OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura y @malagalab
08/10/14. Opinión. El arquitecto Fernando Ramos reflexiona en esta nueva colaboración con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre las llamativas ocupaciones de la vía que se suceden en la capital malagueña y destaca casos en los que esa ocupación denigra especialmente monumentos de la ciudad. “Porque, si hace falta un idiota etimológico para solicitar cabalmente la instalación zafia, irrespetuosa, de mobiliario comercial o expositores de coches justo encima de un monumento, y al menos otro más para permitirlo y darle el visto bueno, también es verdad que hacen falta aún más idiotas, siempre a la griega, para usar la terraza sin miramiento ni pudor o acercarse a consumir automóvil sin ver el esperpento que deviene su ubicación”, lamenta. Y demuestra sus denuncias con imágenes.
Felpudo Magno
ASUME uno por momentos lo inútil de perder el tiempo poniendo obviedades por escrito. Un puñado de caracteres digitales, quizá impresos, más o menos ordenados pero de dudosa capacidad de comunicación, y que apenas aciertan a describir fielmente situaciones urbanas inasumibles y esperpénticas. Al menos, eso es seguro, con mucha menor persuasión y capacidad de influencia en el receptor que los escenarios físicos protagonistas.
SE deja sorprender uno por estos teatros del absurdo urbano, inconscientemente toma notas, las documenta fotográficamente, acrecienta el álbum íntimo y abundante de la distopía. E intenta disimular, mirar para otro lado o ponerse de canto, chamullando "preferiría no hacerlo", que apenas le roce la embestida ni le modifique la trayectoria que traíamos de casa. A lo mejor, terapéuticamente, releer al De Quincey de las Bellas Artes, o al Swift de la hambruna irlandesa, para envolver la cosa en el papel del sentido del humor, que demostradamente hace más llevadera la convivencia imposible. Darse al cinismo con hondura. Pasar.
PERO el azar entonces le mete a uno en conflictos similares y ajenos, ocurridos en paralelo, simultáneos casi, que respiran la misma denuncia, sentida y en voz alta, sí, pero también lastrada de impotencia y sabia resignación. Y no le queda más remedio que desprenderse de esa pieza que no encaja, no por que pueda ser necesaria, quizá, en otro puzle, sino por pura incapacidad de conectarla en el propio, porque pesa sin dar aplomo ni sustancia.
ASÍ que vomitas letras e imágenes como el que quiere devolverle algo de paz al estómago, consciente de que el alimento que pudiera contener lo ingerido ya fue mal que bien asimilado, es inútil retenerlo más tiempo. Y esperando, ya que es imposible que nutra a ningún otro, que al menos la náusea y la pestilencia actúen como alarma, como aviso para desprevenidos.
SI Luis Ruiz Padrón rescatase momentáneamente a Ibn Gabirol del escenario que le entristece (1) y le engulle, acompañándolo a visitar otros lugares de conmemoración y reconocimiento colectivo de su ciudad natal, por ejemplo el entorno del monumento a la Constitución, en la plaza mayor, probablemente lo hundiría aún más en su desánimo cabizbajo. Como si la cabeza hubiese adivinando la dirección correcta de la mirada para poderse recrear en el nuevo disparate.
Estatua de Ibn Gabirol, rodeada de terrazas y mobiliario de bares / Carlos Criado, La Opinión de Málaga
Y no sería ya por lo ridículo, berlanguiano casi, del escenario, que la cosa tiene su chiste y caspa, con un monumento a la Carta Magna que deviene provinciano y cutre porque se queda sin espacio propio de representación, contemplación y respeto, acosado por mesas y sillas de uno de mil bares, adornado de servilletas usadas, envuelto en tabernario, o atropellado una vez al año por los carricoches que trae el Festival de Cine; más bien es, sería, por lo que implica en la cultura cívica y el comportamiento colectivo de sus conciudadanos. Tanto los que representan como los representados, que de todo hay.
