Artista visual

OPINIÓN. Flâneur. Por Rogelio López Cuenca
Artista
visual
07/04/10. Opinión. El artista nerjeño Rogelio López
Cuenca analiza en esta colaboración con EL OBSERVADOR /
www.revistaelobservador.com
la anunciada e inminente reforma de la Plaza de la
Merced de Málaga en el marco de un proceso de mercantilización del espacio
público que “parece que exigiera
inexorablemente la abolición del banco público“.
Piazza, bella
piazza
“PLAZA, bella plaza / Uno la cocinó, otro
se la comió / Uno la devoró, otro la torturó / Uno la desolló, otro la machacó
/ Otro la asfixió / Y de la pequeña, de la chiquitilla / Nada quedó”. Más o
menos esto cantaba Claudio Lolli a mediados de los años setenta, cuando en las
plazas de las ciudades de Italia explotaban bombas de misterioso origen pero
que oportunamente y con precisión obligaban a corregir la ruta de la agenda
política hacia “el imperio de la ley y el orden”, lo cual pasaba
indefectiblemente por restringir el derecho de manifestación, a salir a la
calle, a scendere in piazza.
FERNÁNDEZ
Savater ha observado que en la actualidad “nuestras ciudades se transforman a una velocidad que nunca había conocido una ciudad en tiempos de paz”, es decir,
sin el ruido de la alarma antiaérea, sin vecinos corriendo a guarecerse en unos
refugios inexistentes, sin columnas de humo que delaten los daños que causan los
bombardeos. Al contrario, más bien una cortina de humo permanentemente urdida a
través de los medios de ‘comunicación’ reproduce ad infinitum un juego de espejos que deslumbra a los nativos con
sus cuentas de colores y baratijas de oropel mientras el capital se acumula en
manos de la élite económica y política, que pone a trabajar en beneficio propio
ese entusiasmo ciudadano que celebra la “modernización” de “su” ciudad -como la
empresa postfordista exige a sus trabajadores: no sólo tu esfuerzo y tiempo a
cambio de tu salario, sino tu identificación total, tu tiempo “libre”, tu
sociabilidad, tus fiestas, tus afectos.
LAS palabras
mágicas con las que los ases del birlibirloque acompañan el portento (parecen
sacarte caramelos de las orejas) suelen ser “renovación”, “reforma”,
“adecuación”, “mejoramiento”, “rehabilitación”, “regeneración”, “reactivación”,
“reanimación”… términos asociados a un positivismo ingenuo tras el que se
embozan los motivos reales y los verdaderos objetivos de determinadas actuaciones
sobre los espacios públicos, dirigidas a la transformación de una ciudad
postindustrial en un objeto de consumo -lo que exige complejas operaciones de
marketing a fin de vender su imagen (de “branding territorial” y de “city
marketing” se habla sin pudor. Véase al respecto este impresionante documento,
un anuncio comercial de la
marca Málaga: y traten, ya de paso, de encontrar alguna
diferencia con productos similares, como Barcelona o Valencia).
LOS inquietantes
planes de reforma de la Plaza de la Merced son un ejemplo paradigmático de la
absorción que la lógica empresarial y la especulación efectúan sobre las
políticas de “dinamización económica” que afectan al espacio urbano. A nadie se
oculta que estas alteraciones morfológicas guardan una relación directa con la
potenciación de determinadas actividades y la obstrucción de otras. Ya hemos
visto las consecuencias de operaciones previas en otras plazas:
mayoritariamente el rediseño del espacio se ha puesto al servicio de su
explotación comercial privada mediante su ocupación por terrazas de negocios de
hostelería (la plaza del Obispo, la de las Flores, la del Carbón) o la
transformación en explanada multiusos a disposición de cualquiera dispuesto a
pagar el alquiler (la de La Marina o la de la Constitución), o bien se ha
originado un descampado de uso único, como la desoladora Plaza de la Legión
(¡ar!), ideada para ser activada exclusivamente una vez al año. Por no hablar
de las sorpresas que torpemente ocultas promete el Palmeral.
