Redacción

Festival05/12/06 MÁLAGA. EL OBSERVADOR se había abstenido hasta el momento de publicar una visión crítica del Festival Málaga ritual 2006 por razones obvias. No es lo mismo expresar en público y por escrito lo que se piensa de la página web del Cervantes, del festival internacional de teatro o del de cine nacional español que de un acontecimiento cuyo lema o antetítulo es ‘Las lenguas de Dios’.

Redacción

Festival05/12/06 MÁLAGA. La revista EL OBSERVADOR se había abstenido hasta el momento de publicar una visión crítica del Festival Málaga ritual 2006 por razones obvias. No es lo mismo expresar en público y por escrito lo que se piensa de la página web del Cervantes, del festival internacional de teatro o del de cine nacional español que de un acontecimiento cuyo lema o antetítulo es ‘Las lenguas de Dios’

PERO considerando la situación y la época del año, la conclusión es obvia: si en el principio el hombre creó a sus dioses a su imagen y semejanza pero con superpoderes y así le salieron, la música es celestial sólo en ocasiones (tratándose de la programación auspiciada por el Cervantes, muy raras) y los festivales casi nunca. Bueno, en Málaga, nunca. 

LA cosa empieza por el nombre. Este festival tiene casi tantos nombres como Picasso. ‘Málaga ritual 2006’, ‘Las lenguas de Dios’ y ‘Ciclo de música sacra’. El primero es una incógnita en cuyo significado no se puede atinar a reconocer más allá de la escasa puntería de quien lo puso. Lo de las lenguas de Dios nos aproximaría un poco más a la almendra del asunto, aunque con esfuerzo. Este festival programa conciertos de música de cualquier confesión y, por tanto, en cualquier lengua de esas que hay por el mundo en alabanza de su dios, dando por sentado que dios sólo es uno (¿y trino?) para todos, al margen de politeísmos estériles y otras menudencias teológicas que tanta tinta y tanta sangre han hecho correr. Hay que reconocer que con este punto de vista se elimina el problema de la variedad de los sistemas de creencias y sus relaciones con las creaciones culturales. Este festival nos dice: todo es Dios, todo es música religiosa, sea manifestación popular o culta o cultual o cultable. 

LA última definición lo aclara todo, y por dos vertientes: la primera, el uso de la expresión ‘música sacra’Festival de Cine delata la ideología; la segunda: este no es un festival de música sacra; ya, ya, es duro, es como lo de la página web del Cervantes, cuesta reconocerlo, pero es cierto. En la tradición católica la música sacra es la que acompaña los servicios litúrgicos; de hecho es la iglesia romana la que inventa y desarrolla el concepto de música sacra. Incluso existe un ‘instituto pontificio’ dedicado al asunto. Por consiguiente, la aplicación del concepto no es nada inocente, aunque sea inconsciente. No es nada normal fuera de los círculos de creyentes cristianos que a la música religiosa tibetana o sufí se le llame música sacra, porque este término se refiere a las tradiciones de música compuesta para las liturgias cristianas.

EN segundo lugar, aunque fuera de aplicación universal, que no, no es un festival de música sacra porque la programación incluye músicas no litúrgicas, que nunca han formado parte de ningún oficio ni rito. Aquí volvemos a un problemilla indicado anteriormente. Seguramente los autores intelectuales de este festival, llevados por una concepción tan ingenua como para creer que las teorías cristianas son universales, pretenden creer y hacer creer a todas las almas benditas que habitan este rincón de la tierra de María santísima que sacra es toda la música en alabanza de Dios, que cualquier lengua es buena para cualquier dios, que siempre es el mismo, y que, finalmente toda producción musical que sea expresión pública de religiosidad es igual ante los ojos de los hombres. Falso.

PRESENTAR al mismo nivel el canto gregoriano y el klezmer, junto con las polifonías búlgaras, la poesía árabe siciliana o la vertiente world music tibetana no es otra cosa que una demostración de inclinación por el caos y escaso seso. La habitual falta de criterio de Castiel y sus subalternos. Pero por partes. 

EL canto gregoriano es una derivación de los cantos religiosos de la sinagogas y de los ritos clandestinos de los primeros cristianos en la Roma que todos conocemos por las películas americanas. Tradición oral. La historia resumida nos cuenta que esos cantos fueron conservados y transmitidos por toda la cristiandad y estuvieron a punto de derivar en una variedad inmensa de posibilidades. Afortunadamente llegó uno de esos papas de claro intelecto y férrea voluntad, mandó recopilar por escrito todas las corrientes de música litúrgica cristiana, organizó las que encontró y dictó cuál era la buena y cómo había que cantarla. Así, con un par. Se llamaba Gregorio, y de ahí el nombre (nada que ver con los griegos). El canto gregoriano evolucionó a su aire, pero siempre dentro de lo que la iglesia católica mandaba y de las instituciones de las que formaba parte (monasterios, catedrales). Poco aire, se entiende.

EL klezmer es una música derivada de varias tendencias, entre las que también se encuentran algunos ritos judíos. Tiene una localización muy determinada, el Este de Europa, y también a los asquenacíes como sus creadores. A diferencia -sustancial- con el gregoriano, el klezmer es una música popular y a mayor diferencia no tiene nada que ver con el rito, sino con lo que sucede después del rito: el de la boda. Es una música de bailes y de fiesta. 

Salomón CastielHAY otras diferencias. El klezmer, por ser música popular previa a la instauración de las tecnologías de reproducción mecánica, y propia de judíos de una región especialmente vulnerable, corrió en los años 30 y 40 del siglo pasado la misma suerte que el teatro yiddish, las editoriales, las músicas, las artes y las ciencias. Si algunos sobrevivieron a la matanza fue porque se trasladaron a América. Las tradiciones europeas sufrieron un colapso del que no se han recuperado. De hecho gran parte del mejor klezmer no se hace en Europa, sino en Nueva York. Y la empresa discográfica que más en serio se ha tomado la recuperación del patrimonio musical judío, popular y más allá, es Tzadik Records, del músico neoyorquino Jon Zorn. Si en los últimos años se habla de klezmer y corre un poco por los circuitos discográficos y de conciertos es por su asociación a la música balcánica y gitana. De hecho, en esa onda hay que situar el proyecto oportunista de Paniagua y Rozemblum ‘primer grupo de klezmer sefardí’ (en fin). 

LO otro, lo de poner cien gramos de árabe, otros cien de judío, otros tantos de oriental (más o menos) y medio kilo de cristiano se aleja bastante de los logros de Carmen Ruscalleda. Olvidando además que cualquier cocina que se precie, con o sin cerdo, sólo compra productos frescos y jamás en un supermercado.

ASÍ que al final se acaba en el mismo rollo de siempre; el festival de cine de Málaga no es el de San Sebastián; el de teatro se sigue alimentando de la pestosa cartelera comercial madrileña (con alguna golosina de anteriores ediciones de Aviñón o Edimburgo); el de música antigua sólo es como el de Málaga, no tiene par. 

Y este festival no es el de música religiosa de Cuenca ni pretende serlo; pero tampoco es como el de Damasco, que podría ser su inspiración y del que como siempre no deja de ser otra cosa que su perversión malagueña. 

ES decir, que los programadores de Málaga-ritual-las-voces-de-dios-ciclo-de-música-¿sacra? deben decidir qué entienden por música religiosa, qué categorías de popular e institucional manejan, qué lectura hacen de las tradiciones y de qué modo están dispuestos a ponerla en práctica. De lo contrario, habrá que seguir creyendo que este festival está hecho a la buena de dios.