La especulación no busca disfrutar del bien o servicio involucrado, sino obtener un beneficio de las fluctuaciones de su precio

OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos y Miguel Ángel Torres

14/05/24. Opinión. El coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA), Rafael Yus, escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la especulación: “La especulación genera desigualdades económicas y sociales, porque enriquece a unos a costa el empobrecimiento de otros. Por ello, en la utopía del Estado protector, cabría demandar el control de la...

...especulación. Pero impedir la especulación equivale poner reglas al sacrosanto “mercado”, cosa que desprecian los postulados ultraliberales en boga”.

Puede leerse el artículo completo en formato PDF pinchando AQUÍ.

No digan Zonas “Tensionadas”, sino Zonas “Especuladas”

La Constitución de 1978 es el paradigma de las leyes españolas, pero también de las normas más alabadas por todos y que, sin embargo, menos se cumplen. Acabamos de asistir a una muy necesaria modificación de la misma, la única en muchos años, para actualizar la obsoleta definición y derechos de las personas con discapacidad. Pero sabemos que queda mucho por hacer, no ya en lo que se refiere a modificaciones, sino simplemente a que desarrollen sus preceptos legislativos y se cumplan sus indicaciones.

En este país nuestro segundo deporte más practicado es dar patadas a un balón, ya que el primero con diferencia es propinárselas a la Lengua Española. Creemos que la mayoría de nuestros conciudadanos se saben ya, o les suena el espíritu, del artículo 47 de nuestra Carta:

“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos”.

Pero este artículo no menciona su propio caballo de Troya: la especulación, entre cuyos significados el diccionario de la lengua recoge la acepción economicista, que nos concierne en esta reflexión, definiéndolo como:

“Operación comercial que se practica con mercancías, valores o efectos públicos, con ánimo de obtener lucro”.

Su versión más literal es comprar un objeto a bajo precio con el fin de venderlo a mayor precio, porque especula que con ello va a obtener una ganancia en poco tiempo. La especulación no busca disfrutar del bien o servicio involucrado, sino obtener un beneficio de las fluctuaciones de su precio. Algunos prefieren hablar de inversión, pero la especulación es más arriesgada, es una inversión que no conlleva ninguna clase de compromiso con la gestión de los bienes en los que invierte, limitándose al movimiento de capitales en el corto o mediano plazo, como una apuesta de lotería. Una persona que se compra un piso en lugar de alquilarlo, lo hace por necesidad y también por inversión. Pero una persona que compra un piso, no para habitarlo, sino para revenderlo a mayor precio no lo hace por inversión, sino por especulación, no para su uso inmediato o por necesidad, sino para obtener beneficios sustanciales cuando la ocasión lo permita, que supone (especula) ocurrirá tarde o temprano. Aprovecha la ocasión, unas circunstancias favorables, para lograr enormes beneficios en poco tiempo, dicho coloquialmente, lograr un “pelotazo”. Muchos especuladores en nuestro país han buscado, con ahínco, pelotazo tras pelotazo, hasta hacerse multimillonarios, aunque, cuando se tuercen las cosas, algunos han caído en la ruina total, el riesgo del juego. Pero el sueño del especulador está ahí, larvado, esperando el momento más propicio para lograr su pelotazo. El especulador se mueve con poco dinero de entrada, con pequeños ahorros, e incluso con un crédito bancario. Aprovecha momentos de baja del mercado, y va comprando objetos que sabe que se revalorizarán tarde o temprano. Espera pacientemente a que estos objetos (que se llaman activos) suban de valor, y en ese momento los pone en venta, obteniendo una ganancia neta sustancial. Pero como el jugador de apuestas, el veneno de la especulación sigue en su torrente sanguíneo, y por tanto seguirá invirtiendo sus ganancias en nuevos activos en una nueva ola de especulación. La especulación no es exclusiva de la burguesía, que lo hace en cantidades enormes, sino que está muy extendida en la clase media española, frecuentemente de forma silenciosa, sin señalarse en demasía.


La especulación genera desigualdades económicas y sociales, porque enriquece a unos a costa el empobrecimiento de otros. Por ello, en la utopía del Estado protector, cabría demandar el control de la especulación. Pero impedir la especulación equivale poner reglas al sacrosanto “mercado”, cosa que desprecian los postulados ultraliberales en boga. Especular es una actividad ancestralmente presente en el negocio comercial, y por ello vista con recelo por marcos filosóficos tan distantes como el humanismo marxista y la moral católica. Weber lo dejó claro al vislumbrar la estrecha relación entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, sin la expansión de la primera en el centro y el norte de Europa, a costa de la vieja ortodoxia católica de la que procedían esas sociedades, es imposible comprender la progresión del mercado y del negocio mundial en los siglos XVIII y XIX, tan relevante al menos como la revolución industrial.

Siendo totalmente consustancial al Estado social y democrático, el capitalismo actual se nutre de la economía de mercado, a la vez que la sostiene, de modo que sistema político y sistema económico son parte de una serie de engranajes que se hacen cada vez más complejos e indisolubles, al menos en Occidente. No puede existir la simplificación hasta los niveles que desearían los partidarios de liberalismo radical, y de hecho hemos visto que tras sucesivas oleadas de esplendor desregulador (años 70 y 80), los Estados nacionales vuelven a incorporarse como agentes más imprescindibles que nunca en el orden mundial. Incluso en un contexto de inesperados éxitos supranacionales, como el caso de la Unión Europea, son los países tradicionales los que sustentan esa armadura, y los que a través de sus weberianos métodos coercitivos, ponen coto con sus tres poderes a la fabulosa dominación empresarial. Es cierto que en el primer cuarto del siglo XXI el poder de las (cada vez menos) corporaciones transnacionales es mayor, pero nadie duda del...

Puede leer el artículo completo en formato PDF pinchando AQUÍ.

Puede leer aquí anteriores artículos de Rafael Yus