida no es lo suficientemente injusta y complicada, siempre se puede rizar el rizo, pandemia incluida pocos años más tarde…
Hace unas semanas, paseando por los pasillos de oncología del hospital de su ciudad en la que ahora ejerce de enfermero, se encontró con su profesora de biología de aquellos años y tuvieron una charla en la que ambos recordaron esos tiempos. Apenas unos días después el ex alumno buscó a su profesora para hacerle entrega de una bolsita de regalo -un bonito pañuelo y colgante perfectamente conjuntados- y cuando ella le dijo que no era necesario que tuviera ese detalle él la cogió la mano y le contestó: “recuerdo que cuando mi padre falleció fuiste la primera en el instituto que vino a hablar conmigo y todo ese tiempo siempre estuviste ahí. Fuiste siempre un apoyo y alguien que me ayudó mucho en esos momentos, mucho más allá de tu papel de profesora”… También le recordó que él era el alumno que a menudo le preguntaba cosas en clase que parecía no recordar y que ella siempre les decía que tenía “que consultarlo”, tirando de la ya mencionada bibliografía, y que hoy en día él se ha aplicado el método y cuando tiene alumnos de enfermería que le consultan temas que no controla los emplaza a esperar su propia búsqueda… ;-)
Y colorín colorado este cuento NO se ha acabado… Porque esta historia es tan cierta y verídica como que la profesora es mi querida hermana pequeña, la misma que me relató esta historia hace meses y que yo he tardado en ser capaz de recoger, digerir y plasmar con algo de orden y entereza… la misma que a mediados de verano se dio su última sesión de quimioterapia después de ocho largos meses de calvario que no voy a recoger aquí porque esta entrada tiene como objetivo ser un canto de esperanza y no una recopilación de lamentos.
Como si de una fábula de Esopo se tratara el mensaje debe haber quedado claro pero aún así igual no está de más hacer un pequeño balance de a dónde nos lleva esta reflexión.
Lo importante que son a veces nuestros actos y nuestras palabras, tanto los buenos como los malos, la gran huella que pueden dejar en nuestro interlocutor, tanto para bien como para mal…
Lo importante que es ser empático con los demás porque nunca sabemos lo que está viviendo el otro...
Lo importante que es expresar nuestros sentimientos en cada momento, sobre todo los buenos, alargar la mano hacia el otro para dedicarle una pequeña caricia, un simple roce o pequeño empujón como gesto de apoyo…
Lo importante que es seguir siendo humanos, empáticos, entregados, bienintencionados, confiados, amables...
En una época en la que parece que las vocablos y los actos bonitos están sobrevalorados o incluso mal vistos, en la que abundan más los insultos, los adjetivos peyorativos y la descalificación que las palabras cariñosas y atentas, en la que una mano tendida levanta sospechas de posible engaño o fraude o de dobles intenciones detrás de la misma… en una época en que parece que ya no nos fiamos ni de nuestra sombra, en la que la suspicacia y la pillería -sino la vileza y la iniquidad- se han hecho dueños del mundo sin ni siquiera saber cómo hemos llegado hasta estos extremos, sirva este pequeño ejemplo de que todavía merece la pena intentar ser humanos y generosos y no hablo de esplendidez a nivel económico o en asuntos tangibles, sino en actos, en palabras, en tiempo… o, lo que viene a ser lo mismo, en “amor”… porque al final, si hay una palabra versátil y que engloba absolutamente todo lo bueno de la condición humana es esa… y cada cuál podrá demostrarla de la forma más personal y original pero mientras la generosidad y el altruismo sigan inspirando a colaboraciones como la mía de esta semana nos quedará algo de esperanza en el ser humano.