OPINIÓN. Despacho abierto. Por Encarnación Páez
Alcaldesa de Villanueva de Tapia

encarnacion_paez21/06/12. Opinión. “Hace trece años que estoy al frente del Ayuntamiento de mi pueblo. Ha sido una época de mucha ilusión, trabajo y proyectos, de vicisitudes, dificultades y anécdotas; una etapa muy importante en mi vida, en la que he intentado compaginar el cargo de alcaldesa con el de diputada provincial y con el de madre y ama de casa”. Abogada, alcaldesa de Villanueva de Tapia y militante de Izquierda Unida, Encarnación Páez se estrena como nueva colaboradora

de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo en el que reflexiona sobre los honores y sinsabores del cargo que ocupa.

Ser alcaldesa también duele

DESDE el respeto que me infunde la capacidad de plasmar en el papel ideas que van tomando cuerpo transmitiéndose nítidamente, y el pudor que me produce el convencimiento de que yo no soy una de las elegidas para tal fin, me gustaría lanzar algunas reflexiones desde la pequeña atalaya política en la que me hallo. Un espacio éste, el político, demasiadas veces percibido por la ciudadanía como un instrumento de vanidad e irresponsabilidad y en menos ocasiones como un ejercicio vocacional de servicio público.


SER elegida alcaldesa de un pueblo pequeño es un grandísimo honor, desde luego; supone el ejercicio de un cargo en contacto directo con los vecinos y vecinas, a pecho descubierto, pero también coloca al alcalde en el punto de mira, y a veces de mirilla, de algunos vecinos que creen que alguna decisión que les afecta se ha adoptado de una forma arbitraria y caprichosa, convirtiendo en una cuestión personal un acto reglado como puede ser una licencia.

PERO ser alcaldesa también duele, abrir un expediente sancionador por una construcción ilegalvillanueva_tapia en suelo rústico, por ejemplo, produce mucho más sufrimiento en un pequeño municipio donde se comparte la vida con todos los vecinos, que en una ciudad como Málaga, donde hay muy poco roce afectivo con los administrados. No poder resolver un problema a cualquier persona de tu pueblo causa una tremenda impotencia, ya sea el desconocimiento, la imposibilidad legal o la falta de pericia la causa de la negativa. Es imposible disociar el problema en cuestión de una persona con nombre y apellidos a la que no se ha podido ayudar y que se lleva su frustración en el bolsillo.

EN estos momentos tan dolorosos que vivimos, de incertidumbre y angustia, para nosotros la crisis tiene rostro, estado civil y dirección. El paro en mi pueblo no es un dato frío ni un porcentaje; se traduce en personas que han estado toda su vida trabajando, en muchos casos, y que, con vergüenza, llegan al Ayuntamiento pidiendo una oportunidad. Y el alcalde, tragándose la rabia, no puede resolver esta situación y piensa en los vecinos, que sabe que están subsistiendo con la ayuda de un padre o una abuela jubilados.

Y en vez de contar con el apoyo de otras administraciones para crear algo de empleo, aunque sea temporal, nos restringen cualquier posibilidad de gasto. Para el gobierno central, sobre todo, las personas y sus problemas no cuentan; en su diccionario sólo existen las palabras déficit y austeridad acompañadas de algunos sinónimos más.

EN nuestros pueblos se está instalando la ansiedad, el miedo y la desesperanza y nosotros, sin medios económicos para tomar decisiones reparadoras, acabamos participando de la desolación que, cual neblina húmeda y desagradable, te llega hasta los huesos.

HACE trece años que estoy al frente del Ayuntamiento de mi pueblo. Ha sido una época de mucha ilusión, trabajo y proyectos, de vicisitudes, dificultades y anécdotas; una etapa muy importante en mi vida, en la que he intentado compaginar el cargo de alcaldesa con el de diputada provincial y con el de madre y ama de casa, lo que se ha convertido en una tarea titánica. Es más, me ha quedado la sensación de que debería haber hecho más en cada una de mis atribuciones, de que he fallado demasiado, aunque ha sido y es una gran experiencia.