“No va a permitir el Bosque Urbano de Málaga, ni nosotros, lo estamos viendo, que se dilapide ahora su potencial y su capacidad para regenerar el ecosistema urbano, porque nos ha hecho ya conscientes de los beneficios imprescindibles que supone para el conjunto de la ciudad”

OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de 
@sinarquitectura y 
@malagalab

10/09/20. Opinión. El arquitecto y colaborador de la revista, Fernando Ramos, recupera para su columna en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un texto, que no ha perdido actualidad, sobre el Bosque Urbano de Málaga que se publicó en 2017 por la Escuela de Arquitectura de Granada. “Nos quieren hacer creer que en nuestra ciudad sólo existe una ciudad, inmobiliaria y mercantil. Sometida al lucro privado y la...

...edificación compulsiva. Ajena y prosaica. Reducida a una trama férrea y monetizada, donde construir casillas a cambio de propina”.

Manifiesto BUM

Nos quieren hacer creer que en nuestra ciudad sólo existe una ciudad, inmobiliaria y mercantil. Sometida al lucro privado y la edificación compulsiva. Ajena y prosaica. Reducida a una trama férrea y monetizada, donde construir casillas a cambio de propina. Que sólo puede ser imaginada si el tiempo lo permite y con permiso de la autoridad.


Pero no olvidamos que todas las ciudades, visibles e invisibles, están contenidas en ésta, y que todas, incluso aquella tan triste y opresiva, nos pertenecen. Porque somos nosotros, todos, los que las conformamos, y los que las hacemos posibles, por acción u omisión.

Tanto la ciudad surrealista como la infraordinaria; la olvidada y la que apenas vislumbramos; la que siempre sobreexponen, y la ignorada; la que desapareció, pero recordamos; la placentera y la que a veces nos tortura; la tasada y la incalculable; las artificiales, casi nunca paraísos, y la natural, siempre tan escasa; la despreciada por algunos y la que todos queremos alcanzar, juntos.

El Bosque Urbano de Málaga comparte raigambre con muchas de esas ciudades simultáneas, especialmente con las más fértiles y participadas. Con aquellas, más acuciantes e inminentes, pero también con ésta, consolidada y presente. Habita en potencia y acto entre nosotros, enriqueciéndonos mientras crece y sigue expandiéndose. Se desplaza de lo imaginado a lo inmediato, sin vuelta atrás.

No ha aparecido de repente, como brote espontáneo; lleva nutriéndose en esos terrenos, acumulando anillos de crecimiento, más de cincuenta años. La versatilidad para acoger usos apremiantes, siempre en función del interés general y el bien común, es la razón de existir de ese vacío mutante y colectivo, y la que ha determinado su informalidad y carácter de obra abierta desde entonces. No ha protegido numantinamente su condición esencial durante tanto tiempo, al margen de la voracidad inmobiliaria que todo lo consume, para entregarse ahora al beneficio privado con mezquindad y sin oponer resistencia.

Su estratégica ubicación le confiere liderazgo urbano con naturalidad, a pesar de su indefinición formal, de haber sido ninguna y todas a la vez: terreno agrícola, polígono a medias, viviendas sociales que no fueron, infraestructura industrial, sistema general de espacios libres, convenios en un despacho, expectativa de lucro, despojo de burbujas inmobiliarias, territorio en disputa o símbolo cívico. O Bosque Urbano. Nunca ha necesitado adornos construidos para reivindicar su papel central y protagonista. No necesita hielo azul, ni portentosas novedades de los sabios de Memphis.

Porque es cierto, sí, que también va esto de liderazgo, y de singularidades o emblemas. Pero bien entendidos. No se lidera una renovación urbana siguiendo el rebufo de los que anteponen siempre sus intereses privados. No se singulariza una intervención urbana permitiendo que un entorno degradado la engulla miméticamente y le contagie sus males, multiplicados. No se equilibra una ciudad, en fin, si los parámetros mínimos de calidad medioambiental y densidad aceptable caen siempre del mismo lado, del otro, del lado de lo insostenible, desde hace seis décadas. No se puede dar solución a problemas acuciantes para toda la ciudadanía si se priorizan, siempre, las pretensiones particulares de unos pocos, aquellos que sólo se benefician edificando. Siempre edificando, como sea, incluso cuando se opone la mayoría de la ciudad.

