Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga
30/12/09. Opinión. “Se refería a la pérdida de los colores en aquel sitio de la costa: la proliferación de verdes, las adelfas y su multiplicidad, la desaparecida vegetación de ribera, con sus verdes más bajos en intensidad, a veces blanquecinos; de las tierras rojas, de los amarillos oro...
OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor
de Geografía de la Universidad de Málaga
30/12/09. Opinión. “Se refería a la pérdida de los colores en aquel sitio de la costa: la
proliferación de verdes, las adelfas y su multiplicidad,
la desaparecida vegetación de ribera, con sus verdes más bajos en intensidad, a
veces blanquecinos; de las tierras rojas, de los amarillos oro y desvaídos en
el verano. Sobre todo en los veranos breves y violentos que, a veces, ocasiona
el levante cuando sopla y trae el extraño esplendor de lo seco y quemado. Todo
ahora sustituido en la playa por edificios inacabados que denuncian el descuido
generalizado que provoca la avaricia. Se pierde la visión de un azul extraño
producto de los proliferantes colores del Mediterráneo matizados por las aguas
del Atlántico. Una frontera que ha perdido sus colores: azules, rojos,
amarillos, marrones en todos sus matices”. Alfredo Rubio termina el año con este
artículo en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
en el que invita a
“celebrar la vida”.
Conversaciones con un campesino
sobre los colores, la luz y la transparencia
AHORA es campesino, una
vez que se ha jubilado de la carpintería. De joven, casi niño, también se
dedicó al campo. Ahora cuida su huerto, donde hasta hace poco también tenía sus
gallinas. Es religioso, de una religiosidad antigua. Todos los días se acerca y
laborea por el huerto y el jardín. Hace algo y como que hace algo. De mediana
estatura, enjuto, con sus manos de artesano acostumbradas a transformar la
madera en muebles macizos. Casi llega a los ochenta años, no está solo, aunque
desde hace algunos años le falta su esposa, una mujer dinámica y poderosa, más
un sol que una luna. Creo que todos los días piensa sobre el sentido de su
vida. Las dificultades vividas. Trabajó desde los catorce años en las labores
del campo, después aprendió un oficio viejo y digno para después volver al
campo. Ha visto el fulgurante paso del mundo rural y marinero al urbano destino
turístico. Ahora es un anciano.
UNA mañana, conversando
en el porche de su casa, me habló de que estaba pensando sobre la pobreza y la
soledad. Las comparaba, y concluía que la soledad era peor. Se siente solo y
percibe la crisis de lo relacional en nuestra sociedad (?). Somos muy pobres en
capital relacional. La demanda de relaciones y de afectos no cesa con el paso
de los años. Cree que la ausencia de amores, amigos, palabras, caricias y besos
es la verdadera pobreza. Con los años no prescribe el deseo de ser acariciado y
de acariciar. Trato de explicarle que esa ausencia se llama falta de extensión
y densidad de las redes sociales y que nos afecta a todos. Pero mis palabras
sirven de poco. Desconsuelo. ¡Qué poco sabemos de los ancianos! Coexistimos con
ellos. Los toleramos. Sin embargo, tolerar y coexistir no significa que los
comprendamos. En el mejor de los casos mantenemos con ellos una distancia
respetuosa. Una distancia fría. Parece que nada tengan que decir y ofrecer. Hoy
son ‘objetos’ obligados a mantener a ultranza una apariencia juvenil.
DURANTE la conversación
estuve recordando un texto raro de M. Heidegger, leído en circunstancias muy
duras, sobre la pobreza (die Armut).
Lo construyó a partir de una frase cuidadosamente elegida de Hölderlin: “Entre
nosotros, todo se concentra sobre lo espiritual, nos hemos vuelto pobres para
ser ricos”. Con independencia del texto de la conferencia, leída como última
actividad de su Universidad, refugiada en un castillo, mientras llegaban las
tropas aliadas, ocurre que las palabras de nuestro campesino sitúan la riqueza
en un ámbito que no es exactamente el espiritual sino el relacional, que
inicialmente no son la misma cosa. Esta pobreza nada tiene que ver con las
nubes por donde se dice que pululan los pensamientos de los filósofos y hasta
ellos mismos. Entre el olor del césped recién regado lo que confirma es la
necesidad de afectos, de roces, de voces cercanas, de densidad humana y de la
alegría que desencadena la presencia de su potencia, sólo interrumpida por la
muerte.
ENTRE alusiones a San Francisco de Asís y otros muchos santos, repentinamente se puso a hablar de María Zambrano. Conocía deslavazadamente su vida e interpretaba a su manera sus posiciones políticas. En su relato no quedaba claro que hubiera sido republicana irredenta y segura antifranquista. Hablamos de Vélez-Málaga. Cuando puedo intervengo y le cuento su estancia en Cuba y que era una ‘hombreriega’. Sin orden alguno hablamos de Cuba y de la Alameda o el Parque de Málaga en los recuerdos de María.
