OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura y @malagalab

27/06/16. Opinión. El arquitecto Fernando Ramos analiza en este nuevo artículo de opinión en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com algunas de las manifestaciones realizadas hace unos días por el concejal de Ordenación del Territorio del Ayuntamiento de Málaga, Francisco Pomares, en relación al derribo del edificio de La Mundial. “Sostiene Pomares que lo importante no son las ideas, las opiniones, los...

...criterios, las prioridades y las voluntades, sino los Informes. Algunos, no todos. Sólo los que hace suyos. Y los de otros, pero siempre que coincidan con los que hace suyos. Aunque los suyos, a veces, se contradigan, sean poco claros, incoherentes, incompletos, sean parciales, o divaguen. Las opiniones, o los informes de los demás, no sirven”, recalca Ramos.

Sostiene Pomares

SOSTIENE Pomares que lo conoció un día de verano. Que no era más que un maestro de obras, que hacía cualquier cosa con tal de sobrevivir. Que por lo visto se llamaba Eduardo, y ni siquiera era arquitecto, dónde vas a parar. Por un plato de lentejas, y con cuatro duros, nuestro pobre Eduardo el mal pagao era capaz de medio construir cualquier cosita resultona, para ir tirando, mientras le llegaba algún encargo digno; una calle importante, una catedral, un monumento, o algo que incluso los más necios del lugar pudieran considerar como valioso, a la primera, sin mayor reflexión, y sin tener que acudir a preguntarle a los que realmente saben de eso.

SOSTIENE Pomares que está harto, que es pesadísimo estar dando continuamente lecciones. Lecciones de todología condensada, de cuñadismo ilustrado, sabiendo además que nadie las va a leer, y mucho menos a entender. Y menos que nadie, los concejales. Esos concejales. Esos que no valoran el esfuerzo de ejercer continuamente de meticuloso papagayo, seleccionando, memorizando y repitiendo sólo aquello que coincide con las premisas propias. Con lo que cuesta trenzar informes sectoriales con alfileres, reinterpretar normativas con creatividad, acotar y separar lo que se puede revisar y lo que no, prorrogar lo improrrogable, modificar parcialmente lo aprobado como conjunto, en fin, elevar la burocracia a cotas de excelencia nunca vistas, y siempre, ojo, dentro de lo legal. Lo que sea, con tal de evitar el debate abierto, y poder imponer proyectos a la mayoría.


NO
era consciente Eduardo de su propia realidad, de la demanda desbordante de maestros de obra que había entonces; sin darte cuenta, te veías contratado por cualquiera, no sé, por la burguesía pudiente o la nobleza de postín, una de esas familias llenas de apellidos o de posibles, o de las dos cosas a la vez, de ésas que luego salen en los papeles con letras gordas. De ésas que no se conforman con cualquier cosa, y normalmente seleccionan lo mejor cuando quieren invertir sus cuatro duros. Porque pueden. De ésas que suelen escoger a los verdaderamente más preparados para ejercer los cargos de mayor responsabilidad. No como ahora.

SOSTIENE Pomares que, a veces, para comer, hay que aceptar trabajos de todo tipo, y que la calidad del mismo no reside en el proyecto resultante, sino en el tipo de encargo: o rehabilitaciones (malo), o grandes edificios (bueno); lógicamente, si éstos son no ya grandes, sino enormes o desproporcionados cual mamotretos, el encargo es inmejorable. No obstante, algunos arquitectos se atreven también con esas labores indeseables de rehabilitación, dificilísimas de ejecutar, y no digamos de nominar. Hoy, algunos, tienen habilidad como para desproteger, destruir lo antes protegido, construir otra cosa en otro lugar, añadirle algunos escombros recuperados de lo antes protegido y ya destruido, y seguir denominando a todo el proceso como rehabilitación y conservación de lo protegido. Maravillas de la neolengua. Cosas de los arquitectos de verdad. Los de hoy. Los grandes. No como Eduardo.

