OPINIÓN. Personas con fotos. IMÁGENES
Redacción

11/05/18. Opinión. Su hijo es malagueño y se llama Nico, pero habla ruso como si hubiera nacido en San Petersburgo, como su madre. Tiene cuatro años, unos ojos grandes como conchas finas y sus maneras son suaves como las de su progenitora, que se dirige a él en su lengua. Cuando se le pregunta en castellano contesta en ese idioma con acento de donde ha nacido, Málaga. Primero su...

...hijo y después su pintura son las dos fuerzas que mantienen a Ekaterina en pie para seguir lúcida y tranquilamente viviendo en la ciudad que ha escogido, Málaga. Su reciente historia no es sencilla y ha sido desagradable en muchas ocasiones, patética a veces, pero sus cuadros son luminosos e ingenuos, aunque siempre mantengan una distancia con el espectador, que ve una parte de su información velada por un pudor primario. Informa EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.

EKATERINA Karlova nace en San Petersburgo a principios de los 80. Allí va a la Universidad y estudia Filología Rusa y Psicología. Lleva una vida tranquila trabajando en la universidad y escribiendo en una publicación de arte. “Tenía mucho contacto con los artistas pero nunca pintaba, hasta que vine a Málaga”. Karlova llega a la capital de la Costa del Sol en 2012 para disfrutar del sol y la playa durante unas vacaciones. Y conoce al que sería su marido, veinticinco años mayor que ella. Un profesional propietario de diversas clínicas en Málaga y Granada.

KARLOVA cuenta que durante las vacaciones se enamoró de él. Que fue a Rusia a visitarla. Que tenían una relación muy buena. En mayo de 2013 se casan. “Antes de la boda le pedí que se realizase unas pruebas clínicas y gracias a ellas le detectaron un cáncer muy grave de riñón, que pudo curarse a tiempo. Él me decía que le salvé la vida y que quería casarse conmigo”. El marido, con un alto poder adquisitivo, le prometió una vida tranquila en Málaga, una ciudad pequeña en comparación con San Petersburgo, lo que ocasionó dudas en la decisión de Ekaterina. Que finalmente accedió a quedarse aquí y formar una familia.


KARLOVA explica que en España no ha tenido oportunidad para ejercer sus profesiones porque sus títulos académicos son rusos y es muy complicado que sean convalidados y reconocidos en este país. “Pensaba que no habría problemas para que mis titulaciones universitarias sirvieran pero es muy difícil”, indica. Esta fue de las primeras cuestiones a las que se tuvo que enfrentar como migrante. Sea cual sea el origen social, los migrantes pasan por muchas experiencias similares. De hecho ha escrito un libro para migrantes rusos sobre cómo adaptarse mejor. Al no poder ejercer su profesión de psicóloga empezó a trabajar en una de las clínicas del marido mientras aprendía español. También daba clases particulares como profesora de ruso.

CUANDO llega a Málaga es cuando se despierta su interés por la pintura y decide acudir al estudio de la también artista rusa Svetlana Kalachnik (AQUÍ) con la que trabaja. En un periodo muy corto de tiempo, unos cinco años, Karlova demuestra tener un talento innato que traslada a sus obras. La ingenuidad que desprende su personalidad va impregnando sus pinturas. En sus cuadros se refleja la búsqueda de una extraña calma ‘muy deseada’. Ocurre desde sus inicios hasta sus obras más recientes (ver noticia: Intuición, ingenuidad y búsqueda son los trazos que definen los cuadros de la pintora Ekaterina Karlova, psicóloga y filóloga rusa que expone desde hoy hasta el 22 de mayo en Bic Euronova, en el Parque Tecnológico de Andalucía (PTA)).


EN 2014 nace el hijo de la pareja. “Me quedé embarazada y entonces es cuando empezó a cambiar el comportamiento del que fue mi marido”, señala. Durante el embarazo del pequeño tuvo que viajar a San Petersburgo para actualizar su formación académica. Tenía que pasar tres semanas allí y acabar unas pruebas para finalizar su titulación en Psicología. A los dos días de estar en Rusia su marido empezó a mandarle mensajes diciéndole que no volviese a España, que no quería a su hijo. “No lo entendí. Le pregunté que por qué me trataba así. Yo no había hecho nada. No existía ningún motivo. Pensé que no quería que me fuese por tanto tiempo, que se sentía solo. Que tenía celos”. A lo largo de la charla y a pesar de que lo que relata no es agradable para ella por la actitud del que fue su marido, siempre encuentra una palabra para no cargar en demasía las tintas sobre él. Describe las situaciones y deja veladas la peor parte. Algo similar a lo que ejemplifica en sus cuadros. La técnica es muy ‘clara’, pero el trasfondo siempre resitúa al que observa en un plano en el que no acierta a verlo todo porque la autora lo impide. Por la posición de sus modelos, por la propia salvedad de la textura pictórica o simplemente por la disposición de los actores y objetos participantes sobre el lienzo.


