OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura y @malagalab
07/07/17. Opinión. El arquitecto Fernando Ramos analiza en su artículo para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com el conflicto de los ruidos en los colegios de Málaga, un problema que ha ocasionado numerosas denuncias por parte de los vecinos. La cuestión se ha puesto de manifiesto en los medios durante las últimas semanas, medios que han señalado a los que protestan por el exceso de ruido como...
...el verdadero problema de este asunto. Esta contaminación acústica es fruto de la falta de infraestructuras que insonoricen los patios, y de la sobreexplotación de los colegios como centros deportivos fuera del horario escolar. Además en el artículo se aporta un mapa donde se señala los principales puntos de contaminación acústica en Málaga y del tipo que son.
Mapa de los vecinos de Málaga
NO todo va a ser involución en esta ciudad. A veces, también tenemos progresos que celebrar; hitos históricos, incluso. En las últimas semanas, por ejemplo, hemos podido asistir a la desaparición oficial de la Contaminación Acústica. Al menos, en lo que toca al deporte infantil. Se ha esfumado de la escena pública, aunque nadie sepa muy bien cómo ha sido.
HEMOS leído abundantemente sobre el embrollo este del ruido y el deporte infantil en algunos colegios. Y parece que concluimos, hay consenso general entre redactores y columnistas, que el único problema real reside específicamente en ciertos vecinos. Unos pocos denunciantes, aparentemente incapaces de valorar las virtudes del deporte infantil, o de apreciar la calidad inherente al sonido que produce. Es más, probablemente, leemos entre líneas, sean presos de algún trauma infrecuente, que les hace odiar por sistema el sonido de un balón de baloncesto. En cualquier caso, queda claro que ellos son el problema.
POR un momento, parecía que íbamos a tener que enfrentarnos a esa tarea que sigue existiendo en otras urbes, pero aquí ya no, la del ruido. No sabemos exactamente cuándo, pero está claro que lo desterramos hace tiempo. Al menos, hace más de dos años, ya que fue entonces cuando esos vecinos denunciaron el inexistente asunto. Como la queja no tiene sentido ya, naturalmente, solo queda la explicación lógica de la asocialidad de esos vecinos, ya sea en sus variedades de pejigueras, quejicas, amargaos, o simplemente odiadores.
AL no contemplar siquiera la mera posibilidad de que exista realmente el conflicto, estamos decretando de facto su desaparición fulminante de nuestro ecosistema urbano. De ahí que extrañe que, acto seguido e incoherentemente, tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento acuerden implementar, en esos mismos colegios denunciados, algunas intervenciones técnicas para reducir la contaminación acústica que ya habíamos acordado inexistente, salvo en la truculenta obsesión de ciertos vecinos. Lo coherente habría sido derogar, total o parcialmente, o a ratitos, la Ordenanza de Ruidos en lo tocante al deporte, en lugar de gastarnos el valioso presupuesto público en solucionar un problema irreal.
TAMPOCO parece razonable que en esta ciudad haya que disponer más dinero en ese tipo de instalaciones, cuando todos sabemos que tenemos una infraestructura extraordinaria e inmejorable. Por supuesto. Ningún distrito de la ciudad tiene carencia de equipamiento deportivo público, accesible y perfectamente equipado, tanto para practicar deporte, como para evitar el más mínimo impacto medioambiental sobre su entorno inmediato. Todos los colegios de la ciudad se disponen con zonas de absorción acústica a su alrededor, ya desde la aprobación del planeamiento. No podría ser de otra manera en una ciudad que no solo "funciona", sino que es "smart", y es parte de una región no solo "imparable", sino de enésimas "modernizaciones".
