OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga


04/11/13. Opinión. Alfredo Rubio, profesor de Geografía en la Universidad de Málaga, recuerda el ciclo ‘Surviving Picasso’ en el que se planteó una cuestión, para el autor, probablemente “retórica”: ¿Habrá vida -inteligente- después de Picasso? Rubio desgrana sus tesis para poder responder a este interrogante en su colaboración habitual con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.

Sobrevivir a Picasso

EL
pasado ciclo “Surviving Picasso/Sobrevivir a Picasso” se planteaba una pregunta, probablemente retórica, ¿Habrá vida -inteligente- después de Picasso?

EN mi intervención planteé diez tesis, una vez que, tras algunos años de investigación, ya no cabe referirse a hipótesis. Estamos ante hechos consumados o por consumar próximamente. Rogelio López Cuenca me pidió que las publicara y, pasado el tiempo, me he animado a hacerlo. El ciclo me pareció ejemplar: gentes de las más diversas profesiones, posiciones y sexos, se planteaban la cuestión Picasso, es decir, el uso de la circunstancia de su nacimiento en la Plaza de la Merced de nuestra ciudad en el horizonte de Málaga como destino turístico y enclave cultural. Claro es, se trataba de reflexionar y debatir sobre el uso de esa circunstancia y sus límites. Esa presencia diversa es la que me pareció ejemplar en dos sentidos precisos: la participación no estaba en relación con una cierta condición experta y  su composición ideológica era amplia. El resultado: poner a dialogar concepciones e ideas muy distintas.

LAS implicaciones entre ciudad, turismo, cultura y negocios no son fáciles de discernir e impiden muchas veces observar con transparencia de lo que estamos realmente hablando. Participé junto a Angel Idígoras (humorista gráfico), Carlos Ruiz (periodista) y Javier Imbroda (ex seleccionador nacional de baloncesto). Hablar fue posible y dominó la elegancia y la capacidad de coexistir entre posturas muy diversas.

EL problema de fondo quedó de manifiesto por la referencia a aquello de “poner en valor” los verdiales que, en un momento determinado, hizo uno de los participantes, creo recordar que como ejemplo, seguramente bienintencionado, de lo que según parece aún no hemos sabido hacer con suficiente oficio y profundidad. Dicho de otro modo, el que intervenía se refería consciente o inconscientemente a ampliar y extender el valor mercancía de los verdiales. Pero, como es sabido que un producto no se puede vender adecuadamente si sus cualidades no son bien conocidas por los propios vendedores. El asunto se resuelve en esa frase habitual de “no sabemos vender lo nuestro”. Entonces, como ejemplo de la hegemonía de ciertas concepciones, le pregunté sobre qué eran exactamente los verdiales y  no supo contestarme.

POR
tanto, la condición previa del debate se refería a la cultura y  requería, en mi opinión, responder a la siguiente pregunta: ¿de qué hablamos cuando nos referimos a cultura? Entiendo que, si no tenemos un acuerdo a cerca de aquello “sobre lo que hablamos” el diálogo será literalmente imposible. Viene ocurriendo desde hace tiempo que se produce una buscada confusión respecto del término cultura. Para no extenderme mucho, los expertos en cultura urbana o, si se quiere, en las relaciones entre cultura y ciudad tienen que hacer verdaderos juegos malabares para conseguir unir o poner en el mismo plano todas las cuestiones en juego. Dicho de otro modo, para conjugar asuntos que tienen, por una parte,  su raíz en lo común (la cultura como factor complejo socialmente producida) y, por otra,  su codificación contemporánea como mercancías o productos sujetos a valores económicos y entendidos como actividad que produce rentas económicas.

ES difícil conjugar en un mismo paquete asuntos tales como un concierto de música clásica, un restaurante de alta cocina, una taberna tradicional, una velada en la ópera, un casino, un estudio de arquitectura, una galería de arte, un museo, un estudio de piercings y tatuajes, una fiesta popular (la noche de San Juan, por ejemplo), una tienda de comida para llevar o la Semana Santa.

