El plan es sencillo: la comida se encarga a un proveedor que, a modo de catering, prepara los alimentos para que, una vez en el local final, sólo haya que calentarlos y emplatarlos”

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PINIÓN. El Blues de la señora Celie. Por Ainhoa Martín Rosas
Licenciada en Sociología y diseñadora, @aimaro6

02/09/24. Opinión. Ainhoa Martín, socióloga y diseñadora, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre hostelería y cultura: “Quizás, nos hemos tragado el cuento de ciudad artística sin haberlo masticado. Pero, si por ciudad artística entendemos, un tejido cultural firme y coherente, un público local fiel a las exposiciones, y una red de empleo floreciente que favorezca a la...

...mayoría, y no sólo a unos pocos aprovechados, mucho me temo que ahí desbarramos todos”.

Quinta gama

Sucedió a finales de primavera: De repente me di cuenta de que, por todas partes, estaban creciendo los grupos hosteleros en nuestra ciudad. El bombardeo publicitario incluía ahora una apostilla determinada, para situar al público objetivo en el lugar mental de estos u otros propietarios, como si de una pandilla se tratara: “Grupo Tal”, “Grupo Cual”. Cuando lo comenté con una persona de mi entorno, que tiene mucho contacto con hosteleros, me confirmó que, efectivamente, se trataba de una tendencia para mejorar las probabilidades de supervivencia de los negocios, cosa que me resultó curiosa porque parece ser que la niña mimada de la economía española no es capaz de sostenerse como antaño, a pesar de haber superado ya, con creces, la dichosa pandemia.

Unos días más tarde me topé con un reportaje sobre cocinas fantasma y la creciente costumbre de servir en diversos restaurantes todo tipo de productos de quinta gama. El plan es sencillo: la comida se encarga a un proveedor que, a modo de catering, prepara los alimentos para que, una vez en el local final, sólo haya que calentarlos y emplatarlos, en ocasiones, con un toque de remate (el único) proporcionado por los empleados del restaurante final (decoraciones, especias, aceite…). De este modo, puede suceder (y, de hecho, a veces sucede), que te sirvan las mismas croquetas en un restaurante que en otro. Este curioso fenómeno se da también, de manera más “pobretona”, cuando, en dos locales de barrio, los propietarios hacen la compra en el mismo supermercado, para ahorrarse los costes de gasolina y evitar tener que bregar con proveedores de productos frescos que, a menudo, intentan colocar toda la mercancía posible.

Hasta aquí, queda claro que la lógica hostelera se rige por su hermana mayor, la lógica capitalista, porque aquí el dinero es lo más importante y, cuanta más rentabilidad, mejor, independientemente de que el público coma lo mismo en todas partes, o sienta que se ha perdido la experiencia única de usuario que paladea las croquetas caseras de su bar favorito: al fin y al cabo, al cliente que está por venir (la población joven), ya se le ha domesticado suficientemente en la ingestión de productos de serie prefabricados y recalentados, y traídos vía raiders.

La lógica capitalista es cruel y anodina y lo contagia todo como un virus del Nilo descontrolado, pero en esta ciudad ya estamos llegando a niveles pre-confinamiento, y no sólo ha afectado a la hostelería, sino también, al arte y la cultura, que está contaminada hasta las cejas. Para indagar más sobre el tema, decidí matricularme en un curso de verano de la UMA impartido por nuestro artista local, y premio nacional de Artes Plásticas, Rogelio López Cuenca. Y salí de allí muy reforzada en mis sospechas, por desgracia para mí y para esta, nuestra ciudad.

Sostiene Rogelio que Málaga, y cualquier ciudad turística española, se han convertido en meros decorados homogéneos que solo sirven para que el dinero siga circulando. En esencia, según él, donde antes había pescadores, ahora hay apartamentos turísticos, con su correspondiente monumento al marinero, a modo de ofrenda en sacrificio: “lo que se destruye se monumentaliza”, dice Rogelio.

Quizás, nos hemos tragado el cuento de ciudad artística sin haberlo masticado. Pero, si por ciudad artística entendemos, un tejido cultural firme y coherente, un público local fiel a las exposiciones, y una red de empleo floreciente que favorezca a la mayoría, y no sólo a unos pocos aprovechados, mucho me temo que ahí desbarramos todos.

Si miramos atrás en la Historia reciente de “La Málaga de los museos” veremos algo parecido a una temporada de “Juego de Tronos” donde el eterno vencedor es, una y otra vez, el capital. La dudosa gestión de los edificios (recordemos el capítulo “Noche en el Museo de las Gemas”), las ingentes cantidades de dinero público aportadas para pagar el alquiler de las exposiciones (¿podríamos denominarlo “Arte de quinta gama”?), la poco transparente gestión de las estadísticas de público REAL al cabo del año… Pero, lo más doloroso, seguramente, es el sistemático vacío hacia los artistas locales, carentes de espacios residenciales, de apoyo, de financiación, de visibilización… sucede, además, que muchas de esas artistas son mujeres (comprueben las cifras de egresadas en nuestra Facultad de Bellas Artes).


En el enésimo capítulo de nuestro culebrón local, el pasado día 8 de septiembre, el C.A.C. cerró sus puertas para pasar a ser de gestión municipal (21 años después de ese primer planteamiento de Celia Villalobos), bajo el nombre de MuCAC y, con la promesa de reabrir en 2026, con una inversión mediante de 1´1 millones de Euros, a pagar entre usted y yo con nuestros impuestos (vaya llenando su alcancía). Una vez despejado el futuro laboral de sus empleados, no me queda otra que desearle la mejor suerte a este centro, cuyo edificio amo profundamente, pero tengo suspicacias al respecto, dada la trayectoria cultural de la ciudad. Porque no solo de Picasso viven las malagueñas y los malagueños y, si queremos que Málaga alumbre a una nueva genia o a un nuevo genio artístico, mucho han de cambiar las cosas, o acabaremos teniendo un MuCACA, en lugar de lo prometido, una vez más…