Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

OPINIÓN. Colaboración. Por Carlos Taibo
Profesor
de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
15/06/10. Opinión. “La
alta velocidad ferroviaria es un ejemplo de libro de cómo los integrantes de
las clases populares celebran con alborozo que con los impuestos que pagan se
perfilen líneas y trenes que sólo van a ser utilizados por los integrantes de
las clases pudientes”. La colaboración del profesor Taibo en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
desmonta con frases como esta la unanimidad de la clase política
española por salvaguardar las inversiones en líneas AVE: una clase de
transporte caro, de gran impacto ambiental, de elevado consumo energético, que
no frena el transporte aéreo y por carretera, y que deteriora
las posibilidades de transporte de la mayoría de la población con el cierre de
muchas de las líneas del ferrocarril convencional. “En una metáfora que lo dice
todo, estamos trazando un sistema de transporte público ferroviario sobre la
base de los singularísimos intereses de una escueta minoría de la población,
mientras facilitamos el deterioro de las posibilidades de transporte de la
mayoría o, en su caso, obligamos a esta a rascarse el bolsillo en busca de unos
euros que no sobran precisamente”, apunta Taibo.
Menos mal que nos queda el AVE
QUE
el cacareado compromiso del Gobierno español con los derechos sociales era pura
retórica y que su aceptación del credo neoliberal, antes como ahora, no muestra
fisuras, lo sabíamos desde tiempo atrás. Por ello hoy sobran las razones para
dejar un momento el presente y volcar nuestra atención en un futuro marcado por
la zozobra. Una
buena guía para hacerlo la ofrecen las declaraciones que algunos presidentes
autonómicos, de dispar adscripción partidaria, han realizado en los últimos
tiempos. Creo que no las distorsiono cuando las resumo así: no me importa que
se cancelen todas las demás inversiones, siempre y cuando no me toquen las
destinadas a la alta velocidad ferroviaria.
SEMEJANTE
opción tiene su miga en un momento en el que, por plantear la cuestión en sus
dos grandes dimensiones, la situación social ha experimentado un visible
deterioro y los derechos de las generaciones venideras -vía agresiones
medioambientales y agotamiento de recursos- se hallan en peligro. Nada retrata
mejor la sinrazón de nuestros gobernantes, tirios y troyanos, que esa
lamentable huida hacia adelante que invita a concluir que resolveremos muchos
de nuestros problemas si llegamos de Santander a Madrid en dos horas y media.
ASÍ
las cosas, lo suyo es que examinemos qué es lo que, en ámbitos varios, acarrea
la alta velocidad ferroviaria, una cabal metáfora de las miserias que tenemos
entre manos. Bueno será que empecemos con el recordatorio del destrozo
medioambiental que provoca la construcción de las líneas correspondientes,
nunca tomado en consideración, por cierto, en los cálculos de coste y beneficio
que se nos ofrecen por doquier. En un terreno próximo, no está de más agregar
que la irrupción de las nuevas líneas de alta velocidad no se ha saldado en el
retroceso augurado en los transportes aéreos y por carretera, capaces de
ofrecer a menudo tarifas más baratas. Aunque la alta velocidad ferroviaria
reclama un consumo de energía menor que el que exige el avión, se impone
recordar que un tren que se mueve a 300 kilómetros por
hora consume nueve veces más energía que otro que lo hace a 100. No nos
encontramos, pues, ante ninguna bicoca energética -tanto más cuanto que no es
la que nos ocupa la mejor fórmula para lidiar con el transporte de mercancías- y
sí ante un medio de transporte visiblemente dilapidador de recursos cada vez
más escasos.
HORA
es esta de subrayar, en paralelo, algo fácil de comprobar: entre nosotros, la
construcción de nuevas líneas de alta velocidad se ha solapado en el tiempo con
el cierre de muchas de las líneas del ferrocarril convencional. Semejante
cierre se ha justificado sobre la base del presunto carácter no rentable de
estas últimas. Tiene uno la obligación de preguntarse, sin embargo, qué habría
ocurrido si los recursos faraónicos asignados a la construcción de las líneas
de alta velocidad -y los destinados a perfilar prescindibles autovías en una
lamentable apuesta por el transporte privado- se hubiesen orientado a
modernizar el tren convencional. ¿Podríamos afirmar entonces que este último no
es rentable?
DEMOS
un paso más y recordemos que la alta velocidad ferroviaria mejora las
comunicaciones entre las ciudades, lógicamente grandes, que están en los
extremos de las líneas correspondientes. En su caso beneficia también a algunas
localidades que se hallan a mitad de camino. Todo ello a costa, claro es, de
propiciar un deterioro en la situación de todos los demás, en virtud de un
estricto proyecto de desertización ferroviaria. Recuerde el lector, y paso a
proponer un ejemplo, que en Galicia se está construyendo una línea de alta
velocidad que debe comunicar A Coruña y Vigo. A poco que uno examine el
trazado, descubre que inequívocamente el AVE va a provocar la desaparición del
ferrocarril convencional, dejando sin un servicio público de tren a un sinfín
de localidades que desde varios decenios atrás disfrutaban de este último.
Dicho sea de paso: ardo en deseos de comprobar cómo el tren de alta velocidad
acelera en su salida de la estación de Vilagarcía de Arousa para frenar
inmediatamente y entrar en la
de Pontevedra, ¡a 25 km de distancia!
DEJO
para el final lo que parece más importante. Ya me hice eco en su momento de una
frase que escuché hace años en labios de un colega andaluz. Mal que bien decía
así: la alta velocidad ferroviaria es un ejemplo de libro de cómo los
integrantes de las clases populares celebran con alborozo que con los impuestos
que pagan se perfilen líneas y trenes que sólo van a ser utilizados por los
integrantes de las clases pudientes. Y es que, al fin y al cabo, ¿quién precisa
llegar de Valencia a Madrid en menos de dos horas? La respuesta parece
sencilla: los ejecutivos de las grandes empresas, cuyo tiempo es oro, y en
general todos aquellos que no tienen que pagarse el viaje correspondiente.
EN
una metáfora que lo dice todo, estamos trazando un sistema de transporte público
ferroviario sobre la base de los singularísimos intereses de una escueta
minoría de la población, mientras facilitamos el deterioro de las posibilidades
de transporte de la mayoría o, en su caso, obligamos a esta a rascarse el
bolsillo en busca de unos euros que no sobran precisamente. Hablamos, con toda
evidencia, de la misma miseria que ha conducido a nuestros gobernantes a
rescatar con dinero público a un puñado de instituciones financieras que
jugaron abiertamente las cartas de la especulación, la burbuja inmobiliaria y
la contabilidad creativa. Lo único que hay que reconocer a esos gobernantes es,
eso sí, consecuencia: en todos los ámbitos obran igual. Felicidades a los
presidentes autonómicos por su fina percepción de lo que el futuro nos reclama.
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