“La gente no conoce límites a la hora de recibir y por eso se los tenemos que poner nosotros a la hora de dar…”

OPINIÓN. Por Ana Lucas
Escribir desde el corazón

08/10/24. 
Opinión. Ana Lucas en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre las relaciones: “Es muy importante, en relaciones de cualquier índole, tener muy claro cuáles son, por decirlo de forma llana e inteligible, las reglas del juego… hasta dónde estamos dispuestos a poner de nuestra parte, a llegar, a ceder… qué es aceptable y qué no…  Porque, como bien dicen los entendidos...

...en la materia, “lo que permites, se repite”, y qué mejor que estar preparado y saber a qué atenernos para no defraudar a nadie y mucho menos a nosotros mismos”.

Poner puertas al campo

No por el hecho de ser una expresión muy utilizada y que se presume obvia en su contenido queda clara para todos. Mi indispensable e inseparable RAE define la locución como “imposibilidad de poner límites a lo que no los admite”… Ejemplos a porrillos acuden a mi efervescente mente llena de ideas que se amontonan queriendo salir a raudales pero a las que hay que darle un orden para que se entienda lo que quería expresar hoy… ¡¿Quién le pone puertas a la imaginación y a la creatividad!? ;-)



La idea para la colaboración de esta semana surgió a raíz de un texto que encontré en las redes sociales y que dicen pertenece al cantautor italiano Mario Venuti que, dicho sea de paso y reconociendo mi total ignorancia en algunos temas -en casi todos-, no sabía ni quién era.

El acertado caballero alegaba algo así como:
“¿Sabes por qué la gente no reconoce lo que haces por ellos?
Porque la primera vez que haces algo por alguien generas gratitud en él.
La segunda vez que lo haces o le das a alguien genera anticipación: la persona espera recibir nuevamente.
La tercera vez ya has generado expectación: la persona todavía espera recibir lo que le diste.
La cuarta vez generas mérito: la persona siente que merece lo que le estás dando y quiere seguir recibiendo.
La quinta vez ya has creado una adicción: esa persona siente que ya no puede vivir bien sin lo que le das, ella ya está mimada.
La sexta vez percibes que no hay reciprocidad, no recibes nada a cambio y dejas de dar.
Y luego la persona malcriada que creaste se resiente contigo porque le estás negando lo que tanto necesita y luego termina odiándote porque dejaste de darle lo que le hacías creer que merecía.
Por eso necesitamos saber cuál es el límite al dar, porque el otro no conoce límites a la hora de recibir.

Probablemente los tempos y las seis oportunidades que Mario parece querer darle a las personas hasta sentirse mutuamente decepcionados no son los mismos para todos. Yo misma compruebo que cuanto más mayor me hago menos chances estoy dispuesta a permitirme ofrecer a la gente -ya no llego a seis ni de coña-, pero su conclusión en negrita sí me parece de lo más acertada. De hecho todo aquel que me conoce un poco sabe que llevo voceando consignas similares muchos años, no sólo a base de expresiones ya hechas tales como “no hagas por favor lo que no quieras hacer por costumbre” (una de mis favoritas y emblema de mi eterna lucha personal contra este mal) sino también con hechos y con mi comportamiento en general: se predica con el ejemplo y no con la palabra.

Es muy importante, en relaciones de cualquier índole, tener muy claro cuáles son, por decirlo de forma llana e inteligible, las reglas del juego… hasta dónde estamos dispuestos a poner de nuestra parte, a llegar, a ceder… qué es aceptable y qué no…  Porque, como bien dicen los entendidos en la materia, “lo que permites, se repite”, y qué mejor que estar preparado y saber a qué atenernos para no defraudar a nadie y mucho menos a nosotros mismos.

Lo ideal sería que esas “normas” se plantearan y dejaran claras desde el inicio del vínculo, pero es obvio que eso es harto complicado puesto que el propio desarrollo, inercia y evolución de las relaciones suele plantear nuevas posturas, ideas, necesidades, tempos…

Total que lo lógico es que, comunicación y paciencia mediante, expresemos cada tanto cómo nos sentimos y si vamos o no en buena dirección. Sin embargo, lo que por escrito aquí y en la teoría parece tan sencillo es en realidad una gran utopía vital que termina con un sinfín de relaciones de todo tipo destrozadas y tiradas a la basura: jefes y empleados, vecinos, hermanos, amigos, parejas, e incluso padres e hijos, y además con multitud de daños colaterales añadidos que con casi toda probabilidad marquen y entorpezcan otras relaciones paralelas o venideras y terminen haciendo pagar a justos por pecadores…

Aunque algunos no lo crean, y mucho menos lo practiquen, hasta a nuestras mascotas o animales de compañía tenemos que marcarles normas y ponerles límites si no queremos que terminen pisándonos el terreno, comiendo de nuestro plato o echándonos de nuestra propia parcelita de bienestar y descanso.

Supongo que a estas alturas se habrá entendido perfectamente a dónde llevaba el título de mi colaboración de esta semana y dándole una simple vuelta a la reflexión de Mario cerraría con nuestro contundente ejemplo que lo ratifica: La gente no conoce límites a la hora de recibir y por eso se los tenemos que poner nosotros a la hora de dar… por ética, salud mental y puro instinto de supervivencia. En estos casos poner puertas al campo no siempre es tan difícil como parece, a veces es sólo cuestión de amor propio y de quererse un poquito más; cuánto más te pongas en tu sitio más te respetarán los demás -aunque a muchos les pueda parecer lo contrario-, y termino ya de verdad con otra de mis expresiones favoritas y que creo que ilustra perfectamente mi postura sobre este asunto: cuánto más te agachas, más se te ve el culo… ;-)