ANTE estas
transformaciones -todas al toque de corneta, dicen, de “colocar en el mapa” turístico la ciudad, lo que parece implicar de modo necesario enajenarla de sus
habitantes- la respuesta pública ha tenido por norma una pasividad unánime
-excepcionalmente rota frente al abortado plan (de momento: el ladrillo no se
rinde tan fácilmente, está echando una siesta a la espera de mejor ocasión) de
alicatar Gibralfaro. Una experiencia de la que los ciudadanos deberíamos haber
aprendido a no esperar que se nos tenga en cuenta en las planificaciones que
diseñan al alimón poder político y empresa privada: la participación, la
iniciativa ciudadana ha de ser un ejercicio permanente, ya que ellos no van a
convocarte más que a hacer bulto en la inauguración, al desfile triunfal del
hecho consumado. Nadie nos tiene guardada una silla en sus reuniones.
AY, las sillas…
cualquiera diría que ahí se dirime la cuestión. La mercantilización a ultranza
del espacio urbano parece que exigiera inexorablemente la abolición del banco
público. Asistimos a una no declarada guerra a muerte a esos refugios de
indeseados insolventes, de gente que ocupa sitio pero no gasta, rémoras en la
máquina turística. Al banco se le acorrala y persigue, se suprime y sustituye
por asientos de pago en terrazas de bares y restaurantes. ¿Quién no recuerda la
primera razzia? aquel bando municipal excomulgando los asientos out of fashion de la calle Carreterías
en la Semana Santa de 2004, los guripas confiscando taburetes y sillones, la
mecedora de la abuela incrédula ante lo que veían sus ojos, ¡a su edad!
HAY un siniestro
bucle recurrente en los procesos “modernizadores”, que idealizan lo que están
asolando, se trate del paisaje o de las culturas populares: se incluye
oficialmente y se ensalza en el plano simbólico lo que está en realidad
destruyendo; preformulando una especie de nostalgia prematura, se monumentaliza
aquello que ya se ha decidido sacrificar en aras del “progreso”. Esa tiene que
ser la explicación de varias esculturas que en los últimos tiempos se nos ha
colocado en plena calle y que tienen por motivo la silla; en ellas, por
supuesto, las sillas son impracticables, parece que con regodeo: en una,
pintada de engañosos colorines infantiles, están colocadas a una altura
cruelmente inaccesible, y en otra, amontonadas en una amenazante y sañuda
maraña parecen advertir al transeúnte que no debe dar nada por sentado, que no
hay donde sentarse, y más vale que siga su camino.
UN aspecto
principal de la anunciada reforma de la Plaza de la Merced consiste, como era
de esperar, en la supresión de las barandillas que la rodean y en la que
cualquiera puede tomar asiento ¡gratis! ¿La plaza toda un banco? ¡Anatema! Si
queda algún banco vivo estará reservado a los fantasmas encargados de ordenar
con su presencia espectral el territorio dotándolo del discurso adecuado acerca
de un pasado repasado por la ‘túrmix’ postmoderna: Ni Fellini ni Almodóvar en
sus mejores momentos hubieran sido capaces de tan perversa ocurrencia, de
imaginarse un gesto más cruelmente rencoroso y vengativo, ¿qué cráneo habrá
generado tan sibilina vendetta? la erección de una estatua de Picasso,
ejecutada (sic) según los cánones del más rancio y académico realismo -para
mayor inquina, en su taimada versión manchega- y colocarla delante de un
edificio “restaurado” como nunca existió, a fin de parchear un protopelotazo de
aquel tardofranquismo inmobiliario (una cosa tan nuestra… que, sin embargo quieren borrar de
la memoria. No hay quien los entienda) y que en su planta baja alberga una
cafetería que en un derroche de imaginación se llama nada menos que ‘Frente al
pintor’, y junto a otro inmueble que ostenta el ingenioso nombre de ‘Picassol’ -desinhibido homenaje a los dos grandes pilares de la cultura local, Picasso y
Marisol, todo sea dicho sin demérito de Banderas, Chiquito… y lo que venga.