TODOS sabemos, además, que los colegios tienen el uso que les corresponde, para el que fueron diseñados, y de acuerdo a su contexto urbano. Si se usan eventualmente en horario extraescolar, como instalación de alto rendimiento deportivo, es porque hay un acuerdo específico para ello, suscrito entre las dos administraciones competentes, y los clubes deportivos, que resuelve eficazmente cualquier efecto no deseado sobre las instalaciones escolares o el tejido urbano circundante. Nadie concibe en Málaga que esos colegios, y su entorno, vengan sufriendo sobreexplotación hace años, mientras nadie se hace responsable de los efectos negativos. Nadie puede imaginar que se hayan venido sobreutilizando de manera descontrolada y chapucera, sin atender a las consecuencias para el medioambiente urbano en que se insertan. Eso, aquí, no pasa.
ANTE la incoherencia de gastar sin sentido, seguiremos buscando información entre todo lo publicado por esos mismos medios, esos que han sancionado públicamente la inexistencia del ruido en Málaga (porque, insistimos, no es posible que nadie en sus cabales se queje del sonido del deporte infantil, todo es culpa de cuatro vecinos) y podremos ver con sorpresa que en la ciudad sí se está consolidando otro problema endémico, y no pequeño. Lo podríamos llamar la plaga de los vecinos amargaos, pejigueras y denunciantes del ruido. Si repasamos lo que se viene publicando en los últimos 15 años, en esos mismos medios, podremos ver que los focos de la plaga aparecen continuamente y de improviso, en cualquier parte de la ciudad, siempre odiando con fijación alguna actividad en particular, pero distinta en cada episodio. Por sus propias características, constituye un peligro de cohesión social serio y de difícil solución: es imposible determinar con antelación dónde y por qué van a tomarla con algo, y aparecen pertrechados de traumas, leyes, y denuncias. Y tiempo de sobra. Y maldad; sobre todo, maldad gratuita.
LLAMA la atención que todos los focos de amargaos tienen en común una cosa: que utilizan el ruido como excusa para denunciar y acosar a la actividad que odian. A veces, ojo, consiguen arrastrar en su insensatez incluso al Defensor del Ciudadano, o al Defensor del Pueblo Andaluz, o a Departamentos y Áreas enteras de Medio Ambiente municipales y autonómicas. Qué liantes. Pretenden, fíjense, hacer cumplir interpretaciones literales e inequívocas de normativas y leyes vigentes, y para ello, ojo, no dudan en recurrir a la autoridad competente en la tutela de esas normas. Qué despropósito. Quieren extender por la ciudad el mito de la contaminación acústica, cuando sabemos que realmente el problema son ellos. Y cuidado, porque se reproducen al mismo ritmo que las cotorras argentinas, y llevan haciéndolo ya no menos de 15 ó 20 años.
Veamos.
TENEMOS, por ejemplo a los vecinos del Carrefour Alameda, odiadores de las superficies comerciales, aunque ellos digan cínicamente que solo denuncian el ruido excesivo que genera la carga y descarga. Unos jartibles. Estos se llevarán bien, en su monomanía, con los vecinos de la carga y descarga del Teatro Cervantes, o de cualquier mercado municipal, que suelen denunciar lo mismo. Criaturitas, en contra de la compraventa y los mercados, tan esenciales en la ciudad.
TAMBIÉN tenemos a aquellos de Parque Litoral, que están en contra de que se limpie la ciudad. Dicen que se quejan del ruido insoportable por la concentración de camiones día y noche, ya que Limasa no acaba nunca de trasladarse desde La Térmica a Los Ruices. Pero en realidad odian la limpieza, y quieren la ciudad bien sucia. Estos son primos hermanos de los que se quejan de los baldeos a las tantas de la madrugada, los gritos entre operarios, los camiones que no se renuevan, las barredoras sinfónicas, o los sopladores huracanados de hojas. Entre ellos se entienden. Nosotros, no, claro.