Redistribuir el liderazgo, equilibrar la jerarquía de nodos urbanos, potenciando el espacio público y las zonas verdes en los distritos que más lo necesitan. Conformar una ciudad policéntrica, cuyos nodos se vertebran alrededor de la cualificación y la excelencia del espacio público, y no de la edificación icónica como objeto de consumo. Espacios verdes singulares, desocupados pero vitales, significantes e inclusivos, en lugar del recurso estéril de la construcción fetichista, excluyente y siempre mercantilizada. La celebración del Espacio Público, en su máxima expresión, como estrategia de renovación urbana.

Este debate, esta controversia urbana que se despliega a su alrededor, y que nos compromete a todos, no va de cultivar en privado reglamentos y convenios, para encorsetar técnicamente un espacio común, limitar la participación a agentes privilegiados, y, finalmente, jugárnosla a todo o nada con esas cartas trucadas e impuestas. Esto no va de alegaciones estériles a lo ya formulado por unos pocos, sino del derecho a decidir entre todos lo que se va a formular. Esto no va de solares, sino de hábitats. No de promotores, sino de habitantes; no de beneficios privados, sino de riqueza común. De valor, y no de plusvalías.

Esto va, para entendernos, de cubrir necesidades básicas colectivas, o de rendirse ante avaricias particulares. De llenar rápidamente unos pocos bolsillos y esperar propina, o de alimentar la bolsa común durante siglos. Esto va de materializar por fin el sistema general de zonas libres y espacios verdes que ya decidimos otorgarnos con sensatez hace tres décadas, y que algunos, pocos, pretenden ahora impedir porque lo consideran insuficientemente rentable para ellos. Esto va de completar una red verde que estructure equilibradamente el conjunto de la ciudad, y que posibilite a cualquier habitante cubrir sus necesidades medioambientales básicas.

No va esto de dilapidar un espacio tan poderoso, colmatándolo de construcciones y usos que pueden, y deben, ser alojados en su entorno, rehabilitándolo. No va de utilizar cualquier resquicio libre en la ciudad para volver a construir de la misma forma, mientras se sigue dejando a su suerte alo ya consolidado. No va de construir, sino de regenerar; no de novedades, sino de renovaciones.

No va a permitir el Bosque Urbano, ni nosotros, lo estamos viendo, que se dilapide ahora su potencial y su capacidad para regenerar el ecosistema urbano, porque nos ha hecho ya conscientes de los beneficios imprescindibles que supone para el conjunto de la ciudad. No lo va, vamos, a consentir, porque recuerda y se nutre de otros ejemplos que le precedieron, que ahora son ya identidad urbana imprescindible, como la Alameda Principal o el Parque de Málaga. Ocasiones en que también se asumió colectivamente, en la medida de la libertad incipiente de aquellas sociedades, la necesidad urgente de espacios libres, verdes, con plena capacidad de regeneración del hábitat urbano, y de simbolizar ese nuevo acuerdo de prioridades comunes. Ocasiones que demuestran que no siempre se imponen los que pretenden edificar a toda costa, para lucrarse, o lucrar a terceros.

Y para defenderse de presiones egoístas y miopes, y poder desarrollar su potencial en plenitud, nos reclama el Bosque Urbano que ejerzamos nuestra capacidad personal de habitar la ciudad. Porque el ejercicio de habitar incluye pensar y pronunciarnos. Conocer, reflexionar, decidir y elegir, como ciudadanía responsable, en lugar de asentir siempre, tristemente, como números grises. Ciudadanía que implica reconocernos entre nosotros como agentes activos, como propietarios que celebran su pleno derecho, y no como meros espectadores en un decorado ajeno, e impuesto a nuestro alrededor, a oscuras y con alevosía.