HAY que reconocer
que el gran “impacto cultural” que vaticinaban los profetas del co-branding de la ‘picassización’ de
Málaga nos ha hecho, es cierto, testigos de transformaciones insospechadas,
como un gran salto adelante cultural al que no se le ha prestado la atención
que se merece: en la plaza-microcosmos -y a demanda del gusto de aluvión del
permanente complejo de inferioridad local y las ínfulas de Barataria de los
nuevos ricos con sus tarjetas de crédito orladas de polvo blanco- si bien se
sigue manteniendo la proporción numérica que la coplilla atribuye a la ciudad
bravía, las “trescientas tabernas” que, entre antiguas y modernas, sitiaban a
la “sola librería” (una rayuela en el agua) se han metamorfoseado en
restaurantes de fussion food -lo que,
después de la concienzuda terapia de degradación a la que durante años se
sometió a los vecinos infligiéndoles el sofisticado método de tortura colectiva
conocido como el “botellón” o la “movida”, acaba produciendo, nunca falla, un
agradecido síndrome de Estocolmo-.
POR más que existan en la ciudad ya altares del oprobio donde se han
llevado a cabo sacrificios y crímenes históricos -que la Historia, implacable,
espero, algún día reclamará. La Coracha, por ejemplo-, la Plaza de la Merced es
el ejemplo de lo que los urbanistas llaman hiperciudad, un fragmento urbano que
se pretende que reúna, concentrados, intensificados, las peculiaridades y
atributos distintivos de la ciudad -lo que lo convierte en el espacio favorito
tanto para la foto familiar turística como de la ciudad plató para rodar
anuncios-. La Plaza, bajo la atenta mirada insomne del Gran Hermano y sus
cámaras de videovigilancia, es un verdadero microcosmos que reproduce a escala
y sintetiza como en un laboratorio los procesos a los que la ciudad es sometida
por los gurús del capitalismo imaginario a fin de garantizar la rentabilidad de
las inversiones.
UN par de ejemplos -de los que la plaza ha sido escenario- y que compendian lo que el neoliberalismo sueña para ella y para todos nosotros:
UNO. Aquel evento que el año de gracia de 2002 le cayó a la pobre plaza, un ‘Mercado de las Tres Culturas’, donde, para que unos comerciantes disfrazados de moro de carnaval montaran sus tenderetes, se vació y valló en entorno, expulsando a sus muy multiétnicos y multiculturales usuarios habituales, todo en nombre de una celebración de la multiculturalidad y la convivencia ¡Hay que joderse! Una convivencia que los cerebros del city marketing no conciben sino dentro del estricto corsé del intercambio comercial: o consumes o ¡largo!
Y DOS. La casposa teatralización del homenaje a Torrijos, que despolitiza, zarzuelizando en espectáculo de fin de curso un acto cívico de reivindicación del derecho inalienable a la resistencia y la rebelión.
A vista de este
ejemplo, ciudadanos… (completar línea puntos)
PUEDE ver aquí las anteriores colaboraciones de Rogelio López Cuenca:
- 03/03/10 Todo a 2016
-
19/02/10 ¡Grande hazaña! Con muertos
- 12/01/10 Relecturas 1: Día de Reyes
- 04/11/09 Arte y crisis
- 08/10/09 ¿Tocando fondo? Venecia, al final de la cloaca
- 10/09/09 Domus Rusque. El “arte contemporáneo” como coartada y
justificación
- 08/07/09 Postales Premonitorias/1: Málaga a la vanguardia del
cambio climático
- 09/06/09 Birds in the night
- 05/05/09 Arte y publicidad: ida y vuelta
- 01/04/09 Printemps
- 03/03/09 Bankers
- 27/01/09 Compras, colecciones, premios… Arte y público interés
- 16/12/08 Total,…
- 27/11/08 Mediterráneo(s)
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- Número 47 de El Observador (página 46): Arte contemporáneo y prácticas locales