Terraza de cafetería La Canasta sobre monumento a la Constitución, 4 Octubre 2014 / archivo personal
PORQUE si hace falta un idiota etimológico para solicitar cabalmente la instalación zafia, irrespetuosa, de mobiliario comercial o expositores de coches justo encima de un monumento, y al menos otro más para permitirlo y darle el visto bueno, también es verdad que hacen falta aún más idiotas, siempre a la griega, para usar la terraza sin miramiento ni pudor o acercarse a consumir automóvil sin ver el esperpento que deviene su ubicación. Generosas tragaderas para engullir un pitufo con mitad doble, mientras se clava una pata de la silla en la carta de los derechos fundamentales, o preguntarse si te gusta conducir y si el cacharro está a la vanguardia de la técnica o no sin ver lo que está pisoteando. Esta chapa, sí hombre, creo que es de la constitución o algo así, lo inauguraron hace unos años, con autoridades y fotógrafos, no hay manera de poner la pata de la mesa bien, siempre cojea; a mí el que me gusta es el blanco, descapotable, el que está sobre la portada conmemorativa de El País. Carta Magna convertida ahora en felpudo donde dejar colectivamente la miseria arrastrada en las suelas de andar la calle, los restos de comida y/o gasolina, y ya finalmente la dignidad. Felpudo Magno donde mirarse mientras en lo alto le crece la quincallería urbana.
EL espesor de la separación entre el mobiliario de tabernas mil y el monumento mide también nuestra conciencia cívica. Si hace dos años era inexistente, porque plantaron la terraza directamente encima, hoy, supongo que ya por lo legal y así, ha crecido heróicamente hasta medir, cuando más, milímetros completos. Lo mismo ha ocurrido en paralelo con los expositores de coches que, ahora, sortean con precisión alemana al monumento, alardeando presuntamente de respeto prusiano; paradójicamente, las barandillas exigen una consideración para el vehículo expuesto que no muestran con el monumento.
Exposición de vehículos Audi sobre monumento a la Constitución, Festival de Cine de Málaga, 22 Marzo 2014 / archivo personal
NO es precisamente el milímetro la unidad de medida proporcionada para sustanciar los necesarios avances sociales en civismo y respeto por lo común, ni son meses ni años, por desgracia, lo que mejor mide la duración de la tarea pendiente de educación. Hoy, la situación es pobrísima, impropia de nuestro ámbito a veces europeo, y el entorno de sendos monumentos la describe gráficamente como una foto fija deprimente y obscena.
DECÍA Adolf Loos (2) aquello de "Si encontramos un montículo en el bosque, de seis pies de largo y tres de ancho, amontonado en forma piramidal, nos pondremos serios y en nuestro interior algo dirá: Aquí hay alguien enterrado. Esto es arquitectura." Si, por el contrario, encontramos que la privatización comercial y consumista del espacio que nos representa, con el visto bueno de la administración y la aquiescencia de los ciudadanos, convierte en molestos obstáculos los monumentos y banaliza los espacios de mayor contenido patrimonial, simbolismo y valor histórico, habría que preguntarse también cómo debemos ponernos, qué dirá nuestro interior, y qué cosa sea esto, porque, estrictamente hablando, ni esto es una ciudad, ni esos son comportamientos aceptables de una comunidad pretendidamente cívica. O qué es lo que habremos enterrado ahí, entre todos, sin poderlo recordar ya.
QUIZÁ también, desde la arquitectura y el urbanismo, vulgo el sector, deberíamos preguntarnos consecuentemente por qué no asumimos de una vez que la prioridad en nuestra labor colectiva no es la producción de objetos o espacios urbanos más o menos afortunados esperando su Stendhal particular, sino "la creación de un auditorio crítico y atento" (3), como "educadores, cuya tarea no sería la de crear un ciudad, sino formar un conjunto de personas que tengan el sentimiento de ciudad" (4). En ello, a pesar de todo, estamos.
Referencias:
(1) "Triste Gabirol", Luis Ruiz Padrón, La Opinión de Málaga, 4 Octubre 2014
(2) "Arquitectura", Adolf Loos, 1910
(3) "La imagen de la ciudad", Kevin Lynch, 1960
(4) "El espacio visivo de la ciudad", Giulio Carlo Argan, 1971
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