Comparten Comala y nuestra ciudad, por este y similares casos, una densa presencia de ánimas patrimoniales, de ausencias presentes que vagan por el pueblo reclamando memoria, restitución, y acaso perdón para sus ejecutores”

OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de 
@sinarquitectura y 
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24/09/20. Opinión. El arquitecto y colaborador de la revista Fernando Ramos escribe para su columna en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un texto sobre la destrucción de Villa Maya: “Desconozco qué tipo de burbuja vital habita una pareja joven que compra una propiedad por tropecientos mil euros, y luego se entera de su valor googleando, que más tarde la ofrece en redes a nuestro postor más universal...

...como decorado comercial para rentabilizarla, y finalmente la derriba, con plena conciencia ya de su valor, porque no le encaja con su singularísimo programa funcional o con el tipo de licencia de obras que querían consumar”.

Comálaga (I)

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Contaba Rulfo que la clave para alumbrar su “Pedro Páramo” fue tomar conciencia, comprender, la soledad en Comala. Y que pudo alcanzar ese entendimiento al oír aullar el viento en las casuarinas, solitarias en las calles del pueblo que reencontraba décadas después de habitarlo.


Nosotros, más funestamente si cabe, fuimos conscientes de la pérdida mediante otra presencia arbórea, la de un pino. Destruida Villa Maya, la relación del árbol con la finca pasó, a golpe de piqueta, de venerable contertulio a voz única y dominante del vacío privado. Sus imponentes escala y ramaje sombreaban ahora una ausencia, y aullaban cascotes para los que pusieran el oído ante el desastre, además de la vista.

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Luego hemos sabido que tampoco el pino resistió la destrucción, con lo que ahora son solo tres de los cuatro guardianes originales (Villa Maya”, Jaime Aguilera, Diario SUR 3/7/2018) quienes enmarcan la ausencia y falsificación: eliminado el primero, solo quedan el ciprés, la araucaria y la palmera, y quedan precisamente por arraigar afortunadamente fuera de esa propiedad privada y agujero negro de patrimonio común.

Comparten Comala y nuestra ciudad, por este y similares casos, una densa presencia de ánimas patrimoniales, de ausencias presentes que vagan por el pueblo reclamando memoria, restitución, y acaso perdón para sus ejecutores. Se podría decir que Comala y Málaga, digamos Comálaga, incorpora constantemente patrimonio histórico, artístico y ambiental en pena, atravesando sin rumbo territorio y espacio urbano, y condenado a recordarnos eternamente la dejadez en su conservación.

Un páramo de patrimonio destruido, de referencias, identidad y memoria histórica, paradójicamente repleto de vergüenza colectiva. Porque no tiene sentido ni justificación alguna pretender que la destrucción se debió al desconocimiento, o la desprotección, cuando es consenso público su valor histórico, y precisamente los que ahora publican justificaciones privadas y aproximadas del atropello, hace dos tardes publicaban elogios académicos y expertos de su valor patrimonial e histórico. Nadie puede alegar, en este caso al menos, desconocimiento del valor de lo destruido; nadie puede alegar, tampoco, que la Administración Pública local y regional desconocieran el valor del edificio, habiéndose solicitado explícitamente su protección por quienes ya lo habían demostrado y lo divulgaban, o habiendo alertado directamente al Excmo de la estupidez destructiva que se avecinaba (De la Torre dice que la demolición de Villa Maya le pilló por sorpresa”, SER Málaga, 15/3/2019).

Un cursi cuento de hadas vino entonces a construirnos el relato, redactado por el equipo médico habitual, no fuera a ser que en base a datos objetivos lo construyéramos por nuestra cuenta. Vino a decirnos que, para quien dispone de suficientes posibles para comprar una mansión despreocupadamente, todo es posible. Incluso acabar, tras una caprichosa y arbitraria travesía burocrática, destruyendo el patrimonio para poner una piscinita, o un cuartito más con chimeneita y puerta fetiche (Así será la nueva Villa Maya”, Diario SUR 7/4/2019).

