“Advertencia: este artículo contiene amargura salida de mis propias entrañas, puede producir sentimientos variados… si se lee con empatía”
OPINIÓN. El Blues de la señora Celie. Por Ainhoa Martín Rosas
Licenciada en Sociología y diseñadora, @aimaro6
25/11/24. Opinión. Ainhoa Martín, socióloga y diseñadora, escribe para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en el especial por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres sobre la dificultad añadida que tienen las madres para encontrar trabajo: “Cuando una madre está parada, jamás está quieta y no tiene tiempo de estar los lunes tomando el solecito con otras madres, más bien le llega...
...la hora de la luna y ahí sigue, dale que te pego con el trabajo invisible de la casa, que por desgracia no se comparte como es debido (los hay que no quieren perder sus privilegios)”.
Las lunas al sol
Me emocionó hasta la lágrima, lo reconozco. Escuchar en la radio el editorial de Ana Huguet titulado ‘¿Quién se acuerda de ti? ¿Quién habla de ti?’ pudo conmigo esa tarde, mientras fregaba los platos, callada. Y sin que nadie me viera, se me escaparon unas lágrimas fregadero abajo. Porque las que no tenemos seguro privado y no podemos pagarnos un psicólogo aliviamos nuestras penas por el desagüe, la vida no nos deja otra opción.
Una ya está cansada, harta. Y a veces tiene días mejores, y otros son peores, pero hoy, lo reconozco, es de esos días en qué me rindo un poco porque no puedo más. Voy a cursos para desempleados donde, a menudo, las compañeras son también mujeres: madres, algunas de criaturas pequeñas, y recién expulsadas del ring laboral, pero, sobre todo, muchas que pasan (que pasamos) de los 45 y que, de repente, cuando hemos conseguido superar el Síndrome de la Impostora y más experimentadas nos enfrentamos a los retos, ahí estamos, varadas como sirenas en la playa, justo cuando más merecemos un trabajo digno y un horario acorde a nuestras energías.
Algunas directamente han descartado los cursos de parados y han apostado por hacer una FP, rodeadas de críos que podrían ser su propia descendencia, para intentar “enganchar un trabajo con las prácticas finales” (conozco a unas cuantas). Otras muchas nos preparamos para opositar, dado que, aunque es un camino muy duro, el proceso en sí, no te descarta por el mero hecho de ser una mujer de mediana edad, mientras que para la mayoría de empresas privadas y, a falta de padrinos trifásicos, ser una mujer en la plenitud de tu vida, te otorga el incalificable poder mágico de volverte invisible en cualquier proceso de selección… ¡hago chas y aparezco en el paro!
Las madres no tenemos derecho a nada… por no tener, no tenemos ni siquiera una película propia, como en “Los lunes al sol”. Porque, cuando una madre está parada, jamás está quieta y no tiene tiempo de estar los lunes tomando el solecito con otras madres, más bien le llega la hora de la luna y ahí sigue, dale que te pego con el trabajo invisible de la casa, que por desgracia no se comparte como es debido (los hay que no quieren perder sus privilegios). Y por supuesto, eso se nota cuando llega la edad de pensionarse.
Imagen de freepik
Mi abuela, que trabajó durante muchos años en la “Industria Malagueña” haciendo botones, pastillas de jabón, y toda suerte de cosas en aquella fábrica, nunca pudo cobrar una pensión de jubilación porque le faltó un año cotizado. En su lugar, el Estado, irónicamente, le concedió una ayuda a la dependencia cuando la enfermedad la había devorado y ya ni siquiera podía comprender lo que era una pensión. Es curioso que la vida no ha cambiado demasiado: hace unos meses, cuando fui a solicitar mi prestación por desempleo, me la denegaron por falta de un día cotizado. Estado del bienestar, le llaman… del Gobierno más Feminista de la Historia.
Mientras, por el camino, no faltan los bienintencionados de mi entorno que me dicen: “tú eres muy válida”, “¿por qué no pruebas a hacerte autónoma” (como si todo el mundo valiera para emprender), “mi primo trabaja en X supermercado”, “siempre puedes meterte a camarera o limpiar por horas” (como si eso ya no lo supiera…).
Yo me veo como un activo valioso en el que hay invertidas décadas de aprendizaje y experiencia, pero, a pesar del esfuerzo, siento que esta sociedad, a las mujeres, nos usa para producir nuevos seres explotables y, pasada cierta edad, nos tira a la basura. Ya no somos útiles al mercado, no somos bellas y manipulables, y, por tanto, somos un deshecho laboral.
Y aquí sigo, esperando un milagro: que se mueva mi bolsa, que convoquen más plazas… pero nadie en el Ministerio ni en la Consejería ha pensado en mí. Voy al SAE-SEPE donde me atienden muy amablemente (a menudo, mujeres de mi edad) y poco más… Nadie ha creído conveniente obsequiarme con puntos baremables para oposiciones por cada hija que he traído a este mundo, ni por los años invertidos en la crianza; por los parones, los sinsabores y el estrés diario de una falsa conciliación… Nadie me reservará plazas en un proceso de función pública ni tampoco me colocará la primera en una lista de candidatos de cualquier interinidad de organismos públicos porque las mujeres no somos prioritarias y vivimos en una sociedad carcomida por una violencia económica estructural que se pierde todo nuestro talento por dejarnos fuera…
Hoy, en la radio, he escuchado la presentación del disco de un sociólogo que comenzó como músico callejero en Granada. Quizás, no supe captar el mensaje desde el principio y, cuando terminé la carrera, debí ponerme a tocar la guitarra en la calle y cantar mis canciones… no lo descarto, ante el horizonte cercano de limpiar por horas. Poco me falta para irme al espigón.