OPINIÓN. ¿Me quieren oír? Por Dardo Gómez
Periodista


20/11/13. Opinión. El periodista Dardo Gómez, ex secretario general de la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP), invita a los lectores de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com a visitar el I Congreso Infoxicación 2013, ‘Mercado de la información y psique’, que se celebran hoy y mañana en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Para ello, reflexiona sobre la complicidad de los medios en la avalancha informativa de hoy día, que convierte a la información y a sus titulares en meros “eslóganes”.

La “infoxicación” o los riesgos de la intoxicación informativa

INFOXICACIÓN entre nosotros, o “information overload”, en inglés, son los términos que desde principios de este siglo están sirviendo para definir la saturación de información que recibe gran parte de la ciudadanía. Los medios de comunicación son cómplices necesarios de este atentado.

EL término “intoxicación” fue incubado por el experto Alfons Cornella para describir la dificultad del ser humano contemporáneo para procesar (es decir, entender y asimilar) la avalancha de datos por minuto que le cae encima.

UNA avalancha que es difícil de eludir y que, según muchos profesionales de la sanidad, puede afectar de manera preocupante la salud mental de los seres humanos.

DE esto se debatirá esta semana en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla dentro del I Congreso Intoxicación 2013, “Mercado de la información y psique”, los próximos 20 y 21 de noviembre.

DENTRO de su amplio programa los periodistas también tendremos nuestro espacio; concretamente, en la jornada del jueves 21 el Sindicato de Periodistas de Andalucía junto a la Federación de Sindicatos de Periodistas han convocado la mesa redonda titulada “Los medios de comunicación como cómplices necesarios de la infoxicación”.

La aguja en el pajar

LEÍA recientemente a Antonio Fraguas en La Marea. Escribía que “la información ha muerto por saturación y ha perdido efectividad. Por eso, las grandes exclusivas periodísticas, los grandes discursos, las grandes narraciones modernas, son flor de un día y no generan cambio”.

UN hecho que contradice la esencia de la definición de que la información es un conjunto de datos procesados por alguien que al ser recibidos modifican o aumentan nuestro conocimiento sobre el tema que referencia.

Y que aproxima el valor de la supuesta información a la definición del filósofo francés Gilles Deleuze, quien la consideraba un sistema de control, basado en la difusión de consignas dirigidas a modificar nuestro conocimiento en la dirección de las consignas que se nos transmiten.

A mí se me hace innegable que desde ya un tiempo más que prolongado lo que nos empeñamos en seguir llamando información de los medios de comunicación es una sucesión de mensajes breves, descontextualizados, multiplicados y que se retroalimentan en el mismo mensaje único.

Para qué sirve

DENTRO de un estado formalmente democrático, la información amplia, plural y veraz que deberíamos recibir y a la que tenemos derecho debería servirnos para generar nuestros propios criterios sobre los temas fundamentales de la sociedad.

ESOS criterios en democracia terminan definiendo qué sanidad, educación, o comunicación, entre otros valores, queremos que rijan los destinos de nuestra sociedad. Es decir, cómo queremos vivir.

SON decisiones estratégicas para nuestra existencia y su formulación se conjuga en un acto individual; la elección de las personas a las que vamos a confiar que lleven a la práctica esas decisiones vitales.

NO nos engañemos, la información de la cual disponemos para realizar ese recorrido de nuestra conciencia es muy escasa, y quienes deberían aportar a la ciudadanía la tan prometida información “veraz, plural y completa sobre los hechos de relevancia pública” no están por la faena o lo tienen muy difícil para cumplir con esa función social.

Falsa abundancia

SIN embargo esta falta de información se disfraza con la súper abundancia de supuesta información; una avalancha tal que impide que los receptores puedan discernir el sentido de ellas como para poder analizarlas.

ESTA saturación generada por los medios de comunicación discurre por carriles distintos a los de la usual manipulación informativa, que responde a políticas editoriales precisas y que se imponen a los periodistas tanto en lo que no deben decir como en lo que es aconsejable remarcar.

LA infoxicación producida por los medios (en su mayor volumen) es más bien la consecuencia de un sistema de producción que no tiene capacidad para verificar la información que recibe y actúa como simple correa transmisora de lo que le aportan las grandes agencias de información mundiales, casi todas ellas cortadas por el mismo patrón de pensamiento único de los países ricos (nosotros estamos entre los pobres, no nos engañemos).

AUNQUE las nuevas tecnologías nos ofrecen la oportunidad de contraponer otras fuentes; la mayoría de los medios no las consideran fiables o los periodistas no tienen tiempo para consultarlas.

AUNQUE, es cierto que muchos periodistas son infieles a la doctrina de la empresa, superan los corsés de las redacciones y como francotiradores de la veracidad periodística, cuando pueden, insisten en investigar.

HOY más que nunca esta intoxicación informativa se asienta en la existencia de una precariedad laboral que impide una información de calidad.

EL Código Europeo de Deontología del Periodismo aprobado por unanimidad en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en 1993 ya señalaba en su artículo 28 que para asegurar la calidad de trabajo del periodismo e independencia de los periodistas es necesario garantizar un salario digno y unas condiciones, medios de trabajo e instrumentos adecuados”.