Reclama también que los medios públicos de planeamiento y gestión urbana se pongan a disposición de toda la ciudadanía, y no al servicio exclusivo de promotores inmobiliarios. Reclama que, desde lo público, se estudie y se justifiquen técnicamente los pros y contras de todas las propuestas posibles, con transparencia y accesibilidad. No es admisible hoy que un proyecto elaborado por un inversor privado, en función de sus intereses, acabe convirtiéndose torticeramente en la única propuesta de la ciudad, sin analizar las alternativas, estudiar opciones o atender demandas ciudadanas. No es defendible que todas las versiones acumuladas del proyecto desarrollista sean siempre la única viable y ajustada a la realidad.

Reclama que se desarrolle plenamente la participación, en lugar de ponerle palos burocráticos a las ruedas del empoderamiento ciudadano, o directamente impedir que nos pronunciemos. Porque participar significa extender los ámbitos de la decisión mucho más allá de la representación política; significa aprender a gestionar entre todos la controversia urbana, las interpretaciones técnicas diversas, los argumentos contrapuestos, y el debate colectivo. Significa construirse siempre, aunque para ello no siempre sea necesario construir.

Reclama la autonomía y el compromiso de los técnicos, tanto del sector público como del privado, que pueden y deben implicarse, y aportar de acuerdo a su saber y responsabilidad social. Que lo hagan desde la Administración Pública, desde los Colegios Profesionales, desde las Escuelas Técnicas y desde el ejercicio libre. No es admisible que cínicamente nos limitemos a dejar hacer, a justificarnos desde las trincheras de la hipertrofia normativa o desde servidumbres mercantiles aprendidas. No existe justificación técnica alguna para que la ciudadanía no pueda imaginar, pensar y diseñar su propia ciudad, con la ayuda, no la imposición, de los depositarios de saberes expertos.

No existe ninguna justificación técnica para que las expectativas de lucro de inversores privados acaben convertidas en lastre que hipoteque la capacidad de decisión de la ciudadanía. No existe justificación técnica posible para que la libertad municipal de establecer convenios con privados, o condonarles deuda, acabe trocándose en esclavitud para las decisiones de los habitantes. No se puede justificar que el largo proceso burocrático de modificación del planeamiento, para encajar iniciativas privadas, o la paralización de proyectos dictada por la crisis, o la costosa puesta de los medios públicos de planeamiento al servicio de promotores, sean ahora los argumentos para justificar prisas en ejecutar lo que otros, que ya huyeron, pretendieron imponernos como obligación.

La autonomía como condición, la insurrección como método, el procomún como ámbito, el hábitat como herramienta, y la calidad de vida como fin último. No es un debate de fines, sino de medios; no es el qué, sino el cómo. Sabemos ya, dolorosamente, que no debemos utilizar viejas herramientas si queremos conseguir nuevos resultados. No podemos combatir el desarrollismo con más construcción innecesaria. No podemos alcanzar los estándares mínimos recomendables de habitabilidad con simples expectativas de lucro privado, esperando la propina difusa de impuestos futuros.

Es inútil pretender resistirse a estas alturas a las demandas ciudadanas de participación y transparencia. Es inútil sostener a estas alturas que la técnica del urbanismo es un coto cerrado e incomprensible, apto sólo para iniciados, en el que la ciudadanía tiene vetada la entrada, mientras que otros agentes no cualificados ni legitimados acceden pisando alfombras. Es indefendible ampararse en una interpretación sesgada y abstrusa de la burocracia administrativa, para arrebatar a la ciudadanía su capacidad inherente de concebir, debatir, repensar y conformar su propio hábitat. No queremos ser esclavos de nuestro entorno urbano, ni perseverar en errores pasados; exigimos poder utilizar todas las herramientas de participación y decisión colectiva que tenemos ya a nuestra disposición, para construirnos  con más fidelidad a nuestras necesidades y expectativas vitales.

No queremos volver a recordar tardes remotas en que nos llevaron a conocer el hielo, mientras nos encontramos, por enésima vez, frente a ciudades inhabitables.

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