EN su esfuerzo por  inventar un plano coherente de confluencias entre asuntos tan diversos la mayor parte de los expertos entienden la cultura simultáneamente como actividades económicas, como prácticas de consumo cultural y como posibilidades de desarrollo territorial -por tanto, también de las ciudades. En general, todo queda reducido en realidad al acceso económico a ciertas actividades, su impacto económico y, claro es, esa reducción se aplica obviando la función de la cultura como posible cemento social, clave en la posibilidad de cohesión, esencial en la diferenciación, la hibridación -un aspecto hoy decisivo- y, sin duda, la creación activa individual y colectiva. Por tanto, la cultura socialmente producida como creadora de sentido queda suspendida.

ASÍ
se puede medir el impacto económico de las actividades más diversas. Para tales expertos, verdaderos talibanes de la puesta en valor, cualquier cosa material e inmaterial, circunstancia, actividad, etcétera, etcétera cabe en ese plano de confluencias, es decir, tiene potencial de ser mercancía. No hay límite alguno. Respecto de la sociedad, la cultura se convierte exclusivamente en consumo cultural (pasivo).

LAS formas de apropiación de las diferencias por parte del capitalismo tienen límites: “la contradicción, a este respecto, es que cuando mas comercializables se vuelven estos productos, menos excepcionales y especiales parecen. En algunos casos la propia comercialización tiende a destruir las cualidades excepcionales (en particular si esas cualidades dependen de cosas como la lejanía de los territorios inexplorados, la pureza de una experiencia estética o similares). De forma más general, cuanto más fácilmente comercializables (y objeto de duplicación mediante falsificaciones, adulteraciones, imitaciones o simulacros) son tales productos o acontecimientos, menor es su capacidad de constituir la base para una renta monopolística” (D. Harvey).

HOY
día no cabe duda alguna sobre que la cultura se ha convertido en una mercancía más. Sin embargo, la mayoría de nosotros sostiene la creencia de que “hay algo muy especial en relación con los productos y acontecimientos culturales (ya sea en las artes, el teatro, la música, el cine, la arquitectura o, más en general, en las formas de vida, el patrimonio, las memorias colectivas y las comunidades afectivas de carácter local) que nos lleva a diferenciar a estos productos y acontecimientos de otras mercancías cotidianas, como las camisas o los zapatos” (D. Harvey). Probablemente no podemos pensar de otro modo aplastados por el peso de la nostalgia de un pasado donde la cultura era algo distinto y  menos extensivo; algo existente reflejo de la creatividad humana en todos los ámbitos y  desligado de la producción y el consumo de masas. El problema sigue siendo el de conciliar su condición de mercancía como su carácter especial. Esa problemática se puede desentrañar, aunque no sea este el lugar adecuado, mediante un análisis meticuloso y sereno. Probablemente, la conclusión será que hemos dejado de producir cultura.

TODA la complejidad creada por los expertos, siguiendo una ley inexorable del capitalismo del tipo “todo lo que pueda ser mercancía lo será”, se cruza con una actividad como el turismo, su planificación y la adecuación de una ciudad – en realidad de una pequeña parte del territorio de Málaga ciudad- y sus habitantes a la condición destino turístico. En ese contexto, descansa el “asunto Picasso”  que lo aplasta todo hasta impedir otras posibilidades, otros enfoques. De ahí, la posibilidad o la imposibilidad de sobrevivir a Picasso o, dicho con más precisión, de sobrevivir al uso abusivo, intensivo, extensivo de Picasso como reclamo o elemento nuclear. Como veremos, con independencia de todo lo dicho, el problema no sólo consiste en los presupuestos sin límites si no, sin duda alguna, en la propia coherencia y calidad de la gestión de esa propuesta.

MIS tesis en aquella sesión de “Surviving Picasso/Sobrevivir a Picasso” fueron las siguientes:

1.
No tengo duda alguna sobre el suelo sobre el que se asienta este Taller y  este debate: la supuesta condición sujeto de la ciudad. Algunos dicen que habla la ciudad. Sin embargo, por definición, la ciudad no habla. Pero la atribución de habla a la ciudad permite que unos pocos lo hagan, dando la impresión de que no lo hacen en nombre propio, sino como si fuera ella misma la que se expresa. De ahí se derivan distintos asuntos: la ciudad producto y  la marca ciudad. La conversión y transformación de Málaga en destino turístico, cuyo éxito es innegable, y la construcción de una identidad común, con la historia y frente a la memoria.

