OPINIÓN. Ciudad Taró. Por
Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura
y @malagalab
11/09/12. Opinión.
“Me caen mal los arquitectos porque sus crímenes perduran más allá de su vida”
expresó la presidenta de la
Comunidad de Madrid la pasada semana a propósito de la casa
consistorial de Valdequemada (un proyecto ganador del Premio a la Calidad Estética
en el 2000), ocasión en la que declaró que no había visto “nada más feo” y
pidió la “pena de muerte” para los arquitectos.
El arquitecto y colaborador de EL
OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, Fernando Ramos,
responde con esta carta abierta a la dirigente del Partido Popular.
Excelentísima ‘Espe’. Una carta abierta a
la presidente de la Comunidad
de Madrid:
DESGRACIADAMENTE,
hace ya mucho tiempo que los ciudadanos españoles hemos agotado nuestra
capacidad de asombro ante las desvergüenzas, faltas de respeto, demagogias,
egoísmos y prácticas amorales, cuando no directamente ilegales, que practica
habitualmente esta casta política con la que nos ha tocado lidiar.
NO obstante, Sra.
Aguirre, le diré que seguimos teniendo aún una cierta capacidad de asombro,
repulsión e indignación, que nos hace revolver las tripas cada vez que uno de
nuestros excelsos representantes, democráticamente elegidos, vuelve a dejar
nuestro sistema político por los suelos con una de sus fantasmadas
impresentables. Es por eso por lo que me molesto en dedicarle estas inútiles
líneas.
NO perderé mi tiempo
recopilando todos y cada uno de los infinitos errores, frivolidades y estupideces
que nos ha regalado usted en los últimos tiempos, que nos han costado el dinero
y el tiempo directa o indirectamente a todos, y por los que nadie ha pedido la
pena de muerte para su persona. Prefiero dedicar ese esfuerzo a seguir buscando
trabajo, dentro del páramo laboral en que han convertido el país usted, sus
compañeros de partido y sus compañeros de la oposición. Bagaje suyo nada
honroso, y por el que tampoco nadie ha pedido públicamente la pena de muerte
para usted, le recuerdo. Ni siquiera el destierro. Pero
sí le voy a refrescar la memoria en lo que toca a su obligación moral de dar
ejemplo a los ciudadanos en todos sus actos y declaraciones públicas, ya que
forma parte del trabajo para el que se la ha elegido y se le paga
religiosamente. No consiste sólo en mandar y despotricar a diestro y siniestro,
aunque usted parezca creerlo a veces.
SI la arquitectura no
forma parte de su bagaje intelectual, nadie se va a escandalizar ni se lo va a
reprochar, ya que todos somos conscientes de la limitada capacidad de
conocimiento del ser humano, y nadie sabe de todo; pero eso no le da ningún
derecho a mofarse o pontificar, desde el desconocimiento absoluto, sobre el
trabajo de los profesionales que la ejercen, especialmente si lo hacen, como es
el caso del Ayuntamiento e Iglesia de Valdemaqueda, con brillantez y solvencia
demostradas.
RESULTA especialmente
inapropiado que esas declaraciones frívolas vengan de una ciudadana que ha
tenido la oportunidad de estudiar en la universidad, y conocer de primera mano
el esfuerzo de formación continua que implica el ejercicio de la arquitectura
en España; da la impresión, Sra. Aguirre, de que usted ha pasado por la Universidad, pero la Universidad no ha
pasado por usted.
CREO que debería mostrar
más respeto por una de las profesiones que mayor compromiso con la ciudadanía y
las necesidades sociales está demostrando en estos durísimos tiempos en los que
la irresponsable casta política española, a la que usted pertenece de pleno
derecho, nos ha embarcado, y por varias generaciones; de hecho, mi hija, y
posiblemente mis nietos, también sufrirán parte del desastre económico y social
que usted y sus compañeros han gestionado tan desastrosamente.
POCAS profesiones como la
arquitectura han sido capaces, en plena crisis, de repensar de raíz su papel en
la sociedad al servicio directo del ciudadano, redefinir las estructuras
docentes y la transmisión de conocimientos, revisar sus estructuras
profesionales y sistemas laborales, y ejercer seriamente la autocrítica para
corregir errores cometidos y defenderse de todo aquello que se ha demostrado
como lastre para el ejercicio independiente de la profesión, como servidumbres
y presiones inmobiliarias, especuladoras, financieras, y, sobre todas ellas,
políticas.
RECONOZCO que quizá para
nosotros, los arquitectos, esa revisión del estado de las cosas haya sido más
fácil que para usted, Sra. Aguirre; mientras que en nuestra disciplina abundan
los referentes morales, de varias generaciones, en el ejercicio brillante de la
profesión en España, como José Antonio Coderch, Javier Carvajal, Miguel Fisac,
Francisco de Asís Cabrero, Antonio Lamela, Francisco Sáenz de Oíza, Alejandro
de la Sota,
Ramón Vázquez Molezún, etc., para encontrar un grupo similar y coetáneo de
políticos españoles responsables, honrados, brillantes y moralmente aceptables,
van a sudar usted y sus asesores y documentalistas hectolitros de tinta y se
van a dejar infructuosamente las pestañas.
