Salieron a la terraza. Brindaron, y con el choque de las copas se estableció una hermandad interplanetaria como pocas veces hubo

OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez

10/07/24. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, un folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por unos marcianos...

...que visitan Málaga, lo que sirve a los autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.

21

El sol se hundía en el horizonte malagueño con pinceladas de fuego y oro. Tichy y Victoria, sentados en una roca junto a la playa de Maro, observaban las olas romper contra la orilla.

—Llevamos un buen rato buscando el yacimiento y nada —se desesperaba el martiano.
—La máquina se ha vuelto loca, nos señala cada vez un punto diferente —convino Victoria.
—El escaneo geodésico tampoco funciona.
—¿No ves lo que pasa? ¿No te das cuenta?

El extraterrestre le dedicó una mirada interrogativa a Victoria. La joven se incorporó y exclamó:

—¡Está jugando con nosotros, Tichy!
—Pues hoy no tengo yo las antenas para farolillos.
—Solo tenemos que esperar a que se canse y vendrá a vernos. Ya verás.

El martiano iba responderle con malhumor, pero, justo delante de Victoria, se elevó de entre las rocas una minúscula partícula de un morado translúcido. Victoria abrió la mano y la partícula se posó con suavidad en la palma. Como un copo de nieve azulado.

—¡Tichy, dame la mano! —urgió Victoria.

Sin atreverse a contradecirla, hizo lo que le pedía. Se sintió transportado a una especie de cafetería, un lugar reposado y tranquilo, estaba sentado en una mesa junto a Victoria y una desconocida, al menos para el martiano.

—Anda, la leche. ¿Rosalía? —dijo Victoria— ¿Tú eres la pirolita?

La mujer sonrió con ternura.

—Me temo que no —dijo—, he adoptado la figura de la cantante para estar con vosotros. La he extraído de vuestra memoria. Pero si quieres puedo darte un autógrafo; tengo su misma estructura molecular, sería auténtico.
—Gracias, pero mejor vamos a arreglar el Universo, que te cuente aquí mi amigo. ¿Tichy?

La mujer miró al extraterrestre con cierta dulzura maternal, y éste le dijo:

—Entidad, estamos en una situación complicada. Tenemos tecnología para aprovechar tu capacidad de viajar de un universo a otro.
—¿Y para qué queréis hacerlo, si aún no habéis explorado la mayor parte del vuestro?
—Por pura ambición.

La mujer le miró extrañada.

—Además, se van a cargar mi planeta —intervino Victoria—, creen que somos protozoos sin importancia y van a colonizarnos.
—Qué paradójico —dijo la mujer—, con un solo chasquido de mis dedos podría descomponer la materia viviente de este universo; deshacer cada átomo hasta que solo quedara energía infinitamente dispersa. Eso arreglaría el problema, pero supongo que no es la vía ideal, ¿verdad?
—Mejor que no —le dijo Victoria.
—¿Qué proponéis entonces?
—Que te vayas, desaparece para siempre, por favor —dijo Tichy.
—¡Pero estoy de turismo y aún me quedan un millón de años de vacaciones! —dijo la mujer.
—Pues entonces —intervino Victoria— vete muy lejos de aquí, a un sector inexplorado, donde no puedan encontrarte.

La entidad meditó unos segundos.

—Tenéis razón —dijo, tras suspirar—. Es una pena, porque esta playa me encanta, Vale, me iré.
—Una cosa más, si es posible, claro —dijo Tichy.
—Descuida —le dijo la mujer—, te dejaré un pequeño trozo de mi material, el suficiente para que tu jefe se quede tranquilo, pero menos del necesario para viajes multiversales. Aún sois un cúmulo de especies muy jóvenes y os queda mucho que aprender antes de eso.

No tuvieron ocasión de darle las gracias: el martiano y Victoria estaban otra vez en la orilla, y el primero sostenía una diminuta fracción de pirolita en una de sus manos. Brillaba con una luz más tenue, pero constante.


Horas más tarde, Tichy y Victoria estaban en el salón de casa, girando el cubo de Rubik. Los colores se mezclaban y se separaban en un patrón hipnótico: el cubo se iluminó con una luz azul y la voz de Walmer resonó en la habitación.

—Tichy, ¿cuáles son las noticias? —preguntó Walmer con un tono impaciente.
—La prospección indica una pequeña cantidad de pirolita en Maro, en la Tierra. No es el depósito masivo que esperabas, pero es suficiente para hacerte inmensamente rico y poderoso.

Walmer frunció el ceño, sus miles de años de tratos turbios lo habían convertido en una comadreja muy astuta.

—Bien, Tichy. Parece que me la has jugado, aunque no sé cómo. La cantidad sigue siendo valiosa. Gracias por tu trabajo —dijo, con una mezcla de resignación y satisfacción.

Tichy cortó la comunicación.

—¿Champán? —dijo Victoria.
—Sí, por favor.

Salieron a la terraza. Brindaron, y con el choque de las copas se estableció una hermandad interplanetaria como pocas veces hubo. Victoria y Tichy podían comprenderse íntimamente a cierto nivel puesto que su objetivo era el mismo: se podía resumir en una sola palabra: «ayudar».

—Bueno, Tichy, parece que lo hemos conseguido.
—Al menos de momento, sí.
—¿Sabes? Un filósofo que nació cerca de aquí dijo una vez algo interesante. Me siento orgullosa de lo que hemos conseguido, pero sobre todo de cómo lo hemos conseguido.
—Creo que te entiendo. —respondió el martiano.
—La frase dice así: «La mejor forma de vengarte de tu enemigo es no parecerte a él»
—Ah, el viejo Séneca.
—Vaya, Tichy, veo que has hecho los deberes.
—Bueno, Victoria ¿qué haremos ahora?
—Eso digo yo ¿Y ahora qué?

Inconsciente de que su pobre planeta acaba de estar en la cuerda floja, el pobre Nacho llegó exhausto al piso de Huelin, llevaba currando desde la mañana. Aun así, al no ver a nadie en el salón, y estar entornada la puerta de la habitación de Tichy, se animó a entrar y echar un vistazo.

En la cama vio el cubo de rubik y recordó la noche que pescó a su inquilino haciendo cosas raras con él. Lo cogió y lo sopesó en la palma de la mano; no parecía difícil de resolver. Así que por pura inercia comenzó a alinear colores.

No le llevaría mucho completarlo.