OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga

fernando_wulff.jpg28/09/10. Opinión. “Lo específico de los nacionalismos no es que sean política y humanamente perversos, sino que son falsos” advierte Fernando Wulff en esta colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com que toma el mito vasco de los orígenes, tal como lo construyó Sabino Arana...

OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga

fernando_wulff.jpg28/09/10. Opinión. “Lo específico de los nacionalismos no es que sean política y humanamente perversos, sino que son falsos” advierte Fernando Wulff en esta colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com que toma el mito vasco de los orígenes, tal como lo construyó Sabino Arana, para desmontarlo con hechos históricos: los vascones ni eran belicosos, ni fueron inmunes al imperio Romano, ni hablaban euskera antes de la dominación romana.

Sobre mitos nacionalistas: los vascones que no hablaban vasco

LO específico de los nacionalismos no es que sean política y humanamente perversos, sino que son falsos, viven de una historia falseada, amputada de lo que verdaderamente ha sido esta especie sorprendente de la que formamos parte, del encuentro, la mezcla, el intercambio, el nacer y renacer de culturas, sociedades, civilizaciones. Cuantos más puros e incontaminados se dibujen los orígenes, con más mentiras hay que apuntalarlos. La falsedad esencial de los nacionalismos -que el mundo se ha movido a partir de sociedades constituidas por unidades rígidas, fijas, en las que la cultura, la lengua, la raza, las “tradiciones” formarían parte de un bloque compacto, puro iceberg frente a otros- es el otro lado de sus políticas de exclusivismo, destrucción cultural e ingeniería social, y solo se sostiene a base de acumular medias verdades e ilimitadas mentiras.

UNO de los ejemplos más interesantes en este sentido es el conjunto de relatos alrededor de la identidad vasca en el tiempo, que presenta la peculiaridad, además, de ser creídos y tenidos por ciertos por muchos no nacionalistas, dentro y fuera del País Vasco.

EL mito vasco de los orígenes, tal como lo construyó Sabino Arana y como es predicado desde instancias nacionalistas, podría definirse en cinco puntos: 1) los vascos, entonces vascones, hablantes del euskera, serían los habitantes en la prehistoria y la historia de las zonas vasca y Navarra e incluso –en la versión más entusiasmada- de buena parte del norte pirenaico y del Valle del Ebro. 2) Serían, además, sus habitantes primordiales. 3) Estas poblaciones, indómitas y aguerridas, habrían mantenido su lengua contra Roma, incluso -de nuevo en la versión más entusiasmada- dejando fuera de allí al poder romano. En todo caso, el grado de romanización habría sido mínimo. 4) Todo esto implicaría también una identidad racial, puesto que lengua y raza irían de la mano. 5) Su continuidad se mostraría en la pervivencia en ése su hogar ancestral de una identidad vascona uniforme que perduraría junto con la lengua y sin influencia de nadie hasta y después de la Edad Media, con sistemas políticos comunes y un modelo cultural común.

LO curioso del caso es que ni uno solo de estos cinco presupuestos es cierto. Permítaseme apuntar unos datos someros y bien asentados. Empecemos por decir que los “vascones” noikurrina habitaban en el actual País Vasco. Las fuentes antiguas no los sitúan nunca allí, donde sus habitantes son denominados autricones, várdulos y caristos, sino en una zona de Navarra. Lo inquietante, además, es que no hay ni un solo dato que permita suponer que los autricones, várdulos y caristos hablaran una variante del euskera, sino que hablaban lenguas indoeuropeas. Y tampoco los vascones se diferenciaban en su cultura material de esos u otros vecinos y, sobre todo, hay índices muy claros de que no se hablaba allí una lengua vasca antes de los romanos, y que fue bajo el poder romano cuando llegaron algunos hablantes de euskera que se integraron entre los vascones como un grupo más en un contexto multilingüe. Los “vascones” originales no hablarían, entonces, vasco.

PERO antes de hablar de esto, merece la pena hablar de su belicosidad e independencia. Hace tiempo que muchos autores vienen señalando que tenemos noticias de las luchas de iberos y celtíberos de la zona del Ebro y los Pirineos contra los invasores romanos en la primera mitad del siglo II a. C., pero ni una sola referencia en las fuentes a luchas contra Roma de los vascones. De hecho, una de las primeras noticias del territorio vascón se refiere a un período muy posterior, ya con la dominación romana muy asentada en los años setenta del siglo I a. C., cuando en plenas guerras civiles entre generales romanos, uno de ellos, Pompeyo, pasa el invierno allí y funda una ciudad que lleva su nombre, la actual Pamplona. Y ni siquiera entonces hay noticias ciertas de su papel en esa guerra.

Y, por supuesto, en medio de un imperio romano que abarcaría desde el Rin y Danubio hasta el Norte de África nadie puede sostener sin rubor que se mantenían independientes. Desde esa primera mitad del siglo II a. C. están bajo el poder romano. Que no hubiera pasado nada en esa “tribu”, y que siguiera sin pasar nada después, en los muchos siglos que quedan de imperio hasta el siglo V d. C., es decir, que tras siglos y siglos de pertenencia al imperio mantuvieran unas señas de identidad colectiva precisas e incontaminadas es insostenible desde muchas perspectivas, empezando por las muchísimas pruebas de integración en el cambiante mundo romano que ya apuntó Julio Caro Baroja y que se multiplican cada día gracias a la arqueología. Todavía más claro aún es el hecho en absoluto desdeñable de que no sabemos prácticamente nada de cómo eran esas supuestas formas prístinas, de las que no hay ni noticia, ni resto material alguno, así que sostener (contra toda evidencia) que se mantienen después es todo un brindis al sol.

