“Y otra vez ese ruido de motosierra. Cuando la pobre chica abrió los ojos la cotorra estaba en el alfeizar de la ventana, rajando el aire con su estridente canto”
OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez
02/07/25. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas II’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, la segunda temporada del folletín cómico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX, donde los autores hacen crítica social...
...Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.
Capítulo 31
Aquella noche, Victoria se quedó dormida viendo un capítulo de Xena, la princesa guerrera y tuvo un sueño muy particular.
Estaba vestida con pieles, pero la hombrera del brazo en que llevaba la espada y el escudo eran de bronce pulido. La guerrera estaba sobre un montículo desierto, con solo arena y arbolillos escuálidos a su alrededor. A lo lejos parecían distinguirse unas montañas que interrumpían el horizonte como una sombra.
Y Victoria acompañó a la extraña guerrera en sus aventuras, rastreando y dando caza al león de Nemea, arrancando las cabezas de la Hidra de Lerma. Luchando contra el jabalí de Erimanto y capturando a la cierva de Artemisa, Cerninia.
Cada enemigo parecía mayor que el anterior, pero siempre era la guerrera la que daba el golpe de gracia. Como pasa en los sueños, las escenas saltaban sin mucho sentido.
Y ahora Victoria se vio en un hermoso palacio, doncellas lavaban su piel desnuda en una bañera enorme mientras Euristeo tocaba una flauta que parecía adormecerla. Ante ella unos danzarines bailaban, entre ellos estaba Nacho su compañero de piso, su hermana y el holandés.
A continuación, estaba luchando con unas aves con garras de hierro, pero pudo espantarlas con sus flechas hasta hacerlas huir. Y la guerrera recordó como había abatido al águila que torturaba al pobre Prometeo.
Lo siguiente que ocurrió en el sueño es que la guerrera desvió el curso de un río para limpiar unos establos. Y de repente, estaba otra vez en el palacio.
Mientras las doncellas la secaban, la guerrera se fijó en que Euristeo había desaparecido y los bailarines también. Miró a su izquierda y vio un trono central y otros dos más pequeños, el de la derecha estaba ocupado por la jueza Hera y el de la izquierda vacío. Pero en el trono central se sentaba una figura de gran poder. Era tan grande que la guerrera no alcanzaba a ver su rostro y solo podía ver la parte de debajo de su barba. Entonces Victoria sintió que se encogía o quizá que todo se agrandaba. La flauta de Euristeo comenzó a sonar y la pobre Victoria corrió de un lado a otro huyendo de las pisadas de los bailarines, cuyos pies eran para ella del tamaño de una carreta.
Hubo otro salto en el sueño y Victoria se sintió otra vez en la piel de la guerrera. Luchaba contra un toro gigantesco. Lo tenía cogido por los cuernos, pero el toro cabeceó y se liberó, echó a correr huyendo de ella. En ese momento un ruido molesto, como de una motosierra oxidada, empezó a colarse en el sueño. Victoria corrió tras el toro, pero éste echó a volar y se posó en una rama, liberando, con todo su poder acústico, aquel sonido insoportable. La guerrera detuvo las ondas de sonido con su escudo como mejor pudo.
Victoria vio que el toro ya no era rojo sino verde y no tenía cuernos sino pico, aparte de alas. Y otra vez ese ruido de motosierra. Cuando la pobre chica abrió los ojos la cotorra estaba en el alfeizar de la ventana, rajando el aire con su estridente canto.
Victoria le tiró un zapato y el pajarraco huyó. Se levantó, fue al baño y se miró al espejo. Había dormido más de nueve horas. Sin embargo, en vez de las ojeras habituales y las patas de gallo, Victoria se observó a sí misma maquillada y guapísima, y sonriente.
—¿Otra vez tú?
—Te he traído un regalo.