El desembarco de grandes cadenas y de miles de cruceristas, trajo multitud de rivales en materia de bocatas y derivados, alimentados por los programas carnívoros de las televisiones, primero extranjeras, y más tarde patrias”

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PINIÓN. El Blues de la señora Celie. Por Ainhoa Martín Rosas
Licenciada en Sociología y diseñadora, @aimaro6

10/12/24. Opinión. Ainhoa Martín, socióloga y diseñadora, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre los cambios gastronómicos de los malagueños: “Se publicó la pasada semana la XII edición del Gastrómetro, un informe anual en el que se analizan los hábitos de consumo de las comidas a domicilio en España y, el podio en Málaga deja como vencedora a la comida vegana,...

...seguida de las smash burgers (hamburguesas aplastadas). Permanecen en la lista, dignamente, los malagueños camperos de pollo, aunque no sabemos durante cuánto tiempo seguirá siendo así”.

Los Panolis

Mis abuelos vivían en la calle Gordon cuando yo era chica y todavía sueño con aquella casa, que tenía unas vistas maravillosas del monte y el castillo de Gibralfaro, y que estaba a tan solo diez minutos andando de pleno centro de Málaga. Recuerdo con mucha alegría que mi madre a veces nos recogía de casa de los abuelos y, como era ya tarde, nos proponía ir a “cenar unos camperos a Los Paninis, que no me da tiempo a preparar nada hoy”.

Los Paninis no era una hamburguesería bonita, más bien era el típico local de barrio con decoración cutre y austera, donde lo que primaba era el producto y la experiencia de usuario no se medía, ni por el marketing, ni por la decoración, sino por la alegría que producía ver aquel mítico cartel de neón que prometía un bocado delicioso, de crujiente a jugoso, en el que la amalgama de mollete, jamón cocido, queso en loncha, lechuga, tomate y mahonesa, te hacían salivar de antemano. Y por supuesto, dicha experiencia iba también aparejada al alivio de saber que la cena ese día no te iba a saquear el bolsillo, cosa que siempre hemos agradecido los malagueños de a pie.


En una ciudad en la que siempre hemos prestado casi más atención a las comidas pequeñas (el desayuno, la merienda, y la cena) que a la principal, el campero pasó a convertirse rápidamente en una religión, junto con los desayunos de café con pitufo y el chocolate con churros, o las locas, o las palmeras de media tarde. Aceptamos campero como animal alimenticio de compañía y lo agregamos a nuestra enciclopedia cultural no escrita de “cosas que hacer en Málaga cuando estás hambriento”, lo que multiplicó los locales camperiles por toda la ciudad, llegando al punto de tener uno o varios en cada barrio compitiendo sanamente por el título del mejor preparado de Málaga, ahí es nada.

Pero claro, en aquella época sete-ocho-noventera, la ciudad era un espíritu independiente que no aspiraba a entrar en el circuito turístico de la Costa del Sol de la manera desaforada en que finalmente lo ha hecho, y el desembarco de grandes cadenas y de miles de cruceristas, trajo multitud de rivales en materia de bocatas y derivados, alimentados por los programas carnívoros de las televisiones, primero extranjeras, y más tarde patrias, en los que se emiten horas y horas de panes brioches y cebollas caramelizadas con reducciones de vinagres del más allá. Y aunque, en ese contexto, los camperos se mantuvieron, dejaron de ser la cena estrella: es muy duro competir contra las telepromociones de restaurantes y el bombardeo constante de cenas yankees o japos en los múltiples canales publicitarios actuales.

Los ingleses perdieron gran parte de su cultura gastronómica durante la Revolución Industrial, debido a la pobreza y a los horarios esclavos de los trabajadores, y, yo diría, que nosotros ahora estamos en un punto de no retorno, en el que hacer un puchero o un gazpachuelo empieza a ser una tarea agotadora para muchas familias (y cara según los avíos utilizados). Nos quedaba la gran esperanza blanca del campero, pero es el mercado, amigow…

Se publicó la pasada semana la XII edición del Gastrómetro, un informe anual en el que se analizan los hábitos de consumo de las comidas a domicilio en España y, el podio en Málaga deja como vencedora a la comida vegana, seguida de las smash burgers (hamburguesas aplastadas). Permanecen en la lista, dignamente, los malagueños camperos de pollo, aunque no sabemos durante cuánto tiempo seguirá siendo así.

No sorprende a nadie, por tanto, que se haya organizado, del 28 de noviembre al 9 de diciembre, una competición para buscar “la mejor hamburguesa gourmet de España”, en el suelo público de la terminal de cruceros del Puerto de Málaga. El sistema es el clásico de muchos centros comerciales: Entrada gratuita a recinto cerrado y con seguridad, y actividades “gancho” para atraer al público, con el objetivo de vender cada hamburguesa a 12,50€ y las patatas a 4€. Está permitido fumar y entrar con tu perro pero no se te ocurra llevar ni una mísera botellita de agua de tu casa, y cuando votes tu burguer preferida, entrarás en un apasionante sorteo de patatas o bebida gratis. Por supuesto, promoción de alimentación no saludable para los más peques (patatas, pollo, helados, tequeños…), acreditaciones de prensa y fotógrafos para publicar después en los medios afines, y casi ninguna explicación del oscuro proceso de selección de los participantes… me lo explique.

Quisiera yo saber, como malagueña, por qué se concede una licencia de hostelería temporal a unos determinados participantes, justo donde el alcalde planea la humillación de poner un velo a nuestra querida farola. ¿Acaso lo hace para que la gente no hable de la valla de los yates, que ya nos han obligado a aguantar?, ¿o es que se le deben dinero o favores a alguien en especial? ¿Quién está detrás de esa empresa de eventos valenciana?

Ni tenemos ya nuestra querida camioneta hamburguesería del morro, ni resistió “Los Paninis” el envite del capitalismo alimenticio. Ojalá en el Muelle Uno un derribo de la valla de los yates (como en su día se derribó el muro de los Baños del Carmen) y un concurso posterior del mejor campero de la ciudad, con todos los burguer de barrio compitiendo sanamente y cobrando a precios populares. Ojalá “Los Paninis” volvieran a un evento así, para mayor gloria del campero y del pueblo malagueño, pero, mucho me temo, que únicamente podríamos esperar comernos una smash burguer en “Los Panolis” (que somos nosotros, tengo la impresión…).