OPINIÓN. ¿Me quieren oír? Por Dardo Gómez
Periodista y secretario general de la FeSP
22/07/13. Opinión. “Las trincheras mediáticas tienen un olor propio, que es la suma de todas las miserias que conviven en las redacciones pero, sobre todo, tienen el olor del miedo y el de la prepotencia y mediocridad de los que ordenan”. La nueva colaboración de Dardo Gómez con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com indaga en cuestiones como la ocurrida la semana pasada en una rueda de prensa del presidente del Gobierno en la que se escuchó esta explicación: “Mi director me ha dictado la pregunta y yo me debo a mi periódico”.
Las trincheras huelen que apestan
“LAS trincheras mediáticas tienen un olor propio, que es la suma de todas las miserias que conviven en las redacciones pero, sobre todo, tienen el olor del miedo y el de la prepotencia y mediocridad de los que ordenan”.
UN soldado de las trincheras escribe a su mujer: “La mayor esperanza de la gran mayoría de nosotros es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar con esto. Yo he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad.”
El olor de las trincheras
ES terrible como los combatientes describen su paso por las trincheras y, sobre todo, como no se olvidan del olor.
ESTOS espacios terribles adquieren -como lo tenían los hospicios de antaño- un olor martirizante propio; hecho con la mezcla de todas las miserias que en ellos confluyen.
“En las trincheras se mezclan los despojos de los muertos diarios, con la sangre de los heridos que se confunde con las heces de los propios combatientes, con los vómitos de los que han sido ganados por el pánico o la repugnancia. Y además, está el propio olor del miedo; ajeno al que se produce por efecto de la incontinencia que él provoca.
En las trincheras se huele un miedo largo y húmedo, que atenaza la dignidad y obliga a disimular la condición humana; un disimulo que puede llevar a la obsecuencia y a actos deleznables que se amparan en la “obediencia debida. Ese miedo que se mete en los cuerpos no lo provocan, en su mayoría, las armas de la trinchera de enfrente; ese miedo lo provocan las propias huestes y nuestros jefes; entre los nuestros nos robamos los alimentos que nos dejan las ratas, nos ocultamos tras el compañero o lo empujamos al frente para que sea él quien caiga.
El ojo del jefe
LOS jefes están detrás nuestro con el arma preparada, exigiendo cada día algo más; un nuevo ataque o una nueva degradación infamante. Algunos que se han negado a avanzar y rechazado participar de la carnicería fueros disparados por la espalda… Muchos no han sido enterrados en la forma debida y afloran sus restos aquí o allá. Esto aumenta la tensión, nadie quiere ser el próximo y algunos se hacen amigos del miedo. Y están las ratas. Grandes, malolientes y silenciosas que se mueven entre nosotros; algunos quieren aplastarlas; pero otros, más prudentes, piensan que es mejor dejarlas, no sea cosa que tengamos que comer de ellas. Ellas se ocupan de que nuestro tifus llegue a las gentes que viven lejos de nuestras trincheras; pero estas ya están avisadas y, desconfiadas, se alejan de nosotros. Por eso cada vez nos llegan menos víveres. Los soldados se sienten miserables, deprimidos, agotados, sin ánimos para vivir; muchos han caído en desordenes mentales y admiran a sus jefes. Cada día llega la orden de un nuevo ataque más disparatado e irresponsable que el anterior; pero los que dictan las órdenes no están aquí ni saben ya cuando empezaron la guerra; solo les importa permanecer en sus confortables despachos y evitar sus responsabilidades en este desastre. En las trincheras estamos rodeados de mierda, cadáveres y ratas”.
SIN duda, la vida en las trincheras es tremenda…
A mi, por qué me miran…
“MI director me ha dictado la pregunta y yo me debo a mi periódico”; es normal, no quieren que le disparen por la espalda. ¿Quién quiere?
DESDE el atril el gran jefe, ese que no sabe de trincheras mediáticas, había mandado el ataque y su jefe lo había señalado con el dedo. El olor del miedo se masticaba en el aire o tal vez fuera el “síndrome del combatiente” el que lo había enajenado e impulsado al arrojo; vaya uno a saber.
PERO el resto o la mayoría de los compañeros (¿lo eran?) no tenían derecho a mirarlo así; él solo había obedecido a su jefe, y este al resto de intermediarios de las órdenes. Todos ellos tan ajenos a la realidad y tan llenos de miedo como él mismo.
NO había más historia, se había consumado un nuevo y ridículo ataque a la bayoneta para distraer a la trinchera contraria y le había tocado a él ser el sacrificado. Mañana veremos a quién le toca pasar por lo mismo.
SI, la vida en las trincheras mediáticas es tremenda.
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