FRENTE al compromiso
vocacional de los arquitectos con su profesión, desde el mismo momento del
inicio de los estudios, el camino seguido por su casta ha sido exactamente el
contrario: desde la nula formación intelectual y moral en la mayoría de los
casos, han convertido una labor puramente vocacional y esencialmente temporal,
al servicio de los ciudadanos, en una profesión oligárquica a ejercer desde una
poltrona vitalicia, siempre al servicio de intereses privados, cuando no
puramente personales.
SI el estado natural de
un arquitecto hoy en España (los que quedamos) es colaborando de múltiples
maneras entre nosotros y trabajando codo con codo junto a otros compañeros de
profesiones complementarias, para reinventar la arquitectura y adaptarse a
tiempos y circunstancias, el estado natural de un político español es trepando,
aferrándose al cargo con uñas y dientes, y oponiéndose al contrario político
por sistema, despreciando el objetivo final del bien común, y siempre
manteniendo privilegios y beneficios egoístas de casta.
PARA terminar, ya que no le
quiero restar más tiempo para que pueda seguir fotografiándose en
inauguraciones de obras de arquitectos, le recomiendo que lea, si no ha perdido
la costumbre desde sus ya lejanos tiempos universitarios, un breve libro, que
le puede ser de ayuda para elevar su bajo listón en la capacidad de representar
a su pueblo dignamente, especialmente al tratar temas de arquitectura.
Mayormente porque, como usted debería saber, es una disciplina que afecta a
todos los ciudadanos de una manera muy directa, y que, por lo tanto, no debe
ser tomada a la ligera en el ejercicio responsable de la política.
SE trata de
“Arquitectura: Ensayo sobre el Arte”, escrito en 1793 por el arquitecto
Étienne-Louis Boullée (1728-1799). Por si, a pesar de su brevedad, no tiene
tiempo de leerlo entre canapé y canapé, o si sus asesores, pagados de nuestro
bolsillo, tampoco pueden prepararle un extracto y unas declaraciones “chic”,
porque se encuentren aún aturdidos bajo los efectos de su último broncazo, ya
le señalo yo algunos párrafos que le pueden interesar. En
el apartado “Consideraciones sobre la importancia y la utilidad de la
arquitectura, seguidas de intenciones tendentes al progreso de las Bellas
Artes” dice así: “No
entiendo cómo el arte que colma las necesidades más importantes de la sociedad
humana no es cultivado más que por aquellas personas que forman parte de la
profesión; Estoy
lejos de aquellos que pretenden asignar al arte que profesan la primera fila,
pero no tengo miedo de reclamar la atención del Gobierno sobre la importancia
de los temas confiados a los arquitectos y de hacer ver que, si los monumentos
públicos, por su propio éxito, hacen crecer la gloria de una nación, también
mancillan el siglo que les ha visto nacer cuando el Gobierno está mal
encaminado”.
ESTO también le puede interesar, en cuanto a los métodos para elevar la consideración de la arquitectura: “El segundo (método) sería introducir en nuestra educación el estudio de la arquitectura, no solamente en razón de nuestra particular utilidad, sino por el interés que todo ciudadano debe tener en los edificios públicos cuyo fin tiende siempre al bien general, ante el cual no podemos ser insensibles. El estudio de la arquitectura debería sobre todo ser exigido a las personas que aspirasen a los altos puestos del Estado, porque, cuando la cuestión trata de los edificios públicos, éstas personas son los jueces de las producciones ordenadas por el Gobierno.”
EN
el apartado “Consideraciones particulares sobre la arquitectura”, dice así: “Pero
¿es acaso concebible que a excepción de aquellos que profesan la arquitectura
casi nadie se ocupe de ella? Creo firmemente que el no hacer adquirir
conocimientos de este arte a ciudadanos que pueden llegar a puestos eminentes
es un vicio educacional. ¿Cómo se puede pretender que en circunstancias donde
tendrían quizá que ordenar o presidir la construcción de algún edificio, estos
ciudadanos puedan distinguir al hombre meritorio a quien le es debida
confianza?”
NO me gustaría acabar sin
demostrarle que, a pesar de su gestión política y sus enormes meteduras de
pata, se puede seguir siendo positivo.
ESAS arquitecturas de
calidad reconocida que usted ha visitado en Valdemaqueda, proyectadas y
construidas por arquitectos, le guste o no, van a mejorarla a usted como
persona y como representante político de los españoles; porque, como decía
Churchill, damos forma a los edificios, y luego ellos nos dan forma a nosotros.
EN la esperanza de que le sea de provecho, me despido de V.E. atentamente.