2. Viene todo a significar que algunos (pocos) establecen las metas. Son las algunidades (los que son algo) quienes definen un proyecto y establecen su sentido, su orientación, las palabras dominantes y el  trayecto (único) a seguir por la sociedad. A las ningunidades (los que nada o poco son) no parece quedarles otra opción que aceptar y seguir la senda marcada. Estas ningunidades, que son mayoría, pueden ser, y de hecho lo son, permanentemente expoliadas por las algunidades cuales sean (los que son algo). Pero ser ningunidad no significa carecer de singularidad. Aunque parezca sorprendente las ningunidades están llenas de cualidades, son irrepetibles e intransferibles. Cada una de ellas es una singularidad. Sin embargo, las algunidades siempre saben qué es lo mejor para las ningunidades. Lo que es mejor en todos los sentidos y lo saben puesto que, sin que sea accesible su fenomenología, las algunidades son siempre los transcendentales de las ningunidades. Por tanto, más allá de la evidente inocencia de Picasso respecto del uso que de él se hace hasta convertirlo en seña de identidad, como si alguien pudiera serlo de toda una ciudad, convendría “oublier Picasso”, que dirían los franceses, para que entre el aire fresco. Dejar que sus cosas transcurran serenamente.

3.
El hecho de su nacimiento aquí resulta poco explicativo del “post-Picasso”. Picasso parece más de Barcelona, de París, de la Costa Azul. Sobre todo de París, suelo y atmósfera de su labor creativa. Sin embargo, Picasso es convertido (se convierte) en el atributo fundamental de la ciudad producto Málaga y de su concomitante imagen de marca.

4. La marca es una configuración específica de atributos que actúan a modo de memoria de la oferta de la ciudad (y de sus productos y subproductos). Esta configuración debe incluir y usar “factores” ciertos, actuantes. Los atributos deberán ser cualidades verdaderas de la ciudad considerada: todas las ciudades no son iguales y la marca desempeña la función de enfatizar la diferencia.

5.
Este hecho tiene una genealogía: la relación pensada entre Málaga y Picasso surgió con el Primer Plan Estratégico (1992-1996). El profesor J.I. Velázquez Ezquerra en su Dictamen sobre la cultura en Málaga y su prospectiva estratégica señaló con nitidez los límites de la apropiación indebida del hecho del nacimiento de Picasso en Málaga. Su diagnóstico no gustó a nadie y desde el primer día yace olvidado en cualquier cajón. En el segundo Plan se consideró a Picasso como un activo de proyección internacional. Mientras otras ciudades buscaban referencias de esa naturaleza aquí la teníamos a la vista.

6. Sin embargo, las distintas instituciones malagueñas implicadas en este operativo estratégico no han hecho otra cosa que seguir los patrones que desde los años setenta, y con más profundidad en los noventa del siglo pasado, se han aplicado a las ciudades, sus lugares estratégicos y su historia (el producto patrimonio). En este sentido, nada que agregar. Una estrategia basada en el city marketing que tiene distintas finalidades, entre ellas la de convertir la ciudad en destino turístico.

7.
Este enfoque requiere comprender la lógica en que Málaga se inserta al tratar de fundamentarse y presentarse como ciudad producto. Un invento de alcance internacional de Barcelona que, entre otras cosas, obliga a una actividad incesante y  creativa. Nada de esto ocurre en Málaga. Picasso es suficiente. Por eso amenaza con aplastarnos y amenaza, atenaza e impide otras posibilidades. Estas no tienen razones para desconocerlo.

8.
Sin compartir la perspectiva dominante de las algunidades debemos insistir en que su lógica requiere la aplicación sistemática del buen hacer y del hacer bien. En nuestro caso, el límite del hacer mal se puso de manifiesto en el fracaso rotundo de la candidatura a la capitalidad cultural 2016, tan rápidamente olvidada. En aquel proyecto casi todo sonaba a hueco. Sin embargo, ese olvido consciente implica que no se han extraído las consecuencias adecuadas. Dicho de otro modo, demostrada la necesidad del sentido se mantiene la ambición de tener sentido. Nada parecido a un proceso de planificación, como señalé en un artículo precedente: “Lo decisivo es el entendimiento y la valoración de ese fracaso como punto de partida para un replanteamiento, una reconsideración con el objetivo de definir alguna vez algún tipo de política cultural municipal a plazos medio y largo. Sin embargo, ninguna alusión, ninguna reflexión crítica que transforme el fracaso en un aprendizaje”.

