Se dio cuenta que, en su trabajo como Observador, se había habituado a mirar por encima del hombro a las razas menos avanzadas; ser consciente de ese error, le causaba tanta tristeza como alegría haber llegado a esa conclusión”

OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez

12/06/24. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, un folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por unos marcianos que visitan Málaga, lo que sirve a...

...los autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.

17

Nacho decidió retirarse: tenía jornada intensiva al día siguiente en El Tintero y quería dormir unas horas. Quedaron Tichy y Victoria en el salón; la humana, preocupada por la pechá de comer que se había metido el alienígena, no quería irse.

El caso es que Tichy parecía encontrarse bien, razonaba como antes de la fumada y tenía esa expresión de felicidad que da un estómago repleto.

—¿Los terrícolas hacéis la gasafuerasis? —dijo Tichy.

Victoria, que se había habituado al intrincado vocabulario del martiano, tradujo para sí misma el palabro:
—Sí, hombre, nos tiramos pedos. Espero que en tu planeta no sean muy ruidosos o pestosos.

Tichy sonrió y, sin decir nada, se dirigió a la terraza. Victoria temió que el probable estruendo de pedos martianos alertaran a la vecindad e iba a alertarle, cuando vio que Tichy se había convertido en una especie de chimenea psicódélica: por la boca, la nariz y hasta por los oìdos, le salía un humo espeso y multicolor. Llevada por la curiosidad, se acercó y comprobó sorprendida que no olía mal.

—¡Coño, si huele a campero y dulces! —exclamó.


Así estuvo Tichy durante tres largos minutos, hasta que como había empezado, termninó el espectáculo.

—¿Vosotros no os tiráis pedos ni eructáis?
—Nuestro metabolismo es diferente —dijo Tichy—. Lo que no me libra del dolor de cabeza que me ha producido la carne, el queso y el jamón york.
—Es verdad, que eres vegano. Perdona, se me fue la olla.

Tichy miró a su amiga. Tras el viaje cannábico que había tenido, percibió que se sentía más cerca de esta especie loca, primitiva y absurda y, sin embargo, asombrosa y grandiosa. Se dio cuenta que, en su trabajo como Observador, se había habituado a mirar por encima del hombro a las razas menos avanzadas; ser consciente de ese error, le causaba tanta tristeza como alegría haber llegado a esa conclusión. Fue de este modo que decidió sincerarse, de forma que algunas de las reservas que se obstinaba en mantener en cuanto al verdadero propósito de su estancia en la Tierra, se disiparon.

—Necesito contarte algo, Victoria.

La joven le miró con culpabilidad preocupada.

—Tichy, no te vuelvas un fumeta así de golpe. Controla, tío —le dijo.
—No se trata de eso. Vamos a hacer café.
—¿Tan largo es de contar? —se asustó Victoria.

Tres cafeteras se habían tomado cuando Tichy terminó de narrarle el asunto. Asomaba el amanecer, cuando Victoria le dijo:

—Es terrible.
—Sí, la avaricia está presente en el cosmos, no importa raza o especie, es una constante universal. Trasciende las estructuras sociales, culturales o genéticas.
—Consideraciones filosóficas aparte —le replicó Victoria—, es una putada brutal para la Tierra.
—Bueno, no creo que extraer unas rocas de vuestro planeta sea algo tan desastroso.
—Tichy, no sé cómo os las gastáis, pero aquí se empieza extrayendo una roca y luego nos quedamos con la montaña, con el valle, con todo.
—¿Para qué?
—No lo sé, yo no soy así. Pero al menos en este mundo, la mitad norte lleva casi dos siglos esquilmando la mitad sur.
—Sí, lo he podido comprobar —reconoció el martiano.
—Cuando se empieza, no se acaba.
—Hasta que no queda nada.
—Exacto. Se llama colonización.

Tichy se estremeció. Sin saberlo se había convertido en el pionero ingenuo, que empatiza y se relaciona con los indígenas, que sin saber abre paso a quienes vienen detrás, con palas, culturas superiores y armas. Se vio un juguete diminuto en manos del destino, una pieza que pronto sobraría en el tablero.

Victoria captó el desánimo de su amigo y, mientras le pasaba la mano por el hombro, le dijo:
—Te voy a ayudar, Tichy. Hagas lo que hagas, cuenta conmigo.

El extraterrestre emitió un sonido parecido al ronroneo de un gato, lo que obligó a Victoria a contener la risa para no romper la magia dramática del momento.

—Mamones —irrumpió Nacho en la escena, recién levantado— ¿os habéis tomado todo el café?