ESTÁN también los que odian las fiestas y celebraciones. Todas. Lo mismo las de Limonar 40 o el Restaurante Montana, que las de las discotecas Leblon y Bloss, o Príes Disco Lounge y la Soho Culture Club. No digamos las celebraciones del Centro Histórico. Que protestan, no por el ruido incontrolado de las celebraciones, ojo, sino porque están en contra de que se celebren cosas. Ni comidas, ni fiestas. Están en contra del ocio y la alegría. Las celebraciones en el espacio público, o las que ocurren en el espacio privado pero se oyen en el espacio público, no producen nunca, bajo ningún concepto, molestias acústicas. Si se pide que respeten la normativa, es porque se las odia.
ESPECIALMENTE perniciosos para la ciudad son los que odian la Semana Santa, porque claro, su odio se extiende a los 365 días del año, en paralelo a la actividad socioeconómica cofrade. La odian tanto, que no permiten ni siquiera que ensayen a corneta libre en el espacio público. Tanto daban la paliza, que consiguieron que se habilitaran algunas salas de ensayo bien equipadas para la música cofrade. Otra vez empleando dinero público para solucionar problemas inexistentes.
EN el apartado odiadores de música, están también los odiadores de música contemporánea, no crean. Estos no van a por los santos, sino a por los pecadores. Hunden sistemáticamente lo mismo el 101 Sun Festival o el Festival SMS, que cualquier sala con música en directo, o los ensayos de sonido de cualquier evento en la calle. Que dicen ellos que es por los niveles insoportables de ruido; pero no les creemos, claro. Son el subgrupo conocido como catetos, o palurdos, y odian la música contemporánea. De sobra sabemos que nuestra ciudad rebosa de espacios públicos perfectamente equipados para festivales y eventos multitudinarios, accesibles, y estratégicamente situados para no causar molestias innecesarias al resto de la ciudad; como también hay multitud de salas privadas, insonorizadas, y bien distribuidas, sin saturar ningún distrito, pongamos, el Centro. Así que se trata de puro odio gratuito, otra vez.
LUEGO están los que odian a los perros. Los cinófobos. Estos lo mismo odian las perreras de la Comisaría Provincial, que el Parque Canino de Olletas. Odian perritos, aunque sostengan que solo piden reducir el impacto de los ladridos sistemáticos. Estos vecinos, además, tienen su propio colectivo némesis, que son los odiadores de petardos porque hacen sufrir a los perros. Que, en realidad, solo quieren hundir la actividad económica de la industria del petardo, claro, porque están secretamente hermanados con los odiadores de fiestas y celebraciones, cuyo objetivo ya hemos visto que es hundir la economía de la celebración.
NO se lo van a creer, pero dentro del deporte, también hay odios varios. Los de Churriana y Añoreta, por ejemplo, odian el pádel, y porque sí, no por el ruido de sus pistas. Y curiosamente, dentro de los odiadores del deporte infantil, hay una subespecie, que es la de odiador del deporte infantil en instalación municipal. Que ha salido poco en estos días, por cierto. Su hábitat natural ronda los campos de La Mosca, El Duende, la Olímpica Victoriana, o San Ignacio, y en sus ensoñaciones, se quejan del abuso escandaloso de las instalaciones o de que se celebren incluso comuniones a toda pastilla en algunas de esos campos. Cuando todos sabemos que, de siempre, la gestión de horarios, usos, y sonidos, es inmejorable. Los que odian San Ignacio tienen otra subfamilia, además, que son los que odian específicamente la Feria del Palo, así, por odiar. No porque se oigan los altavoces a escape libre toda la noche en un radio de 2 kilómetros. Dentro de los odiadores de Ferias, también están, claro, los del Centro o Cortijo de Torres. Esas ferias donde reina el paisaje sonoro más equilibrado de toda la ciudad.
