OPINIÓN. Colaboración. Por Carlos Taibo
Profesor
de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
03/07/12. Opinión. “Pienso en los grupos de consumo que han proliferado en tantos lugares, en las perspectivas que surgen de las cooperativas integrales, en las ecoaldeas e instancias similares, en los bancos sociales que rehúyen el lucro y el beneficio o, por cerrar aquí una lista que bien podría ser más larga, en el incipiente movimiento que plantea el horizonte de la autogestión por los trabajadores en el caso de muchas empresas amenazadas
de cierre (…)
¿No empiezan a
acumularse los argumentos para sostener que el viejo proyecto libertario de la
autogestión generalizada es, no sin paradoja, mucho más realista que aquel otro
que, al amparo de la vulgata socialdemócrata de siempre, todo lo hace depender
de partidos, leyes y parlamentos?”. Nueva colaboración de Carlos Taibo con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
en la que aporta su
análisis de porqué “es posible hacer las cosas de forma diferente”.
Por la autogestión y la desmercantilización
DENTRO del
movimiento del 15 de mayo -y dentro de otras muchas iniciativas- hay, si así se
quiere, dos grandes posiciones. La primera entiende que el cometido principal
del movimiento estriba en elaborar propuestas que se espera sean escuchadas, en
un grado u otro, por nuestros gobernantes. La segunda, muy diferente de la anterior, aspira, antes bien,
a crear espacios de autonomía en los cuales procedamos a aplicar reglas del
juego diferentes de las que nos impone el sistema que padecemos. Y a hacerlo,
por añadidura, sin aguardar nada de esos gobernantes que acabo de mencionar.
MI impresión es que la segunda de las
posiciones ha ido ganando terreno en el 15-M. No se olvide al respecto que el
panorama general en lo que hace a ganancias de la mano de la primera de las
perspectivas enunciadas es manifiestamente desalentador. Claro que no sólo se trata de eso: hora es ésta de
recordar que en una de sus matrices principales el movimiento del 15 de mayo
nació, un año atrás, al amparo de un propósito expreso de cuestionar un sistema
seudodemocrático en el que al cabo, y de siempre, son los grandes poderes
económicos los que dictan las reglas del juego. Sobre esa base estaba servida
la conclusión de que, aun siendo comprensibles las demandas de reforma de ese
sistema que formulaban muchos sectores del 15-M, la inercia del movimiento
conducía muy a menudo a lo que cabía entender que era una apuesta por la
construcción de un orden distinto y plenamente autónomo.
NO está de más que proponga dos
ejemplos que permiten perfilar el escenario de la discusión. El primero remite
a la muy extendida petición, que algunos asimilan sin más con el 15-M como si
una y otra realidad se solapasen, de reforma de la ley electoral. Supongamos,
que es mucho suponer, que los dos grandes partidos aceptan la reforma en
cuestión y que ésta tiene un perfil saludable. ¿Qué cambios profundos cabe
augurar que se derivarían de ello? La posibilidad de que PP y PSOE perdiesen
una parte, sin duda menor, de los escaños de los que hoy disfrutan en el
parlamento, ¿modificaría sustancialmente la realidad que palpamos en estas
horas? ¿No es lamentablemente ingenuo suponer que una reforma de la ley
electoral va a resolver alguno de nuestros problemas principales?
EL segundo ejemplo que me interesa
rescatar es el de la propuesta de creación de una banca pública. No se trata
ahora de discutir el buen o mal sentido de tal propuesta. Se trata de
preguntarse, antes que nada, cuánto tiempo podemos aguardar para que se perfile
esa fórmula de banca. Lo diré con un punto de ironía: ¿cuánto tiempo habrá de
transcurrir para que Izquierda Unida cuente con 150 representantes en el
Congreso de Diputados? ¿Podemos permitirnos esperar hasta entonces o, como me
temo, los deberes son mucho más acuciantes e imperativos? Mal haríamos en
olvidar que la gestación de una banca pública reclama inexorablemente del
concurso de partidos, parlamentos y leyes, o, lo que es lo mismo, exige el
beneplácito de fuerzas políticas y de grupos de presión que apuestan con descaro,
apoyados en las mayorías, por otros horizontes. Y ojo que no cabe en modo
alguno descartar que populares y socialistas acaben por perfilar una banca
pública con cometidos bien diferentes de los que, cargados de respetables
buenas intenciones, pretenden asignar a aquélla nuestros economistas
socialdemócratas de bandera.
ANTE el panorama que acabo de mal
retratar de la mano de los dos ejemplos propuestos, ¿no es mucho más hacedero y
realista el proyecto que nos invita a construir desde abajo un mundo -unas relaciones
económicas y sociales- nuevo y desmercantilizado? No estoy hablando, por lo
demás, de un proyecto etéreo. Las realidades correspondientes ya están ahí.
Pienso en los grupos de consumo que han proliferado en tantos lugares, en las
perspectivas que surgen de las cooperativas integrales, en las ecoaldeas e
instancias similares, en los bancos sociales que rehúyen el lucro y el
beneficio o, por cerrar aquí una lista que bien podría ser más larga, en el
incipiente movimiento que plantea el horizonte de la autogestión por los
trabajadores en el caso de muchas empresas amenazadas de cierre. En todas estas
iniciativas lo que despunta es un esfuerzo encaminado por igual a rechazar la
delegación del poder en otros y a alentar la práctica de la socialización sin jerarquías, las más de
las veces sobre la base de postulados antipatriarcales, antiproductivistas e
internacionalistas. ¿No empiezan a acumularse los argumentos para sostener que
el viejo proyecto libertario de la autogestión generalizada es, no sin
paradoja, mucho más realista que aquel otro que, al amparo de la vulgata
socialdemócrata de siempre, todo lo hace depender de partidos, leyes y
parlamentos?
A menudo me encuentro a personas que, con argumentos respetables, subrayan que las dos opciones a las que me refiero en este texto no son incompatibles. Lo aceptaré de buen grado: no tengo por qué concluir, en particular, que quien legítimamente pelea por reformar la ley electoral es hostil a la gestación de espacios de autonomía no mercantilizados (y viceversa). Creo, sin embargo, que lo suyo es subrayar que esas dos opciones no sólo remiten a objetivos y métodos diferentes: se materializan también en proyectos organizativos distintos. Mientras en el primer caso el movimiento en que se concretan no es sino un instrumento al servicio de un proceso que debe discurrir fuera de él, en el segundo -el de los espacios de autonomía- ese movimiento se convierte, de la mano de la asamblea, de la democracia directa y de la autogestión, en objeto con vida propia que, cabal y autosuficiente, no precisa de representaciones externas. De cara al futuro, y por su dimensión de demostración de que es posible hacer las cosas de forma diferente, parece que esta última es una apuesta más inteligente.
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