OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura y @malagalab


16/09/16. Opinión. “Resulta que, al final, no era tan distinto lo analógico y lo digital, la amistad en vivo o en red, incluso para nosotros los viejunos. Si hace dieciocho años, el teléfono góndola me trajo la muerte de un gran amigo, hoy ha sido un tuit el que se me ha llevado una gran afinidad”. El arquitecto Fernando Ramos se despide en este texto de su compañero de profesión José Antonio Moreno Márquez, fallecido recientemente y que...

...fue colaborador de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. El texto, que también puede leer en su muro de Facebook (AQUÍ), recuerda que fueron las redes sociales las que los pusieron en contacto.

Las afinidades digitales

LOS
que peinamos algunas canas y nacimos analógicos siempre llevamos las de perder en la vida digital. Las escasas herramientas que teníamos para defendernos de estos golpes traicioneros de la puta vida siempre resultaron pobres, pero ahora, además, nos parecen desubicadas. Nos vemos sin suelo firme y reconocible donde aplicarlas.

EN
lo funesto, que llega sin avisar y te obliga por cojones a repensarte, se mira atrás y reconoce uno el hilo de la amistad, la de siempre, la tejida a la antigua, se desanda confiadamente terreno conocido y real, se hace incluso a ciegas, aunque resulte penoso. Hacer lo mismo en la era digital, la de la amistad en red, equivale a desorientarse, perder el camino con facilidad, y sentirse incapaz de acotar, de definir. Analógicamente, sabemos ubicar los puntos y momentos de referencia, discernir entre todas las personas que componen una sola persona, y reclamar el amigo, el colega, el conocido o el vecino; pero en digital, en red, todo se difumina y se multiplica a la vez entre espejos paralelos, se vuelve más inaprensible y resbalamos rápidamente, ni siquiera sabe uno muy bien cómo ha llegado hasta aquí. El perfil no encaja en ninguno de esos perfiles. Y si no hay perfil nítido, si no hay relación precisa, parece, o no haber reacción apropiada, o serlo todas a la vez.

A
José Antonio lo conocí así, a lo digital, antes que de ninguna otra manera. Un perfil, un avatar prolífico, que ofrecía ideas, dibujos, críticas, conocimientos, terabytes de humorismo, columnas, sin esperar nada a cambio, salvo estar a la altura. Una afinidad incipiente. Desde entonces, el hilo digital ha sido siempre el nexo más sólido y constante. A él, puntualmente, conseguimos con no poco esfuerzo coser algunas llamadas y conversaciones, algún almuerzo entre colegas, o algún encuentro casual a la puerta del súper, mientras se dirigía a paso rápido hacia el desfile del imperio galáctico y blanquísimo. Un tipo interesante, un compañero valioso, superpuestos al articulista, al cartógrafo urbano y al perfil afín y activo. Tan activo, que mi primer tuit no es mío, sino suyo. Porque él también encontraba afinidades y superponía personas a perfiles, o viceversa.

SOBRE
esa urdimbre que siempre fue @jammarq para mí se fueron añadiendo rápidamente más nodos e inquietudes comunes, que ahora de golpe se han convertido en huella digital, acumulación de interacciones y proyectos, más o menos efímeros o aplazados pero siempre estimulantes. Un telar de identidades, actitudes y conocimientos que finalmente se acerca bastante a una cierta manera socarrona de plantarle cara a la vida real. Y, por cierto, una manera de ejercer la arquitectura mucho más poderosa, enriquecedora, constructiva e influyente en la realidad que limitarse a prestar servicio remunerado desde la gatera de la profesión regulada. Ahí quedan, por ejemplo, las ideas compartidas en su iniciativa del MediaLab Astoria.

EL
mismo hilo digital y aséptico, pero menos, me trae ahora noticia de su desaparición, de su fallecimiento. De su desconexión aparente. Desconexión que ya para mí va a ser imposible, porque al vínculo original de bytes respondones y provocadores al que sumé luego el articulista, el compañero y colega, el dibujante, y más tarde la persona, se le ha unido ahora la conmoción, la tristeza, y la impotencia de la pérdida irreparable.

SENSACIONES
que habitan un terreno intermedio entre el de la pérdida del creador admirado y seguido a distancia, y el del amigo inmediato con que has crecido. Ni uno ni otro, pero los dos. Como intentar sumarle a una inquietud intelectual abstracta una identidad personal y concreta, o añadirle a una identidad cercanísima una razón cultural que justifique el apego. Las identidades afines no están siempre al alcance de los dedos, aunque sean digitales. Ni falta que hace. Las afinidades digitales construyen también su propio territorio de afectos, que no necesitan delimitarse con precisión para apoderarse de uno completamente, y quedarse para siempre.

RESULTA
que, al final, no era tan distinto lo analógico y lo digital, la amistad en vivo o en red, incluso para nosotros los viejunos. Si hace dieciocho años, el teléfono góndola me trajo la muerte de un gran amigo, hoy ha sido un tuit el que se me ha llevado una gran afinidad. Tanto entonces como ahora he sentido los mensajes como golpes contundentes, independientemente de la distancia al emisor, del soporte que los trae, o la naturaleza precisa de esa afinidad. Tanto entonces como ahora, la misma sensación de haber tenido la suerte de cruzarme por este barrio con ellos dos, pero de habernos quedado a medias en el trato, joder.

SI
me ha quedado claro que la afinidad no sabe de medios, sino de identidades e intensidades, tal vez la mayor diferencia sea que, cuando escasean los vínculos inmediatos, humanos, y se depende más de lo digital para estar en contacto, el mazazo es mayor, porque es aún más inesperado y traicionero. Resulta paradójico que lo digital, tan aparentemente abstracto, frío y distante, resulte tener más y peor mala hostia que la vida misma, porque se vale de nuestro uso discontinuo de la red para preparar la cabronada a conciencia, y pillarte desprevenido. Y, claro, jode, hiere, duele, incluso más. Duele, pero no en digital, sino en analógico de toda la puta vida.

DESCANSA
en paz, José Antonio.

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