“Erimanto había construido una red secreta de apoyo a quienes el sistema había dejado atrás, manteniéndolos en sus casas mientras los especuladores inmobiliarios intentaban expulsarlos”
OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez
19/02/25. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas II’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, la segunda temporada del folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX, donde los autores hacen crítica social...
...Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.
Capítulo 13
Victoria entró en la oficina de Euristeo con una mezcla de curiosidad y suficiencia; quería saber cuanto antes cuál era la nueva ocurrencia del ejecutivo y dejarle sorprendido una vez más.
—¿Esto es todo de lo que eres capaz, Euris? Dame algo más difícil, que me aburro —le dijo.
Euristeo sonrió. Sin dejar de contemplar la manicura perfecta de sus manos, le dijo:
—Espero que este nuevo trabajo satisfaga tus ansias de aventura. No se trata de lidiar con una influencer insoportable ni de sobrevivir un mes en un chiringuito infernal.
—¿De qué va esta vez?
—Vas a ir a La Malagueta a enfrentarte con un terrible animal.
Victoria alzó una ceja.
—¿Algún perro guardián de una casa de pijos?
—No exactamente. Quiero que consigas que Antonio Erimanto, a quien llaman El Jabalí, desaparezca de la escena y deje de ser un problema.
—Voy a necesitar más detalles.
Euristeo se acomodó en su silla.
—El Jabalí controla los bares y discotecas de la Malagueta. Pide protección a cambio de no liarla.
—¿Quieres que me enfrente a una pandilla de matones?
—¡Victoria, por quien me tomas! —protestó Euristeo—. Nunca pondría en peligro tu integridad física, ya deberías de saberlo. Además, la jueza Hera no lo permitiría nunca.
—Es verdad, ¡es tan buena conmigo!
Euristeo se inclinó hacia adelante.
—No le des más vueltas y ponte a ello, querida. ¿O quizás no te atreves?
Victoria resopló.
—No puedo esperar a ver cómo esto sale mal.
Euristeo le tendió un sobre.
—Aquí tienes algunos datos de su forma de proceder. Estúdialo, seguro que das con la solución. O quien sabe, igual te unes a ellos.
—Claro, convertirme en extorsionista es el sueño de mi vida. Se nota que me conoces, Euris.
El hombre sonrió con una expresión tan segura de sí misma que Victoria se escamó. Intrigada, salió del despacho y, sentada en una cafetería cercana, abrió el sobre. Dentro había un informe detallado sobre Antonio Erimanto. Según la información, no se trataba de un canalla cualquiera. Años atrás había trabajado como especialista de cine en escenas de acción, participando en producciones nacionales e internacionales. Su especialidad: peleas coreografiadas. Tras retirarse del cine, él y un grupo de antiguos compañeros habían encontrado una nueva forma de hacer dinero.
El modus operandi era ingenioso y efectivo. Los dueños de bares y discotecas de la Malagueta recibían la visita de El Jabalí y su equipo, quienes les ofrecían "protección". Si alguien se negaba a pagar, en cuestión de días una pelea brutal se desataba en su local. Pero no era cualquier pelea: era una coreografía ejecutada con precisión milimétrica, con botellas rotas, sillas voladoras y hombres que caían de manera espectacular. A los ojos de la clientela, aquello era una carnicería real. Resultado: los guiris huían, la reputación del bar quedaba destrozada y, en muchos casos, el local terminaba cerrado.
Victoria apoyó la espalda contra la silla y silbó, impresionada.
—Vale, es creativo. Retorcido, pero creativo.
Siguió leyendo. Antonio Erimanto había perfeccionado su red, y sus antiguos compañeros de rodaje formaban un equipo bien engrasado. Utilizaban cámaras y ángulos estratégicos para asegurarse de que las peleas parecieran lo más realistas posible en los vídeos que luego circulaban por redes sociales, aumentando el impacto del show. Iban tan bien caracterizados que era imposible reconocerlos y como no usaban armas reales, cuando la policía investigaba, no había nada que rascar.
Pero la parte más sorprendente del informe vino después. Antonio Erimanto no utilizaba el dinero de la protección para enriquecerse. La mayor parte de lo que recaudaba iba a parar a los bolsillos de jubilados y residentes de toda la vida de la Malagueta, gente mayor que ya no podía permitirse pagar el alquiler debido a la subida de precios provocada por la turistificación del barrio. Erimanto había construido una red secreta de apoyo a quienes el sistema había dejado atrás, manteniéndolos en sus casas mientras los especuladores inmobiliarios intentaban expulsarlos.
Victoria dejó caer el informe sobre la mesa y se pasó una mano por la cara.
—Genial. Ahora soy la villana.
Euristeo la había enviado a jugar un papel que no le gustaba. Si cumplía el encargo, ayudaba a desmantelar el único escudo que algunos vecinos tenían contra la gentrificación descontrolada. Y si no lo hacía, directa a comer galletas a Alhaurín.
Se cruzó de brazos y miró al cielo nocturno.
—Qué hijo de puta más retorcido —dijo para sí.