Desconozco qué tipo de burbuja vital habita una pareja joven que compra una propiedad por tropecientos mil euros, y luego se entera de su valor googleando, que más tarde la ofrece en redes a nuestro postor más universal como decorado comercial para rentabilizarla, y finalmente la derriba, con plena conciencia ya de su valor, porque no le encaja con su singularísimo programa funcional o con el tipo de licencia de obras que querían consumar. Destruir por añadidura el árbol que preside el proyecto, tal como reflejan los planos publicados, y que por tanto forma parte de la licencia y obligación, sugiere entonces más una eliminación alevosa de testigos incómodos del urbicidio, que un problema botánico sobrevenido durante las obras.
Ya tenemos dicho que en los tiempos delatorrianos vamos camino de consolidarnos como "La primera en el peligro de la licencia, la muy torpe, muy letal, muy inmobiliaria, muy turística, muy triste y siempre demolida ciudad de Comálaga".

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En el esperpento, tragicomedia pública e histérica de responsabilidades que tiene lugar tras esta y cada destrucción, se suceden rápidamente propuestas a cual más epatante, creciendo paulatinamente en pomposidad, contenido, forma y tamaño. De nombramiento a medalla, de ahí a placa, pudo ser que a edificio resucitado y pastiche, y finalmente aproximación a banalidad construida y muy olvidable. Todas poses inútiles, y todas con pátina de culpa y propaganda.

Diríamos, como aquél, que uno empieza por permitirse una demolición, pronto no le dará importancia al conservar, del deterioro pasa al olvido y a la inobservancia de catalogar el patrimonio, y se acaba por faltar a la buena decoración o atuendo, dejando las placas o las medallitas para el día siguiente.

Placas que, por cierto, año y pico después siguen sin pasar de retrato de político en primer plano con nota rápida de prensa al fondo.

Lo que paradójicamente nos aporta la Villa Maya que ya no existe, alcanzando así su máxima presencia e importancia, incluso a pesar de la sustitución de cartón piedra y moldurita, es la oportunidad de lectura comparada de la condición humana, individual y colectiva. Hemos sido capaces, colectivamente y por acción u omisión, de condenar al olvido y reducir a miseria urbanística e inmobiliaria, la muestra más representativa de heroicidad invidual en la historia local reciente.

Esa condición, esa banalidad colectiva e indolente del mal, es tanto o más importante que la heroicidad puntual de Porfirio. Por más relevante que fuera esta última, en la historia urbana siempre acaba regresando la primera, si no le ponemos coto a diario y sin descanso. Rescatando a Primo Levi, tendremos que decir que para tomar conciencia de lo imposible, en este caso la destrucción impune y a plena luz del día del patrimonio, solo hay que recordar que en Comálaga ya ha ocurrido, y muchísimas veces.

Por eso, la huella de Villa Maya, su ausencia y falsificación, es históricamente incluso más valiosa que su presencia. Estando en pie, no fuimos capaces de protegerla eficazmente; reconstruida, pudiéramos haber caído en valorar el edificio fetiche; demolida, renunció a toda la envoltura para centrarse en lo importante: la huella horizontal como suelo de acogida, la destrucción que a pesar de ello le impusimos, y el vacío que nos deja para recordarnos nuestro olvido y dejadez.

Vacío que no puede colmatar ni aplastar una mera cita pseudo-historicista y blandita, más pendiente de dialogar, desde lo alto de la billetera, con la vecindad de distrito pudiente, vallada y señorona, que con el gesto histórico de humanidad y dignidad que allí tuvo y tiene su lugar, aunque ahora ya solo su memoria en nosotros.

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(1) fuente: “De la Torre dice que la demolición de Villa Maya le pilló por "sorpresa"”Ser Málaga, 25/3/2019
(2) fuente: “El alcalde de Málaga plantea hablar con los dueños de Villa Maya para recuperarla “con la máxima fidelidad””, Málaga Hoy, 27/3/2019
(3) fuente: “Así será la nueva Villa Maya”, Diario SUR, 7/4/2019
(4) fuente: elaboración propia, 18/9/2020

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