Este esperpento de los desinformados movería a burla si no se tratara de una campaña de la ultraderecha europea que utiliza el desconcierto y la inseguridad que genera una pandemia para reconvertirlas en un ataque a las bases del sistema democrático”

OPINIÓN. ¿Me quieren oír? Por Dardo Gómez

Periodista

17/09/21. Opinión. El conocido periodista Dardo Gómez reflexiona en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los negacionistas: “Como ya resulta imposible negar la pandemia, estos voceros del terror se han lanzado a lanzar la duda sobre la eficacia de las vacunas, a destilar que estos preparados vitales pueden esconder oscuras intenciones de dominación, a oponerse a las campañas de vacunación o...

...al debido control oficial de las personas que se niegan a ser inmunizadas y al notable despropósito de alegar que prohibirles concurrir a sitios públicos”.

El negacionismo ultra en los medios

Conocida es la larga prudencia de todas las iglesias, la católica cristiana entre ellas, para manifestarse ante aquellos hechos sociales próximos que temen que no se ajusten a sus preceptos. Por dar un ejemplo: la reivindicación de Galileo Galilei ha tardado 376 años para el Vaticano. Por lo mismo, resulta sorprendente la pronta reacción del actual Papa Francisco para salir al paso del negacionismo sobre las vacunas de la Covid19 que impulsan muchos de sus fieles y algunos de sus sacerdotes.


El pontífice rioplatense no dudó ante ese desatino de éstos, y junto a otros prelados lanzó un mensaje de vídeo en el que ha señalado: Gracias a Dios y al trabajo de muchos, hoy tenemos vacunas para protegernos de la covid. Ellas traen esperanza para acabar con la pandemia, pero sólo si están disponibles para todos y si colaboramos unos con otros.

Bergoglio les invitaba: Vacunarse es un acto de amor a uno mismo, amor a los familiares y amigos, amor a todos los pueblos.

Claro está que este Papa ya es duramente denostado por los negacionistas y su carácter aparentemente progresista y sus recomendaciones serán atribuidas por la ultraderecha a su adscripción a alguna de sus antojadizas conspiraciones.

Estos mitómanos de la negación se sienten más próximos a manifestaciones como las de José María Aznar (mayo de 2007) que se burlaba de las campaña de la DGT en momentos en que España estaba a la cabeza europea en muertos al volante por los efectos del alcohol:¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí?... Déjame que beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás.

No le importaba a quien luego mandaría masacrar Irak que las estadísticas dijeran que, en esos momentos, entre los muertos españoles en accidentes abundaban los que superaban la tasa de alcohol admisible. Aznar ya presumía de lanzar imprudencias como estas con gesto chulesco y afirmaba que debía hacerse “sin complejos”.

Era la avanzadilla de los negacionistas que están ocupando plazas y calles de España y de Francia, Italia, Grecia o Australia, entre otros espacios, para negar la existencia de una pandemia que está asolando el planeta y que ya le ha pasado factura de dolor a muchas familias en el mundo. Claro está que para estos “patriotas”, el mundo está fuera de España.

Como ya resulta imposible negar la pandemia, estos voceros del terror se han lanzado a lanzar la duda sobre la eficacia de las vacunas, a destilar que estos preparados vitales pueden esconder oscuras intenciones de dominación, a oponerse a las campañas de vacunación o al debido control oficial de las personas que se niegan a ser inmunizadas y al notable despropósito de alegar que prohibirles concurrir a sitios públicos, donde pueden perjudicar a otros, sería un ataque a las libertades. A la suyas claro, supieran valorarla.

Estas muestras del esperpento de los más desinformados movería a burla o risas si no se tratara de una campaña de la ultraderecha europea para utilizar el desconcierto y la inseguridad que genera una pandemia como ésta para reconvertirla en un ataque a las bases del sistema democrático.

El conflicto entre la libertad individual y el bien social no es nuevo ni lo han descubierto los negacionistas ultras. En la tragedia “Antígona” de Sófocles (441 aC) la trama gira en torno al conflicto de la protagonista con la ley; mientras ella quiere despedir con honores a su hermano muerto, que ha luchado contra Tebas, ésta lo considera un traidor y lo repudia.

En la tragedia se trata de un conflicto individual filosófico, no de la necedad de pretender anteponer la libertad de elegir entre si admito una vacuna en mi cuerpo o me dejo llevar por mitos negacionistas amparados por la parte más utramontana de las iglesias o menos informada de las derechas.

Mentiras para extender la desconfianza

Sería tonto negar que estamos soportando una de las peores etapas de la cultura occidental y que nuestros dirigentes por negligencia, incompetencia, desverguenza y unas cuantas cosas más, todas ellas nefastas, han hecho que gran parte de la ciudadanía haya sido ganada por la desconfianza sobre los valores de la democracia.

Es comprensible, ya que muchas veces cuesta mucho discernir entre las esencias de las cosas y la mala praxis de las mismas. Sin embargo, a las personas esto no nos lleva a intentan mutilar significados como los derechos humanos o pintar de mierda valores como los de la libertad o hacer creer que las diferencias individuales se pueden alinear en una trinchera y convertirlas en odio.

Los que creemos en la evolución de la humanidad y en la necesaria mejora de la condición humana vivimos estos tropiezos de la civilización con la justificada esperanza de superación que nos brinda el análisis humanista de la historia.

A esta evolución natural se oponen quienes difunden que la salvación, en momentos de dudas y desconcierto, se logra retrocediendo a los oscuros espacios de las religiones ultramontanas, abandonando el pensamiento racional que ha ido contruyendo nuestra civilización.

Los que dudan de este ejercicio de la razón prefieren abroquelarse en mitos y negar los valores que han ido elevando nuestra condición de humanos. Algunos de esos valores son los de la irradiación cultural, los de la ciencia y los de la política basada en el diálogo y el debate entre humanos libres que se respetan en su individualidad.