TAMBIÉN se forman a veces colonias, por barrios. Odiadores del barrio en el que viven. Están los que odian el Centro, los que odian Teatinos, y ahora empiezan a crecer los que odian Pedregalejo y El Palo. Que no aceptan que vivir ahí no conlleva ningún problema especial, porque ya hemos quedado antes en que el ruido no existe en Málaga. A estos los llamaremos "los que deberían irse a vivir al campo". Si denuncian ruido, es solo porque odian el espacio público, las celebraciones, la alegría y la actividad económica de cualquier tipo. Como vemos, a veces los odios se superponen e intensifican, cuando actividades y barrios coinciden como objeto de odio.
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EN fin, hay muchos más, pero ya nos hacemos una idea suficiente de su presencia. A lo tonto, hemos dibujado un mapa bastante completo de la implantación de la plaga de vecinos amargaos. Un mapa que cada vez se está haciendo más denso, más activo y más visible. Incluso en los mismos medios que en estos días han reducido la controversia a la manía de cuatro vecinos contra el deporte infantil. Un mapa de vecinos amargaos, odiadores y denunciadores de cosas, bajo la excusa del ruido producido por esas cosas, y paradójicamente con el apoyo de normativas y leyes varias, Defensores del Ciudadano o del Pueblo y Áreas de Medio Ambiente de diverso rango.
LO malo de los mapas es que desenfocan, o amplían la perspectiva, según se mire, y podría dejar de parecernos que la culpa la tienen los denunciantes. Podría parecernos que los conflictos del espacio acústico se reproducen por toda la ciudad desde hace dos décadas, y que aparecen porque la administración pública no hace su trabajo en materia de contaminación acústica, que es equipar instalaciones y espacios públicos, paliar efectos dañinos y educar ciudadanos. Podría parecernos que los conflictos, a causa de esa dejación, no paran de crecer. Y que lo hacen exponencialmente a medida que los vecinos toman conciencia de que no tienen por qué soportarlo, por la sencilla razón de que esas actividades no tienen por qué producirlo a niveles tan tercermundistas, y la administración pública no tiene por qué permitir que se produzca así ni tiene derecho a mirar para otro lado.
SI atendemos a la realidad del mapa de conflictos acústicos de Málaga, a sus causas y efectos, podría parecernos, en fin, que los cuatro vecinos que estos días todos los medios han señalado como el origen del problema, son en realidad los que están consiguiendo mejoras para todos, especialmente en el patrimonio común del Paisaje Sonoro. Son los que han puesto de manifiesto que pretender sobreexplotar algunos colegios públicos como centro de alto rendimiento deportivo, hasta las 23:00 y a diario, es insostenible. Son los que han conseguido que sepamos que el origen del problema es que no se ponen de acuerdo entre el Ayuntamiento, la Junta de Andalucía y los clubes deportivos, para financiar, equipar y organizar racionalmente el uso de los colegios en horario extraescolar, sin que suponga una agresión acústica insoportable para su entorno.
EN adelante, cada vez que salte a escena otro nuevo foco de conflicto acústico, que lo hará, y antes de señalar con frivolidad a los supuestos culpables y desinformar, podríamos repasar entre todos lo ya publicado, para tener perspectiva situada. Y recordar que, entre las pocas virtudes del ruido, está la de constituirse en síntoma evidente de que algo no está funcionando bien en el frágil equilibrio del ecosistema urbano y su inherente Paisaje Sonoro. Allí donde haya una denuncia de ruido, especialmente cuando las mediciones demuestran su existencia real e incuestionable, deberíamos al menos presuponer que existe un conflicto medioambiental del que nadie ha querido hacerse responsable durante años, o décadas. Sobre todo, porque lo único que hace la denuncia, como hemos visto en el caso del ruido de los colegios, es reclamar definitiva y eficazmente los medios y la voluntad política para poner solución al problema acústico, en beneficio de la comunidad sonora en que vivimos todos.
[1] Imagen elaborada por Málaga Sound Map, 20170705 / Paisaje Sonoro y afinación de Málaga y alrededores / Mapeo de agentes, conflictos, iniciativas, intereses, colectivos, investigaciones, proyectos, espacios acústicos, etc / Málaga Sound Lab
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