EN un libro donde también puede el lector curioso, por cierto, encontrar referencias precisas a cómo la genética ha desmontado los presupuestos racistas del mismo modelo nacionalista vasco, un notable lingüista, Francisco Villar (F. Villar, B. M. Prósper, Vascos, celtas e indoeuropeos. Genes y lenguas, E. U. Salamanca, 2005), se realiza un estudio de los topónimos (nombres de lugares), antropónimos (personas/grupos) y teónimos (divinidades) prerromanos. Todos ellos, y los topónimos en particular, remiten sin duda a los tiempos más antiguos.

pompeyoDE su trabajo se deduce, como señalaba, que el actual País Vasco era una zona de población de lengua indoeuropea, no de euskera(s). ¿Y la zona propiamente “vascona”, en Navarra? A la constatación, ya realizada previamente en base a las inscripciones y que Villar refuerza, de que en época romana estaba habitada por gentes de lengua (o lenguas) indoeuropea, ibera y (quizás minoritariamente) vascona, aparte de latín, le añade un dato definitivo: la toponimia prerromana es abrumadoramente indoeuropea o, en sus términos (p. 509): “Ningún topónimo demuestra, pues, que hubiera euskaldunes ni en el País Vasco ni en Navarra antes de la época de Pompeyo”.

DICHO de otra manera: la población vascona, los habitantes de esa zona de Navarra, hablaba una lengua o lenguas indoeuropeas o iberas y las pocas gentes que hablaban variantes del euskera llegan después. No había vascones que hablaran vasco hasta ese momento.

NO parece necesario hacer más comentarios sobre el modelo en demolición. Con todo, a lo mejor merece la pena, para acabar, contestar a una pregunta implícita en lo anterior. Si la primera llegada de hablantes de lo que modernamente llamamos euskera se produce tras la conquista romana ¿cuándo se produce? No es una hipótesis que el lugar donde hay constatada en época prerromana una presencia destacada de gentes de lenguas vascas es una zona de la Aquitania, en el Sur de la actual Francia. Pompeyo había traído provisiones para sus luchas en la línea del Pirineo-Ebro desde Aquitania por la línea de la costa y organiza después, ya vencedor, el conjunto del territorio. Con el futuro gran general romano -por entonces tenido en Roma poco menos que como un adulescentulus carnifex, un niñato carnicero- de quien se conocen desplazamientos de pueblos entre Hispania y la Galia, se relaciona fácilmente el topónimo de Pamplona (Pamplona es Pompaelo, la ciudad de Pompeyo), que contiene un final euskérico, pero quizás también el extraño Oiasso/Oiarzo (Oyarzun) “vascón”, el otro indudable, ya situado en la actual Guipúzcoa, cerca del mar y del paso de los Pirineos a la Galia, en la estratégica ruta de la costa. ¿Se debe la primera presencia de euskaldunes en la Península Ibérica a que Pompeyo habría traído consigo aquitanos de la Galia como tropas auxiliares de su ejército (romano), los habría asentado en ambas poblaciones y los habría usado para contrapesar los fuertes apoyos indígenas de su enemigo Sertorio? ¿O a uno más de los movimientos posteriores de pueblos que impone para asegurar los delicados territorios de los Pirineos? Aliados de los romanos o víctimas, se les situaría en un mundo, el vascón, existente previamente y en el que se integrarían en ese espacio de hablantes del latín, el ibero y lenguas indoeuropeas.

DE hecho, lo más probable es que siguieran siendo minoritarios en la zona “vascona” de Navarra o que la lengua misma desapareciera hasta la llegada de nuevos hablantes de estas lenguas desde Aquitania en los tiempos en los que visigodos y francos se enfrentaban entre sí en esa misma zona y que, esta vez sí, ocuparon una parte de los territorios de los actuales País Vasco y Navarra. No es nada extraño esto: a pesar de lo que se suele creer, y a pesar de fuentes tan sólidas como Astérix, el bretón, por ejemplo, se habla hoy en día en la Bretaña francesa porque por esa misma época, en la que se mezclan los efectos de la caída del imperio romano y las invasiones bárbaras, llegaron huyendo allí desde las Islas Británicas hablantes de una lengua céltica.

NI habitantes prístinos y originales, ni siquiera propiamente indígenas, una base bien frágil para una construcción que resulta todavía mucho más cuestionable para los siglos que siguen. Pero este es tema para otra columna. No me siento capaz en unas pocas líneas de describir algo que también Julio Caro Baroja señaló hace tiempo, y desarrolló Jon Juaristi, para los habitantes de las tierras vasco-navarras: la vinculación directa entre los puestos de trabajo que ofrecía el imperio de los Austrias en los siglos XVI y XVII, su reivindicación de la exigencia de limpieza de sangre frente a la competencia de los conversos, y su auto-exaltación como españoles prístinos en base a la “prueba” de la persistencia de una lengua prerromana que demostraría que nunca esos territorios habían sido conquistados por romanos, visigodos o musulmanes, ni pervertida en su sangre por moros y judíos. Son esos orígenes turbios los que el inventor del nacionalismo vasco, el racista, católico integrista y ultra-reaccionario Sabino Arana, esculpirá con los nuevos instrumentos del nacionalismo a finales del siglo XIX.

PUEDE consultar aquí anteriores artículos de Fernando Wulff Alonso:
- 16/09/10 Berlusconi, Mussolini, otras memorias históricas
- 20/07/10 Otro 1974: el PSOE como precursor y adelantado
- 17/06/10 Torturas de apenas ayer. Mirando a los ojos del pasado
- 28/05/10 De políticos, engaños y patrimonios dilapidados: el caso de los yacimientos fenicios en Málaga