9.
Se sigue aplicando un pensamiento casi mágico, desprovisto de método y divagante. Por ejemplo, en el proyecto del llamado Soho MLG-barrio de las artes, olvidando que los territorios de la cultura, incluso los barrios y clusters culturales urbanos, nacen mas de procesos sociales internos (de las ciudades) que de las de puras declaraciones de los interesados en tales o cuales asuntos. Nacen de dinámicas internas opacas que incluyen desde la existencia misma de una masa crítica de “artistas” e integrantes de las industrias culturales al precio de los alquileres. Dicho de otro modo, un Soho no es un producto de un conjunto de políticas, intervenciones, acciones y marketing aplicado sino de dinámicas silenciosas de algunos sectores de la sociedad real.  Probablemente, y así lo deseo, ese proyecto tendrá éxito pero no será el Soho, ni un soho, ni...

10. La marca es una configuración específica de atributos que actúan a modo de memoria de la oferta de la ciudad (y de sus productos y subproductos) respecto de teóricos y potenciales visitantes. Esta configuración debe incluir y usar “factores” ciertos, actuantes (presentes en la realidad urbana). Los atributos deberán ser cualidades verdaderas de la ciudad considerada: todas las ciudades no son iguales y la marca desempeña la función en enfatizar la diferencia. Hasta la fecha esta configuración no ha sido cumplimentada por quienes tienen la responsabilidad de llevar a cabo sus propios modelos.

11.
Todo este asunto. Se inscribe en el interior de una preocupante tendencia local al cierre. Lejos de ser lugar de aprendizaje lo patrimonial oscila entre su apropiación mercantil (dominante) y la clausura en nombre de la permanencia a ultranza de esto o aquello. En ocasiones, ambas tendencias sorprendentemente coinciden. La apropiación mercantil  alcanza  hasta las últimas fisuras de lo posible. Por ejemplo, alguna vez habrá que analizar sin miedo la apropiación mercantil de la Semana Santa cuyo programa máximo parece consistir en su proyección casi anual a causa de los réditos económicos que produce a ciertas actividades. Más de uno sueña con alguna procesión cada fin de semana; con una semana santa que dure dos semanas, etcétera. Por su parte, aquellos que defienden la permanencia a ultranza de esto o aquello en nombre del común, de la identidad, la herencia, las tradiciones, la historia, lo histórico-artístico  o cualesquiera otras nociones parecen creer que poseen en propiedad los atributos compartidos y, paradójicamente, aquello que los abría los unos a los otros adquiere la condición de cierre en forma de propiedad común.  Cristalizan lo real material e inmaterial y dibujan un interior que expulsa al exterior cuando definen como extraño. Un proceso que comporta desde una apertura inicial (a todos) a un ensimismamiento o una modalidad de autismo (donde sólo participan los que creen poseer las claves del común y  de lo común).

12.  Finalmente, creo que el uso exhaustivo de la circunstancia del nacimiento del artista en la plaza de la Merced de Málaga debe ser objeto de una nueva consideración más allá de su  carácter de activo de alcance internacional. Es un hecho innegable que, incluso puede ser una referencia, pero no ser casi objeto único, argumento exclusivo que, como discurso exhaustivo, oculte la ausencia de políticas culturales dirigidas a la construcción de infraestructuras capaces de desencadenar la creatividad social con presencia en todos los territorios urbanos sin excepciones. Picasso y, en general todo lo que forma parte de la herencia, debiera ser objeto de aprendizaje. ¿Qué puede aprender la sociedad malagueña de su proceso creativo, de sus posiciones humanas, de su inmensa capacidad de trabajo? ¿Del mismo modo que, respecto de los verdiales, debemos preguntarnos qué podemos aprender en términos de lo relacional, del hacerse como colectivo y hasta de los silencios que envuelven la fiesta? ¿Cuantos malagueños saben exactamente el doble valor de la expresión “echar un revezo”.

ANTES
que vender mediante la puesta en valor están las primeras preguntas y el conocimiento. De lo contrario la respuesta a la pregunta del ciclo no tiene nada mas que una respuesta: habrá vida inteligente después de Picasso. No tengo dudas pero, tampoco dudo que tendrá menos músculo y la sociedad estará compuesta por simples consumidores culturales.

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