Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía

Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía

¿Serán los chiringuitos de la playa otro Bien de Interés Cultural incorporado al Patrimonio Andaluz?
Ya estamos de nuevo con el asunto del patrimonio andaluz. Hace años, cuando una decisión gubernamental decidió, con buen juicio, eliminar unas macrovallas publicitarias que herían nuestro maltrecho paisaje, vino un erudito local, un cantamañanas que usaba la jerga de la Andalucía libre, y convenció al ejecutivo andaluz para que indultara la valla del Toro de Osborne, que todos sabemos que alude a una bebida alcohólica, y además en la carretera, para recordarles a los conductores que “con un buen coñac, uno ibérico, o andaluz, los kilómetros

coincidiendo con estas laboriosas gestiones de nuestra consejera de Cultura, que por ello

en este largo culebrón, que se inicia con el anuncio de la Demarcación de Costas de retirar todas las concesiones de establecimientos en la arena de las playas, no ha habido prácticamente ninguna voz ni argumento que respalde esta decisión ministerial, que no es más que la aplicación, eso sí, tardía, de una ley que data del año 1988. Es más, a Costas (una forma de hablar, nos referimos a los políticos responsables) se le ha dicho de todo menos bonito: “talibanismo”, “manu-militari”, “dogmatismo”, y adjetivos de similar significado, han estado en todos los medios de comunicación, cuando no eso de “save the chiringuitos”. La prensa ha prestado su apoyo mediático al club de los chiringuiteros y espeteros asociados, no sólo calentando el ambiente manteniendo diariamente cualquier noticia sobre las manifestaciones de unos y otros y de sus negociaciones, sino a través de una larga serie de periodistas de opinión y escritores que han prestado su verbo para defender eso de que “mis chiringuitos no me los toques”, “no se puede eliminar algo que forma parte del paisaje andaluz”, y payasadas semejantes.
no se puede despreciar el importante papel que desempeña aquí el juego sucio de la política: el usar el objeto de la aplicación de la ley (en este caso los chiringuiteros y demás establecimientos litorales) como arma arrojadiza de un partido contra el contrario. Incluso en

en la primera visita que hace nuestro presidente del Gobierno de España al recién nombrado presidente de la Junta de Andalucía, no se le ocurre a nuestro nuevo jefe del ejecutivo andaluz

Yo me pregunto: ¿para qué queremos un Gobierno de España? o incluso, ¿para qué queremos leyes o decretos reales? Las leyes, por su universalidad, o se aplican en todo el territorio nacional o no son leyes, son solamente una elaborada retórica para justificar sueldos millonarios en las Cortes. Se decreta una ley, incluso con el apoyo de la mayoría parlamentaria exigida, pero a la hora de aplicarla, empiezan las excepciones, las amnistías, los diálogos, las negociaciones, el pasteleo, y finalmente se encuentra el resquicio legal para excepcionar la ley. Y no hay mejor argumento que la Santa Tradición. Sí señores, de nuevo la Santa Tradición.
la Santa Tradición aparece de pronto, cuando menos te lo esperas en cualquiera de nuestra

por este motivo, pienso que estamos a un paso de declarar al chiringuito como Bien de Interés Cultural y catalogarlos como elementos del Patrimonio Andaluz. Y verán ustedes cómo al final este asunto se resolverá por esta vía. Porque cualquiera, nosotros los ecologistas lo haremos, puede impugnar la decisión gubernamental de mantener a los chiringuitos en la arena de la playa, porque no hay resquicio legal, a no ser que sean declarados, como pasara con el Toro de Osborne, como Bienes de Interés Cultural. Si lo del Toro era banal, lo de los chiringuitos podría ser incluso hasta mejor entendido, si interpretamos literalmente el sentir de tanto clamor periodístico, de tantos cantamañanas metidos a periodistas.
lo peor de todo esto es que esta dinámica se está consolidando a su vez como otra Tradición: la de buscar la manera de no ajustarse a las leyes. Y así, todos contentos y “pasen por caja” (léase urna para meter los votos en las próximas elecciones). Recientemente lo hemos visto en algunos alcaldes de la provincia de Málaga, como Marbella, Mijas, la Axarquía, etc. Todos ellos

