OPINIÓN. Flâneur. Por Rogelio López Cuenca
Artista visual


rogelio_lopez_cuenca.jpg27/01/09. Opinión. “Si lo que se quiere es favorecer el desarrollo de una cultura crítica y no el mero incremento del número de espectadores, las instituciones no pueden dedicarse a ofrecer -ni a comprar ni a premiar- lo mismo que triunfa ya en el mercado”; en la colaboración de Rogelio López...

OPINIÓN. Flâneur. Por Rogelio López Cuenca
Artista visual

rogelio_lopez_cuenca.jpg27/01/09. Opinión. “Si lo que se quiere es favorecer el desarrollo de una cultura crítica y no el mero incremento del número de espectadores, las instituciones no pueden dedicarse a ofrecer -ni a comprar ni a premiar- lo mismo que triunfa ya en el mercado”; en la colaboración de Rogelio López Cuenca con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com el artista nerjeño plantea hoy una aguda reflexión sobre el Arte y sus merecimientos.

Compras, colecciones, premios… Arte y público interés

A principio de los años noventa formé parte del jurado de un concurso de artes plásticas que decidimos declarar desierto, debido a la notoria desproporción entre la calidad de las obras presentadas y la dotación del premio único que había que conceder: un millón de pesetas. Aconsejamos a la institución convocante la reforma de las normas del concurso a fin de hacerlo más justo y razonable, recomendando tanto el aumento de los fondos asignados como su redirección a la adquisición de obras que, a la larga, pudieran llegar a conformar una colección. Y si bien, en un primer momento, se mostraron reticentes a abandonar una tradición que les proporcionaba una preciosa ocasión de inmortalizarse como rumbosos mecenas junto al exultante artista agraciado con el súbito millón; años más tarde, el nuevo formato que proponíamos ha acabado convirtiéndose prácticamente en la norma.

UNA de las razones por las que posteriormente he declinado formar parte de algunos jurados radica en la precariedad de las condiciones en que se realizan las deliberaciones y el fallo de exposicion_desacuerdos_21.jpglos mismos: convocados un día a dedicar la mañana a hojear la documentación de los concursantes y, después del almuerzo y del café, a ajustar el presupuesto previsto para las compras con los precios de las obras presentadas. ¿Hay en tan poco tiempo verdadera ocasión de ponderar algo más que la calidad de la documentación aportada? ¿no estaremos más bien premiando el marketing del book más seductor? Pero ¿era esto un concurso de  diseño de dossieres? Otras veces la documentación llega al jurado ya purgada, preseleccionada, con la sin duda sana intención de hacer menos gravoso, más ágil y más fácil su trabajo. Pero esa selección previa, ¿quiénes la han hecho? ¿enjuiciando y valorando qué? Y un jurado no sólo firma el acta de los premios, ya que  implícitamente su selección avala el descarte de los excluidos.

DE otro lado, y debido a lo cambiante y dispar de la composición de los distintos jurados, esta práctica ha tenido como consecuencia que las colecciones que se buscaba armar no pasen con frecuencia de un conjunto de piezas, carente las más veces, del sentido o la unidad de criterio que habría cabido esperar de un trabajo de especialistas y de la inversión realizada. Siendo así, no es raro que después las obras adquiridas reaparezcan, descontextualizadas, fantasmales, en despachos y pasillos, cuando no que duerman amontonadas en almacenes más o menos improvisados en las dependencias de las distintas administraciones.

SE podría decir, en general, de las instituciones, que por definición van siempre por detrás de lo que pasa; que cuando al fin consiguen regularizar su relación con aquel objeto o fenómeno al que pretendían reconocer, acaece que el proceso en cuestión evoluciona, se desvía y toma inesperadas direcciones. Esto provoca un estado de ansiedad institucional, una doble zozobra causada, de un lado, por la urgencia en sancionar lo nuevo, lo último y más reciente, por miedo a aparecer, una vez más, a la zaga de la actualidad, y por otro, por el temor a que esas mismas prisas vayan a dar lugar a torpes desatinos. Y el resultado manifiesto es la general tendencia a que la concesión de galardones oficiales vaya coincidiendo progresivamente, con lo que está de moda, con aquello que goza de antemano  en un determinado -y de ordinario fugaz- momento del favor de los consumidores, ya se trate de actores de éxito, de campeones de un deporte u otro, o de artistas plásticos que son valores seguros en el mercado.

