Si el humano no tenía nada era percibido como una raza diferente o inferior. A los ojos de la sociedad el dinero «humanizaba» y la falta de él te convertía en un animal o en un objeto”

OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez

15/05/24. 
Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, un folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por unos marcianos que visitan Málaga, lo que sirve...

...a los autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.

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Tichy siguió a Nacho hasta su habitación. Victoria tenía que ir a trabajar, mañana volverían a verse. De momento pensó explorar el barrio y observar las costumbres de los miembros más humildes de la sociedad. Aquel piso era muy diferente del Málaga Palacio, ni siquiera parecía que ambas viviendas pertenecieran al mismo planeta. Cuando Tichy se quedó solo, analizó detenidamente la estancia. Se componía de una pequeña cama, un escritorio y una silla coja. Las paredes estaban amarillentas y la única ventana estaba orientada hacia otro edificio cercano. Tichy se sentó en la cama, que chirrió un poco, y reflexionó sobre todo aquello.

Según parecía entre los humanos el estatus y el dinero lo eran todo. Un humano no lo era realmente si no poseía una serie de bienes, si el humano no tenía nada era percibido como una raza diferente o inferior. A los ojos de la sociedad el dinero «humanizaba» y la falta de él te convertía en un animal o en un objeto. Tichy analizó el tema gracias a su base de datos implantada, la cual conectó a Internet. Sintonizó su cerebro en modo computadora y en tres minutos y medio leyó cientos de informes, estudios, estadísticas y libros de filosofía. La conclusión era clara: el sistema no podía ser de otra forma. Las cosas funcionaban debido a la necesidad, incluso desesperación, de los más desfavorecidos. La pobreza era la gasolina que mantenía todo en funcionamiento.

Tichy pensó que habría que recalificar La Tierra como planeta potencialmente peligroso, ahora eran débiles pero puede que en el futuro el Consejo Galáctico tomara cartas en el asunto: si los humanos eran capaces de hacerse esas cosas a sí mismos ¿qué no harían a otras razas extraterrestres?

Pero también había personas decentes, como Victoria. El martiano no dejaba de sorprenderse de la extrema variedad humana.

Tichy dejó guardado su informe para seguirlo en el futuro y volvió al modo vigilia. Debía centrarse en su misión, seguir manteniendo su máscara de explorador turístico y encontrar los yacimientos de pirolita. Walmer Eldritch no había vuelto a comunicarse con él, pero no hacía falta, Tichy sentía la presión como un yunque sobre su cabeza. Pero había algo más que le intranquilizaba, una pequeña sensación de culpabilidad por engañar a Victoria y, por qué no decirlo, una cierta empatía por los humanos. La sociedad martiana podía ser cruel y despiadada, pero todo obedecía a un bien común; la sociedad humana era aún más cruel, pues solo perseguía fines particulares.

—¿Te gusta tu habitación? —Nacho interrumpió sus pensamientos, le preguntaba en voz alta desde el salón.
—Sí, es espléndida.
—Estupendo. Oye, tengo que bajar, si quieres vente y te enseño donde están las cosas más importantes del barrio. Ya sabes, supermercados, paradas de bus, etc.
—De acuerdo. ¿Puedes decirme dónde puedo comprar una uva?
—Claro, en la frutería ¡Vamos!


Martiano y humano bajaron por el traqueteado ascensor y salieron a la calle. Nacho mostró a Tichy los lugares más importantes, pasearon por el parque de Huelin y por el paseo marítimo y llegaron a la frutería. Nacho se despidió porque había quedado con unos colegas y Tichy pidió una uva al chico que atendía en la tienda.

—¿Solo una uva? —preguntó extrañado el tendero.
—Sí.

El muchacho cogió una uva y quedó dudando. Tichy la señaló.

—Uy, esa uva es muy grande, ¿podría darme una más pequeña por favor? Le pagaré… diez euros.

Tichy estuvo a punto de decir mucho más, pero se contuvo al recordar el consejo de Victoria.

—¿Diez euros? Tome, quédese el racimo entero.

Tichy salió de la frutería con su bolsita y se sentó en un banco de la calle. Aquellas bolitas no eran tan deliciosas como las cerezas, pero no estaban mal. Recordó el análisis que hizo del champán, lo comparó con la uva e intuyó el proceso por el que se creaba uno a partir de otro. Los humanos eran muy ingeniosos.

Pensó en caminar un poco para bajar la uva. Entró en sus ensoñaciones y recorrió todo el paseo marítimo hasta Sacaba. Empezaba a hacer un poco de calor así que cuando Tichy vio aquel transporte público, se subió sin pensar. Era más grande que un taxi y un número en su frontal marcaba 40, supuso que era un «bus». Aprovechó que estaba parado y se metió dentro de un salto.

Pagó su billete, pero, como no había donde sentarse, se agarró a la barra y se quedó de pie. Tichy esperaba una experiencia parecida a la del taxi que le trajo del Rincón, pero aquello fue muy diferente. Nada más arrancar pensó que quizá no era un transporte público sino un vehículo de carreras. El conductor pegaba acelerones y frenazos continuamente, la gente no se caía por lo apretada que estaba.

—¿Esto siempre es así? —preguntó Tichy a una señora
—¿A qué te refieres?
—¿Siempre va tan deprisa o ha ocurrido algo?
—Tú eres guiri ¿no?
—No, soy islandés. Concretamente de Egilsstaðir.
—Pues eso, guiri. Mira, los autobuses en esta ciudad son como la olla de la feria ¿sabe usted? Te llevan al sitio, pero con mucho salto y emoción. ¿Ha estado usted en la feria?
—No.
—Pues cuando vaya me cuenta.

La señora dio por terminada la conversación y se puso a mirar su móvil. Tichy suspiró y pensó que tendría que preguntarle a Victoria por la «feria» esa.