para ello, no se les ocurre otra vía que sugerir, tanto a la Junta como a la Fiscalía, que hagan una excepción, es decir, que hagan la vista gorda en la aplicación de la legislación urbanística (LOUA) porque “esta ley se ha hecho en los despachos de Sevilla, sin conocer nuestra realidad”, llegan a decir. Es decir, que la corrupción urbanística y la especulación del suelo debe ser excepcionada porque, al menos en la Axarquía, es una seña de identidad, una tradición que se remonta al año 1990 y se mantiene hasta nuestros días, y “no es de recibo que unos señoritos sevillanos nos imponga una ley que no tiene sensibilidad sobre nuestra realidad social” (como diría también La Cosa Nostra). Propongo, pues, para que estos alcaldes puedan dormir tranquilos, sin que sean soliviantados con tanta citación a juicio, que la corrupción urbanística y la especulación del suelo sean declarados como Bien de Interés Cultural e ingresen en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz.
Ya puestos, yo propondría también que se incluyeran otras figuras de ineludible protección en nuestro paisaje andaluz, tales como los gorrillas de los aparcamientos, los camellos, el motorista con casco quitamultas, el carterista, el asustaviejas, el enchufado y otras figuras urbanas. Y en la playa no sólo hay que mantener a los chiringuiteros, espeteros, hamaqueros, vendedores ambulantes de pipas y patatas fritas, sino que también hay que proteger a los bolicheros. Ya está bien de tanto perseguir a los pobres pescadores bolicheros, una estampa que ha borrado la Guardia Civil del paisaje de nuestras playas, que sean restaurados, aunque cojan sólo medusas, como Bien de Interés Cultural, como parte del paisaje litoral andaluz.
JUEGA aquí un papel muy importante la política de los hechos consumados. Los que tienen que velar por la ley se relajan ante determinadas actuaciones, o bien se les da un permiso o concesión administrativa que por definición es temporal. Y llega toda una horda de pillos, pícaros typical Spain y se instalan, temporalmente, dicen con un guiño y aplican aquello del

lo mismo pasa con los chiringuiteros: se les da una concesión temporal y ellos exigen que se prorrogue, no un año, ni dos, sino ¡30 años!, es decir, el tiempo suficiente para que se jubile hasta su hijo (el nieto, que se la busque). Y algunos hasta hacen su desembolso, su infraestructura, con sótano y todo, eso sí, con materiales desmontables que nunca se desmontan, y ahora se quejan de las pérdidas que van a tener si pierden toda esta inversión (que nadie les autorizó). A ver quién es el guapo que los echa ahora, y menos aún cuando sean declarados Bien de Interés Cultural. Por cierto, la Ley de Costas mejor tirarla a la basura, pues para lo que sirve... Pero, ¿alguien ha pensado la competencia desleal que origina este personal sobre empresarios que cumplen escrupulosamente la Ley de Costas? Un ejército de oportunistas se les cuela en la arena, un terreno que no es suyo, pero ahí están; se les ponen delante de sus narices y les quitan una clientela que por derecho les corresponde a ellos. Alguien debería defender los intereses de estos empresarios.
otro punto a revisar es el pretendido beneficio social de este tipo de establecimientos, que se ha exagerado intencionadamente de manera hiperbólica, pues las cuentas no salen, a no ser que admitamos que cada chiringuito beneficie a medio centenar de personas, más que cualquier mediana empresa solvente. En realidad, la mayor parte de los chiringuitos practican libremente la economía sumergida y transgreden, ante las narices de la autoridades, las más elementales reglas de la empleabilidad y el Estatuto de los Trabajadores. Esto que se pide ahora desde sectores conservadores de la “flexibilización del mercado laboral” es una práctica habitual en el sector. Son empleos temporales, a los que se accede de forma arbitraria y sin la declaración y correspondientes pagos a la seguridad social en muchos casos. Unas condiciones ideales para obtener el máximo de beneficios en el mínimo de tiempo, a dos palmos de restaurantes que se esfuerzan en cumplir con la ley. Pero claro, como no somos capaces de ofrecer un panorama mejor para estos sectores sociales, se hace la vista gorda. Y más aún en periodos de crisis económica, cuando todavía nos sentimos impotentes para afrontarla.
luego tenemos el asunto de la violencia. Ningún político quiere verse en la tesitura de afrontar una revuelta popular. Y la gente lo sabe. Y como lo sabe, utiliza el argumento. Hace unos días, en un debate sobre dejar o no construir casas en los parques naturales, alguien llegó a decir que “si nos oponemos a ello el parque arderá”. Esta amenaza es constante en todos los debates, y se acepta sin más, no importa que se les recuerde que es un delito y que se paga con la cárcel. Con los chiringuiteros ha sucedido igual, en el momento más caliente amenazaron con llegar hasta donde sea preciso para que nadie les eche de la arena. Y claro, nadie quiere asumir este reto. Mejor se dialoga, se pastelea, o se prorroga la decisión un año más para prepararnos mejor. Tal vez para que haya tiempo para declarar al chiringuito Bien de Interés Cultural.
tras este panorama, ¿qué puede decir un ecologista, salvo aquello de que “tenemos lo que nos merecemos”? Y sin embargo, para bien o para mal, formamos parte de esta sociedad, y somos tan andaluces como los demás, pero también somos españoles y somos personas que exigen que se apliquen las leyes, y en especial las leyes que protegen al medio ambiente, que es de todos y de nuestras próximas generaciones. Por este motivo, no podemos estar más en desacuerdo con la