LA conversación derivó hacia la piedad. Con sólo mencionar la palabra se le activaron los ojos. Le explico que, aunque era creyente, María intentó volver al sentido griego de la palabra. Claro es que no puede comprender con nitidez los matices del asunto: todavía tiene peso la falsa idea de que no se podía ser republicana y creyente a la vez. Mi amigo campesino tiene un entendimiento cabalmente católico de la piedad. La ha practicado y la practica y lanza con fuerza su convencimiento de que vive para los demás. Para María, la piedad forma parte del misterio; de un olvidado saber tratar con el misterio. La piedad es saber tratar con lo diferente. Por tanto, algo aún por hacer por parte de lo humano que sigue siendo un proyecto inconcluso.
EN un momento
determinado se levantó y caminó por el jardín hacia sus higueras, que cuida
como si fueran rosales y se disponen en uno de los laterales del huerto. Al
poco, volvió con un cesto de caña lleno de higos cubiertos por una hoja de
higuera tiesa y fresca. Me los regaló. Los frutos estaban cuidadosamente
ordenados y algunas hormigas correteaban entre ellos.
VOLVIÓ a sentarse en el porche, muy cerca de un jazmín que nos alegra el día y la noche, cuando se juntan sus aromas con una dama de noche. Repentinamente comenzó a hablar de la luz de los lugares; de su color y de la transparencia. De las distintas atmósferas de los lugares. No sé muy bien las razones pero me pareció que este campesino-carpintero-campesino era la voz de María Zambrano. Como si ella hubiera estado atenta a un saber viejo y desconocido sobre la transparencia y la diferencia. Mi anciano campesino era un asombroso representante de ese saber ancestral. No he encontrado a nadie en años capaz de ser tan cabalmente dueño de un lenguaje tan preciso y perfecto sobre la transparencia del ser y lo luminoso. Aquello que se exhibe y es capaz de su propia potencia -se debe recordar que María Zambrano hizo su tesis sobre Spinoza. Desgranaba ceremoniosamente un discurso sobre el vidrio limpio y aquel que contiene impurezas. Vidrio como tierra literalmente inflada con el fuego. Muy próximas, las aguas calmas del Mediterráneo, como en la limpia alberca que se nutre de las sierras cercanas, donde habitan los pinsapos.
DESDE aquel momento no dejó de hablar de la pérdida de
los colores. A diferencia del haiku japonés, donde los colores desaparecen, al
igual que cualesquiera otras cualidades del sitio, para intentar reflejar
estrictamente un momento, que es una intuición del ser, se refería a la pérdida
de los colores en aquel sitio de la costa: la proliferación de verdes, las
adelfas y su multiplicidad, la desaparecida vegetación de
ribera, con sus verdes más bajos en intensidad, a veces blanquecinos; de las
tierras rojas, de los amarillos oro y desvaídos en el verano. Sobre todo en los
veranos breves y violentos que, a veces, ocasiona el levante cuando sopla y
trae el extraño esplendor de lo seco y quemado. Todo ahora sustituido en la
playa por edificios inacabados, que denuncian el descuido generalizado que
provoca la avaricia. Se pierde la visión de un azul extraño producto de los
proliferantes colores del Mediterráneo matizados por las aguas del Atlántico.
Una frontera que ha perdido sus colores: azules, rojos, amarillos, marrones en
todos sus matices.
SEGUIMOS hablando de ponerle colores a los sitios. Como G. Steiner en su Errata, que es también el autoexamen de una vida. En el Tirol la lluvia es permanente, lo envuelve todo y proporciona un fondo musical y un olor: “la lluvia, especialmente para un niño, trae consigo aromas y colores inconfundibles. Las lluvias de verano en el Tirol son incesantes. Poseen una intensidad taciturna, flagelante, y llega en tonos de verde oscuro cada vez mas intensos” (Steiner, G., 2.009: 13). Un sitio oscuro, tétrico y desagradable. Verde oscuro.
La primera vez que
María vio La Habana se creyó en la
Málaga de su infancia. Parece que necesitamos otras ciudades,
en apariencia las que vivimos de niños, como le sucedió a W, Benjamín en Moscú,
para dar cuenta de las aún desconocidas. Apelamos a un patrón: W. Benjamín al Tiergarten berlinés y María, probablemente, al Parque y la Alameda de Málaga. En una
carta a José Lezama Lima (01.01.56) María escribió: “Mucho me conmovió su
hermosa carta. Veo que dejé raíces en lLa Habana donde yo me quedé por
sentirlas muy en lo hondo de mi misma. En aquel domingo de mi llegada en que le
conocí la sentí recordándomela, creí volver a Málaga con mi padre joven vestido
de blanco -de alpaca- y yo de niña en un coche de caballos. Algo en el aire, en
las sombras de los árboles, en el rumor del mar, en la brisa, en la sonrisa y
en un misterio familiar” (Zambrano, M., 1.996: 207). María escribe: “recobré
mis sentidos de niña”. Recordaba un paseo triunfal, a la vera de un padre
luminoso y joven.