Negar los aportes de las vacunas a nuestra sociedad es propio de memos. Gran parte de nosotros y de nuestros hijos viven protegidos de males que nos asolaron durante siglos y que fueron espantados gracias a la protección que nos regalaron seres humanos como Edward Jenner, Pasteur, Albert Calmette y su ayudante Camille Guerin, Max Theiler, John Franklin Ender, Jonas Salk o Albert Sabin.

Preciosos científicos que han hecho posible que ya no temamos a males como la viruela, la rabia, el tétanos, la tuberculosis, el sarampión o la poliomielitis; que no fueron espantados por nubes de incienso ni rogativas dominicales sino por el trabajo riguroso de los científicos que no creyeron en los designios.

Todo esto también lo saben los que agitan esta campaña de negacionismo, pero confían en que el trabajo pernicioso sobre el pensamiento de los menos informados o de los más propicios a la desesperanza les puede reportar réditos políticos para socabar las bases de la democracia.

De tertulias y otras repugnancias

El analista Arsenio Cuenca publicaba en “lamarea.com”: Es necesario aplicar una mirada crítica sobre esas mesas de debate en televisión donde presuntamente se plantean análisis geopolíticos. En ellas se contribuye a blanquear a ciertas ideas y figuras reaccionarias vinculadas al neofascismo y el conspiracionismo.

Yo alteraría el orden y diría “presuntos análisis geopolíticos”, ya que lo que se aporta en esos aquelarres televisivos es la difusión de los mitos conspiranoides y publicitar las intencionadas dudas fabricadas sobre los científicos y sus hallazgos. Dudas insostenibles sobre las vacunas y la eficacia de las campañas de vacunación, negando incluso los claros éxitos alcanzados en todo el mundo para combatir la pandemia.

No se trata de una necedad española; la ultraderecha de Matteo Salvini y Giorgia Meloni también difunde esta desconfianza en Italia, y como aquí, los líderes católicos ultramontanos alimentan la hoguera.

Sin embargo, a pesar de las evidencias, siniestros personajes como el recién galardonado Pablo Motos (ya me diran por qué), Ana Rosa Quintana o Anna Griso siguen dando cabida en sus programas a dudas que no existen más que en las mentes afiebradas de sus invitados, mentes quizá perversas, y a personajes de escasa idoneidad y ética que van agitando su negacionismo. Ya no cabe ni mencionar al esperpento titulado “Cuarto Milenio”,  de Cuatro, que dirige eI ocultista Iker Jiménez, o la tanda de despropósitos que concurren en la programación El Toro TV, órgano paraoficial de Vox.

Lo propio sería reírse de estos personajes y ridiculizarlos  si no fuera por el peligro social que suponen sus trabajos sobre la parte más incauta de la ciudadanía.

Carme Colomina, investigadora principal de CIDOB -organización realmente preocupada por los derechos y libertades de las personas desde hace decenios- señala: La desinformación y el negacionismo, la batalla por el relato y la influencia global, así como la debilidad de gobiernos e instituciones –fruto de la erosión democrática– que han alimentado la polarización política de la pandemia se reproducen ahora también en el proceso de vacunación. Pero el debate ya era tóxico antes de la irrupción del coronavirus.

Así que la desconfianza en la vacuna es sólo un reflejo más de unas patologías previas al coronavirus: el desorden informativo, el descrédito de las instituciones y la polarización".

Pero, sobre todo, la pandemia se ha convertido en una oportunidad para las fuerzas de extrema derecha, que tradicionalmente se alimentan de agravios y malestares, ya sean reales o percibidos. La crisis del coronavirus ha reforzado los espacios de confrontación política de la derecha radical: nosotros contra ellos o el pueblo contra las élites, afirma la investigadora.

No se resignan a haber perdido el poder

Tras el fracaso del fascismo y el nacionalsocialismo a mediado del siglo pasado, tras sus delirios de dominación que costó millones de vida, sólo quedaron en Europa para estas ideas retrógradas refugios casposos como los de Portugal y España, que no tardarían en caer. Sin embargo, no es la pérdida de ese poder criminal, del que se enorgullecen, el que le duele a la ultraderecha y a las organizaciones ultramontanas que la acompañan en sus delirios patrióticos. Lo que le duele es la evolución social que les está marcando que nunca más volverán a poder repetir sus infamias.

En diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en cuyo diseño participaron desde filósofos a economistas y educadores de todo el mundo. Un documento pluridisciplinar y transversal que estableció los derechos fundamentales de todos los individuos.

Ese documento provocó que en los decenios siguientes las personas se apropiaron de ese bien y comenzaran a detectar los factores que atentaban contra el ejercicio de su plena libertad y a elaborar las herramientas intelectuales para superarlos.

Éstas subvertieron todos los planos sociales y las relaciones entre los individuos; así se hicieron cotidianas palabras como feminismo, solidaridad, interculturalidad y su práctica produjo auténticas revoluciones en los sistemas de enseñanza, los feligreses reclamaron que sus iglesias practicaran la misericordia que proclamaban, se procedió a la revisión de las distintas historias “oficiales” y se reclamó terminar con la discriminación de las expresiones del amor entre los individuos. En líneas generales, podría decirse que gran parte de la humanidad decidió romper con una civilización que había estado marcada por la crueldad bajo pretextos vacíos como religión, patria, moral...

Esta es la guerra que ha perdido la ultraderecha y que seguirá perdiendo en los próximos años, pero en estos momentos siguen dando guerra con la sola intención de alterar el devenir social mediante la utilización artera de las redes  sociales y la complicidad irresponsable, en España, de parte importante de los medios de comunicación.

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