los ecologistas encontramos potencialidades en la Ley de Costas para proteger nuestro maltratado litoral, pero vemos demasiados titubeos a la hora de aplicarla, a pesar del ruido que han producido algunas actuaciones puntuales con excavadoras. De hecho todo este follón de

en conclusión, exigimos que se aplique rigurosamente la Ley de Costas. Esta ley permite ciertos usos temporales en la arena bajo concesión administrativa, pero esto significa que las instalaciones deben ser retiradas terminada la temporada, sin excepción alguna, pues basta con que haya una para que todos exijan lo mismo. Y que al ser una concesión, no genere derechos, lo que implica que el lugar pueda ser ocupado por

el problema que tiene la aplicación de las leyes en este país es que la voluntad del ejecutivo está secuestrada por el miedo a la pérdida del voto, a la impopularidad. Se está para las maduras pero no para las duras. Se hacen leyes, pero aplicarlas, si es impopular, mejor prorrogarlas, marear la perdiz y aburrir los papeles hasta deshacer el entuerto. Hay que recordar algo tan obvio como jurado o prometido durante el nombramiento del cargo público: la obligación de “cumplir y hacer cumplir las leyes”, cueste lo que cueste. Estamos dando un espectáculo bochornoso como país, pues estamos dando una sensación de inseguridad jurídica, de arbitrariedad en la aplicación de las leyes, que escandalizaría a cualquier extranjero. España es un país con poca tradición cívica y mucho pícaro repartido por el territorio. Y esto lo favorecen los titubeos de nuestros gobernantes.
posiblemente el grado de incoherencia en la aplicación de las leyes es directamente proporcional al grado de cercanía entre administración y administrado. Esto lo hemos visto en los ayuntamientos en la aplicación de normas urbanísticas. Las decisiones penosas o duras no son asumidas por las administraciones periféricas, las más locales, porque están en contacto directo con el administrado y se ve peligrar más la renovación del voto. Por este motivo, más descentralización, más competencias para la periferia no servirán para aplicar mejor las leyes, sino que por esa sensibilidad (eufemismo de miedo a ser impopular) hacia el administrado se tergiversarán las leyes o se aplicarán de forma poco rigurosa. Esto explica que mientras que el gobierno andaluz muestra una inusitada e incoherente oposición a Costas (pues es de su mismo partido), en el Congreso, a más de 500 kilómetros de Málaga, el mismo partido, junto a otros, rechace la petición del partido de la oposición de detener el desalojo de los chiringuitos. A nivel nacional hay menos miedo a tomar decisiones penosas, pero necesarias. Por eso competencias en asuntos del Estado como Costas jamás deberían de ser traspasadas a las autonomías.
sin embargo, estamos seguros de que si el legislador, de cualquier signo político, fuera coherente desde el principio y se dejaran atrás titubeos, flexibilidades y arbitrariedades, la gente acabaría por aceptar las cosas, les gustaran o no, porque sabrían a qué atenerse, no existiría eso que llamamos inseguridad jurídica. Al final el sector se adaptaría y se buscaría la vida de la mejor manera posible respetando las leyes. Con los chiringuitos pasaría igual, finalmente tendrían que reconvertirse y buscar la forma de vender su producto en los márgenes que permite la ley. Seguramente esto supondría cierto grado de agitación, de conflicto, pero al final tendrían que aceptarlo, como todos aceptamos otras cosas. Si se cede un centímetro, se tomará un kilómetro, si se prorroga un año, los chiringuiteros conseguirán los 30 años que piden, y si no, al tiempo.
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