Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

OPINIÓN. Colaboración. Por Carlos Taibo
Profesor
de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
15/07/10. Opinión. “Se
impone sopesar hipercríticamente la trama general -los intereses, los engaños,
las manipulaciones- que ha rodeado este gigantesco y ambiciosísimo montaje de
'la roja”, advierte el profesor Taibo en este artículo de
colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com,
en el que pide que se recuerde que el
modelo que se propone “no es otro que el del triunfador adobado de dinero en un
escenario en el que este último, y el negocio, aniquilan todo lo que de
saludable puede haber en el deporte”. Y
añade lo siguiente: “llamativo
resulta que mientras durante años, y desde el nacionalismo español, se ha
reprochado a los demás que emplearan el deporte -el fútbol en singular- como
escudo identitario, ahora los que entonces se sentían agraviados echen mano,
sin rebozo, del mismo procedimiento”.
¿Todos con ‘la roja’? Sobre
un momento histérico
EN las líneas que siguen no hay ningún deseo de contestar el
derecho que, hechas las salvedades que procedan, cada cual tiene a disfrutar de
la manera que estime conveniente. Si a alguien le atrae la selección española y
considera que pasar la tarde viendo uno de sus partidos es una tarea
placentera, pues bien está. Se impone, sin embargo, sopesar hipercríticamente
la trama general -los intereses, los engaños, las manipulaciones- que ha
rodeado este gigantesco y ambiciosísimo montaje de 'la roja'.
PARA asumir esa tarea, y aun a costa de empezar con argumentos
muy manidos, lo primero que hay que rescatar es el significado del panem et
circenses, y en particular, en los tiempos que corren, lo que implica lo
del circo. Nada mejor para avasallar a la ciudadanía que atontarla con unas u
otras atracciones. En estos días no hay que ir muy lejos para apuntalar el
argumento: ahí están esos millares -¿millones?- de jóvenes que han llenado las
calles en sus celebraciones por los éxitos de 'la roja' mientras prefieren
ignorar el escenario laboral en el que se mueven -los que son miserablemente
explotados- o en el que no se mueven -los que arrastran un paro de siempre-. En
las celebraciones no ha faltado, además, cierto tufillo fascistoide y
autoritario, y ello aunque las gentes de mi generación estemos obligadas a
reconocer que vemos demasiado rápido, detrás de la bandera rojigualda,
adhesiones que no están, sin duda, en la cabeza de muchos jóvenes. Lo de 'la
roja' -hablo ahora de la ingeniosa terminología trenzada, de la que forma parte
el empleo de la primera persona del plural a la hora de dar cuenta de las
hazañas futbolísticas- hiede, en cualquier caso, como mensaje icónico: como
quiera que no somos nada rojos, al menos lo compensaremos en el terreno de los
símbolos.
LAS cosas, sin embargo, no quedan ahí: hay que prestar
puntillosa atención a la manipulación mediática que se ha registrado en los
últimos días. Tiene, si así se quiere, dos manifestaciones. La primera no es
otra que una fraudulenta reivindicación de lo colectivo frente a lo individual.
De nuevo nos topamos con lo mismo: en una sociedad en la que lo colectivo ha
sido manifiestamente estigmatizado y arrasado nos podemos permitir la
reivindicación de los valores correspondientes, bien que en un terreno acotado
y con protagonistas principales en una veintena de ciudadanos que peleaban por
ganar nada menos que 600.000 euros -por cabeza- si ganaban el mundial. Qué
curioso es, por otra parte, que los mismos medios de comunicación que han
ensalzado la presunta condición colectiva de 'la roja' prosigan en su tarea de
canonizar a héroes deportivos tan equívocos e individualistas, y tan vinculados
con el negocio y la publicidad más abyecta -por qué no prohibir, por cierto, la
publicidad realizada por famosos-, como Fernando Alonso o Rafael Nadal.
Recuérdese que el modelo que se propone no es otro que el del triunfador
adobado de dinero en un escenario en el que este último, y el negocio,
aniquilan todo lo que de saludable puede haber en el deporte.
LA otra manifestación que anunciábamos remite a un empleo
distinto del mito de lo colectivo: el que cobra cuerpo, dentro de una compleja
y conflictiva trama nacional, de la mano de la postulación de la existencia de
una identidad española común que, cabal, se levantaría llana, orgullosa y
convincentemente frente a los particularismos locales (y también, en una
dimensión más sibilina, frente a las identidades de millones de inmigrantes).
Cuando antes hablaba del tufillo fascista y autoritario de algunas de las
algaradas callejeras de los últimos días estaba pensando en buena medida en las
secuelas de esto que acabo de señalar. Llamativo resulta, en cualquier caso,
que mientras durante años, y desde el nacionalismo español, se ha reprochado a
los demás que emplearan el deporte -el fútbol en singular- como escudo
identitario, ahora los que entonces se sentían agraviados echen mano, sin
rebozo, del mismo procedimiento.
QUE lo que rodea a tanta miseria es más importante, en sus
consecuencias, de lo que pueda parecer bien puede ilustrarlo el hecho de que el
virus ha alcanzado a quienes -cabía suponer- se hallaban mejor protegidos.
Baste un botón de muestra: el de una convocatoria realizada en Madrid para la
noche de la final del Mundial. En su versión de sms rezaba así: "La roja
es mi selección, pero la rojigualda no es mi bandera. Celebra el mundial con la
tricolor. Tráela a la plaza de Lavapiés el domingo tras el partido.
Pásalo". Creo que no se puede ser sino duro: lejos de contestar toda esta
mierda, hay quien piensa que debemos sumarnos sin cautela a ella en la certeza
de que la bandera tricolor resolverá mágicamente nuestros problemas. Líbrenos
la providencia de estos republicanos.
DEJO para el final el recordatorio de una última discusión
interesante: la que nace de las reiteradas declaraciones de dirigentes
políticos y empresarios que han llamado la atención sobre las presuntas
consecuencias benefactoras que, en términos de crecimiento del consumo y de
alegría productiva, está llamado a tener el Mundial de fútbol. Supongo que lo
que en los hechos nos dicen es que seremos más felices gastándonos -colectivamente,
eso sí- unos euros más en cervezas y en banderitas, y trabajando con singular
encono en provecho de los resultados empresariales, que atendiendo a la
resolución de esos pequeños problemas que tiene, al parecer, una minoría de
nuestros conciudadanos... "Canta y sé feliz", como rezaba una vieja y
profunda canción de Peret. Dejo para otro día -no toca hoy- la consideración de
qué poco tiene que ver con nuestro bienestar el consumo, hilarante e
insostenible, al que a menudo nos entregamos y que tanto celebran nuestros
gobernantes.
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