Poder e información

LA revolución informativa de los últimos años ha incrementado las diferencias entre la opulencia y la precariedad informativa. Cuanto mayor es el poder económico mayor es la capacidad informativa de ese poder. Esto se ha manifestado en el crecimiento de los grandes monopolios informativos.

LOS países más ricos del planeta son los que tienen la mayor capacidad de generación y emisión de información; mientras que los países más pobres que no pueden sostener estructuras informativas eficaces se convierten en los grandes consumidores de esa información.

EN momentos como los actuales, de gran precariedad de los medios periodísticos (como ocurre en España), el recurso a las grandes agencias para cubrir nuestra capacidad de producción desemboca en la falacia de suponer que mayor cantidad de información es igual a mejor información, dejando de lado los factores de calidad y de veracidad.

CADA día, cientos de profesionales de los principales medios españoles se dedican a descargar e interpretar en segundos, si pueden, la información de las grandes agencias.

EN la mayoría de los casos, sin capacidad de contextualizar y, agobiados por esa avalancha de entrada, se dedican a emitir titulares consignas que tienen una profunda carga ideológica. Todo, sin explicar cuáles son las fuentes de esa información ni presumir la existencia de otras visiones sobre ese tema.

DE esta manera, cae sobre el público una contenida lluvia de eslóganes, más que de información, que van calando en el pensamiento del receptor que no tiene tiempo ni elementos para procesar esos contenidos.

UN caso que facilita la interpretación de este fenómeno informativo es el caso del actual conflicto bélico interno en Siria; casi ningún medio español dispone de periodistas sobre el terreno. Tanto para el televidente como para el lector o el oyente el conflicto se ha convertido en una serie de imágenes de una violencia que no tiene color ni tampoco historia.

Cultura de paz o información para la guerra

A este respecto es bastante elocuente el Informe Frontera Sur 1995-2006: 10 años de violación de los derechos humanos de la Federación de Asociaciones SOS Racismo del Estado Español, que entre sus conclusiones sobre el tratamiento del hecho migratorio por los medios señala que éste “no puede ser más deficiente y poco consciente de las consecuencias que produce, por ejemplo, al señalar la nacionalidad o la etnia de las personas que cometen algún tipo de hecho violento o suceso” y solicita “mayor responsabilidad y ética, para evitar que se instalen en la sociedad estereotipos que puedan desembocar en actos racistas o xenófobos”.

EN otros casos, vemos como crece el rechazo inducido hacia otras culturas o hacía aquellos países que han iniciado cambios que ya no permiten a las multinacionales de los países dominantes continuar haciendo negocios libérrimos sin cortapisas legales.

POR ilustrar con un ejemplo; el conflicto, maltratado en los medios, entre los intereses de Repsol-YPF y el estado bolivianos de hace unos años, se hubiera saldado con bien para la comprensión de los españoles si se hubiera informado que el artículo 357 de la nueva Constitución boliviana establece que "por ser propiedad social del pueblo boliviano, ninguna persona ni empresa extranjera, ninguna persona o empresa privada boliviana podrá inscribir la propiedad de los recursos naturales bolivianos en mercados de valores, ni los podrá utilizar como medios para operaciones financieras". En lo que, seguramente, todos estaríamos de acuerdo.

ESTIMO que un tratamiento de la información más sosegado, que permitiera conocer al público, además de titulares eslóganes, el entramado de las empresas accionistas de los grupos mediáticos serviría en mucho para entender las razones del sesgo de ciertas informaciones.

PERO, como señala el experto en comunicación Roberto Savio, “cualquier texto de más de 850 palabras se considera excesivamente largo para ser publicado”. Y se pregunta, “¿Presagia esto un mundo mejor informado y más consciente?”

Qué genera la infoxicación

LAS consecuencias de la infoxicación sobre los valores de la sociedad son realmente graves, muy variados y, en su conjunto, tremendamente perniciosos para la sociedad democrática y su proyección hacia mejores estándares de salud social.

DE manera necesaria, la infoxicación de los medios de comunicación contribuye a la mala salud cívica generando:

LA construcción de falsos paradigmas, como el de que aceptemos sin argumentos sostenibles que ésta es la mejor sociedad que podemos concebir.

INDUCCIÓN de falsos conceptos como que las estructuras democráticas son consustanciales con la vigencia de la economía de mercado.

DISTORSIÓN de las responsabilidades sociales, atribuyendo a la responsabilidad colectiva de la ciudadanía la génesis de la crisis financiera que padecemos o dando a entender que se trata de fenómenos económicos cíclicos para los que no hay respuesta inteligente.

PROMOVER el desaliento social, sintetizando en que nada se puede cambiar y que es imposible hallar otras soluciones fuera del patrón que se nos ha impuesto.

ALIMENTAR la desafección política mediante el reiterado mensaje de que ya no hay diferencias ideológicas y que todas las instituciones públicas son igualmente corruptas por ellas mismas.

JUSTIFICAR la insolidaridad, difundiendo el supuesto de que el motor del bienestar social e individual reside en la competencia egoísta entre las personas y poniendo el éxito como el valor supremo de la sociedad.

PONER límites a la vida ciudadana difundiendo y asegurando que nuestras decisiones siempre deben delegarse y que, a pesar de las nuevas herramientas que lo harían posible, la ciudadanía no puede participar directamente del Gobierno.

DE todo esto debatiremos el jueves en la Facultad de Comunicación de Sevilla.

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