SOSTIENE Pomares que lo importante no son las ideas, las opiniones, los criterios, las prioridades y las voluntades, sino los Informes. Algunos, no todos. Sólo los que hace suyos. Y los de otros, pero siempre que coincidan con los que hace suyos. Aunque los suyos, a veces, se contradigan, sean poco claros, incoherentes, incompletos, sean parciales, o divaguen. Las opiniones, o los Informes de los demás, no sirven. Aunque argumenten. Aunque señalen los errores y las contradicciones, o planteen alternativas. Incluso aunque vengan firmados por técnicos equiparables, pero discrepantes. Cuando se discrepa, claro, automáticamente pierde uno la capacidad crítica y la razón. Además, todos sabemos que los profesionales se clasifican en dos grupos: los del Ayuntamiento y la Junta, y ya después, los otros miles. O decenas de miles. Si esos miles no apoyan un proyecto urbano estratégico y lo cuestionan profundamente, no importa demasiado, porque sólo cuentan los del primer grupo.

ESPECIALMENTE se pierde la razón cuando los que protestan, los que exigen alternativas técnicas inteligentes y viables, son cuatro; exactamente cuatro. Si fueran cinco, o seis, como los técnicos que firman todos los informes que sostiene Pomares, entonces ya sería otra cosa. Pero cuatro técnicos, no. Y cuatro ciudadanos, no digamos; ni cuatro, ni cuatrocientos mil. Sobre todo si están bajo el influjo perverso del amor al edificio y el entorno urbano que le da sentido, que ya se sabe que razón y corazón son incompatibles. Hasta el punto de que puede llegar uno, sorpréndanse, a enamorarse de camas, sólo por haber sostenido previamente a famosos; famosos, como algunos arquitectos de hoy. O como algunas plazas, como la de Camas.

SOSTIENE Pomares otras muchas cosas graves, cual Atlante contemporáneo. Sobre registros inactivos, solares eternos y ruinas crecientes. Sobre licencias, disciplinas y departamentos. Sobre plazas, camas, proyectos, directores de obras y fondos europeos. Sobre cines abandonados, y demoliciones inviables si no hay proyecto de por medio. Sobre responsabilidades civiles y penales, contraídas en los Plenos municipales, por el sólo hecho de opinar y pronunciarse coherentemente, con criterio técnico y político propio. En realidad, sobre casi todo lo que tiene que ver con la gestión colectiva pero no participada del urbanismo, y siempre en el sentido de coartar las opiniones adversas, desactivar las protestas, deslegitimar la discrepancia y ridiculizar el debate.

SI a esa poca habilidad para el diálogo y la reflexión compartida, se le suma el Síndrome de Stendhal galopante que le afecta cada vez que se nombra al autor del proyecto destructor de La Mundial, le viene a uno inevitablemente a la cabeza aquel fiscal general Rassi de La Cartuja de Parma, tan hábil en recursos tecnocráticos, refractario a las opiniones ajenas y al debate, como amigo de imponer siempre su opinión personal, esto es, la de sus superiores, que nos describía dicho escritor así: "Fuera cual fuera el cariz que pudiera presentar una causa, hallaba con facilidad y al momento los medios perfectamente legales para llegar a una condena o a una absolución. Era, sobre todo, el rey de las triquiñuelas forenses".

SOSTIENE Pomares, en fin, tantas cosas y tan insostenibles, en un esfuerzo tan notable y visible de funambulismo suicida, que no puede uno dejar de preguntarse dónde se sostiene a su vez Pomares. Se pregunta uno qué, o quién, sostiene a Pomares, de dónde obtiene la legitimidad insondable que se arroga o el conocimiento privilegiado y exclusivo que se atribuye a sí mismo y a los que opinan como él. Sobre todo, cuando parece tan evidente, nada más escuchar sus argumentos científicos, que no es el técnico mejor preparado para tamaño desempeño estratégico. Empieza uno a cuestionarse con preocupación la sostenibilidad de una ciudad capaz de depositar las máximas responsabilidades urbanísticas sobre concejales crecientemente insostenibles, aunque tercamente sostenidos.

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