PERO claro está: los años se acumulan y nos puede llegar el miedo puesto que no somos dioses. Pero hemos de racionalizar, aunque sea poéticamente, a pesar de que no sea esa nuestra pretensión. Los curadores saben de esto mucho más. Somos nacidos apenas para otra cosa que un suspiro, para una degradación, arrojados al mundo, al deterioro y a la muerte. Suponemos que hemos también aquí de comportarnos como los griegos. Para ellos hybris sería exactamente la furia de la trasgresión. El hombre es ese ser habitado por la hybris, por la furia de la trasgresión. Esta furia acompaña al hombre, aunque probablemente no tanto al humano, que, tal y como era concebido en el mundo griego, era aquel que operaba en un umbral entre x y su límite (una frontera). La hybris parece un residuo que (nos) queda de la furia animal (de lo animal que fuimos).
PERO estos comportamientos hubristés no consiguen nunca superar la moira (la suerte) porque, en definitiva, la experiencia griega se fundamenta en el dato infranqueable de la muerte. Lo confirma y describe hasta radicalmente C. Castoriadis: “y este dato está ahí sin compromiso, sin consuelo, sin arreglo, sin adulteración, sin edulcoración”. En el canto IX (versos 400-409), Aquiles dice: “nada para mí vale la vida, nada es psykhés autaxión (...)”. En la muerte, en los infiernos, solo se es una sombra, sin noos, sin espíritu ni sentido. Sombras que vuelan. La supervivencia es miserable, más miserable que la vida en la tierra. Este es un hecho fundamental pues la muerte siempre ha estado oculta por la institución imaginaria de la sociedad. Entre los griegos no se acude a nada, ningún remedio, nada que no sean las sombras. Y este nada es original: telos thanatoio: (somos) hacia una muerte final definitiva. Por tanto, celebremos la vida.
EL año pasado escribí en EL OBSERVADOR que, la “Navidad de los tontos no necesitaba luces”. Me refería, como algún lector recordará, a los rituales fiesteros en estos días. Pretendía, sin herir a nadie, criticar la tendencia dominante a llenar de luz las calles de las ciudades.
SU ausencia de mesura y de humildad me obliga casi sin quererlo a escribir sobre un ‘papel’ municipal que se ha venido repartiendo en las calles, donde se viene a decir que la iluminación navideña de Málaga es algo así como un referente internacional. Ya sé que este supuesto argumento se aplica a cualquier cosa que aquí se haga. Pura retórica. En un intercambio de correos electrónicos con un periodista amigo sobre esta cuestión lo intenté interpretar: hace años creía firmemente que uno de los problemas de Málaga guardaba relación con el grado de instrucción y educación del ojo de nuestros dirigentes, con las lógicas excepciones, daba igual su pertenencia partidaria. Nivel bajo. Creía firmemente que ni leían ni viajaban. Por ello, suponía no estaban habilitados suficientemente para determinados asuntos. Pensaba que obraban desde una ‘etnicidad’ en estado bruto.
AHORA creo que, si bien leen y viajan, están ciegos y, lo que es peor, consideran ciegos a todos los ciudadanos. Un paseo por París, Roma, Nueva York, Munich, Madrid o Granada desautoriza esa afirmación excesiva y carente de mesura. La iluminación navideña de las calles principales de la ciudad carece de relevancia alguna y no introduce nada nuevo. Sigue estándares habituales, repite las de cualquier ciudad. Carece de elegancia. Mi amigo periodista contestó rápidamente: “Sí, los gobernantes están ciegos, lo peor es que hay muchos ciudadanos que están cegados y otros que no quieren ver”. A partir de esa frase se comprende que esta luz que no ilumina es capaz de cegar. Sin embargo, como dice mi amigo periodista, acaso la mejor iluminación navideña sea aquella que no se pone. La única sostenible.
Libros citados.
Castoriadis C., 2.006 (2.002): Lo que hace a los griegos.1. De Homero a Heráclito. La creación humana II, Fondo de Cultura Económica, Madrid.
Heidegger, M., 2.006 (1.945): La pobreza (Die Armut), Amorrortu editores, Buenos Aires.
Steiner, G., 2.009: Errata. El examen de una vida, editorial Siruela, Madrid.
Zambrano, M., 1.996: La Cuba secreta y otros ensayos, editorial Endymion, Madrid
PUEDE ver aquí anteriores artículos de colaboración de Alfredo Rubio:
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