Y es, si se contempla en términos de su explotación mediática, comprensible la devoción por la cultura de la foto y la inauguración, el hecho de vincularse a cualquier cosa susceptible de conferir prestigio, a la tendencia en vogue, al ‘vernissage’; a la presentación, en vivo o en maqueta, de edificios singulares con la ostensible firma de arquitectos estrella; o al ‘opening’ de eventos fastuosos y espectaculares…

SE entiende, pues, el interés por retratarse a la vera de la celebridad del día o imponerles medallas, chapas, bandas y condecoraciones y colgantes en nombre del soberano pueblo, pero no puede dejar de observarse en estas ceremonias un regusto de excepcionalidad, como las celebraciones oficiales del día internacional de la mujer, del medio ambiente, de solidaridad con Palestina, de los derechos humanos o de los museos, y que son el reconocimiento de su abandono cotidiano, de que convivimos con la injusticia; son el recordatorio de una cuenta pendiente que se quiere, aunque sea simbólicamente, liquidar. De ahí que los homenajes se rindiesen tradicionalmente a autores protagonistas de una cierta trayectoria, de algún modo postergados en una carrera de resistencia frente a las incomprensiones y al olvido.

PERO, ¡ay!, entre el “artista adolescente” y la vieja gloria, se extiende una ‘terra nullius’, tan alejada de la bienvenida y el agasajo a la joven promesa como del desagravio a la meritoria ancianidad. Para la mayor parte de los creadores es tan tarde para emerger como demasiado pronto para la beatificación y el Olimpo; para la mayoría, el término “emergencia” tiene un significado aledaño a premura, a agobio, a urgencia, que desvela la precariedad estructural, intrínseca, de su situación laboral.

BIEN sabemos que para la administración no es prioritario, ni fácil, y que no es tan vistoso ni mediático, y que además no sólo es competencia de los responsables de Cultura, sino también de Economía y Hacienda y de Trabajo… pero lo que más necesitan los artistas son medidas que les permitan ganarse la vida con dignidad: Un salario a cambio de su trabajo, y su trabajo no consiste sólo en la producción de objetos. Hay que entender que el arte es también un instrumento de conocimiento y, en ese sentido, propiciar y flexibilizar las posibilidades de participación de los artistas en el mundo de la enseñanza, y no sólo universitaria. Y no confundir esta demanda de remuneración con la propuesta de las empresas de “gestión de derechos de autor” que pretenden que vivamos de eso… ya que ¿cuántos podrían?, ¿qué artistas son esos cuya obra es tan reproducida que es capaz de darles de comer? Todo parece más bien una maniobra de las grandes corporaciones propietarias del negocio de las comunicaciones y de la industria del ocio- fabricantes de hits y de bestsellers, del cine y la música comerciales… muy poco, desde luego, que ver con el arte y con los artistas. Y se escudan en ellos, en el mito popular del pobre bohemio, para, tras la pantalla de su paternalismo, blindar sus beneficios, su poder de explotación contra la libre circulación de información y de conocimiento.

Y hay que admitir que esta situación hay que achacarla en gran parte a los propios artistas  en Andalucía, incapaces de poner en marcha una asociación profesional, incapaces de verse a sí mismos como trabajadores, víctimas residuales del mito romántico que nos retrata como un bicho raro, un genio o un maldito, habitante de un mundo superior, más allá de las miserables mundanas condiciones de la existencia de los demás mortales... ¡qué mezquindad!, ¡qué falta de grandeza!, ¿artistas reclamando desempleo, seguro médico…? el albatros de Baudelaire, el ángel caído, ahora asustado ante la enfermedad, la invalidez, la vejez… ¡si Bunbury levantara la cabeza!

EN  fin, payasadas patéticas aparte, si lo que se quiere es favorecer el desarrollo de una cultura crítica y no el mero incremento del número de espectadores, las instituciones no pueden dedicarse a ofrecer -ni a comprar ni a premiar- lo mismo que triunfa ya en el mercado: los fondos públicos tienen que dedicarse al apoyo de prácticas artísticas también de intencionalidad e interés público, de eficacia política, proyectos y procesos menos espectaculares y más participativos, alejados de los fuegos de artificio de la industria del entretenimiento y más vinculados a la instrucción pública, al derecho al conocimiento como herramienta de emancipación.

Rogelio López Cuenca.
Artista visual

PUEDE obtener más información en www.lopezcuenca.com 

PUEDE ver aquí el anterior artículo de colaboración de López Cuenca:
- 16/12/08
Total,…
- 27/11/08
Mediterráneo(s)

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