EKATERINA vuelve a Málaga y acude a hablar con su marido a una de sus clínicas. Y él, con agresividad, le asegura que nadie la quiere en España. Que se vaya a Rusia. Ella sigue esperando el hijo común. “No me dio razón alguna que justificase su comportamiento. Le dije que quería ir a casa a por mis cosas. Pero no me dejó. Me pagó una noche de hotel. Me puse otra vez en contacto para decirle que necesitaba un sitio para vivir. Íbamos a tener un hijo. Me mandó a una pequeña casa a 120 kilómetros de Málaga, en el monte. Sin agua caliente y sin calefacción. Y allí pasé algunos meses de mi embarazo. Diariamente me enviaba mensajes insultándome, diciendo que no me quería, que me odiaba. Yo no entendía qué pasaba. Lloraba y lloraba y no tenía a nadie a quien acudir. Lejos de mi familia y de mis amigos”. Así, fue tirando con sus ahorros de cuando trabajó en Rusia, donde dejó su casa y sus pertenencias incluido su automóvil.

“ASÍ estuve un tiempo. Hasta que de repente una noche me escribió que no podía vivir sin mí. Que quería a mi hijo y quería estar conmigo. Me pidió perdón y me dijo que no sabía qué le había ocurrido”. Karlova vuelve entonces al domicilio familiar. Para su sorpresa no encuentra ni rastro de su ropa ni de sus cosas. Su marido lo había tirado todo a la basura. “Es una persona neurótica. Si teníamos una pequeña discusión me echaba de la casa o rompía mi contrato de trabajo”. Pero aún así Ekaterina asegura que ocasionalmente era muy feliz y que estaba muy ilusionada con ser madre. Y continúa pintando como la tabla que la mantiene a flote. A la que se agarra continuamente para no zozobrar. Su pintura la hace rememorar tiempos mejores. Pasados y futuros. Su trabajo siempre la ayuda a continuar. A seguir adelante a pesar de sus obstáculos.


POCO a poco conoce lo que hay detrás de su marido. Descubre que durante su matrimonio tuvo aventuras con otras mujeres. Él mismo se lo reconoce y le pide perdón. “En la recta final del embarazo me pegó”, indica en voz baja y firme con los ojos brillantes que mantiene durante toda la entrevista. Intenta justificar el comportamiento del que era su marido achacándolo a que tenía un ataque de nervios. “Decidí llamar a la Policía y le detuvieron cuando me quedaban diez días para estar fuera de cuentas. Retiré la denuncia para que pudiera salir, puesto que me iba a poner de parto y quería que estuviésemos bien. Ahora está teniendo el juicio por aquello”. En sus primeros días en el hospital asegura que él le pidió perdón y que le dijo que la quería. Pero el día que le dieron el alta su marido “cogió a sus abogados” (entre ellos el bufete Benítez Piaya, famoso por defender a hombres implicados en casos de violencia de género) e inició los trámites de divorcio.

CUANDO salió del hospital Karlova volvió al domicilio familiar con su hijo. “Para mi sorpresa en la casa no había nada. Ni muebles, ni cuadros, ni ropa, los cables estaban cortados. No podía ni calentar leche para el bebé. Sólo estaba la habitación del niño. Vino mi padre desde Rusia para ayudarme a arreglar la instalación eléctrica. Viví aquí hasta diciembre de 2014 cuando me divorcié. Él era muy cruel. Preparó toda la artillería legal con sus abogados. Yo iba con el bebé en el carrito y le pedía por favor que no nos divorciáramos. Me dijo que si no firmaba no me daría nada”. Karlova asegura que en los primeros seis meses de vida del pequeño sólo veía al marido para firmar papeles por el divorcio. “En ese momento daba lecciones de ruso para poder conseguir dinero y me ayudaba mi padre”.  Y seguía pintando. Con la firme decisión de que aquello fuera el trabajo que ella había decidido ejercer en Málaga. Por muchas y diferentes razones. Por todas en realidad. Sus blancos paisajes de invierno, con trozos en fuertes colores primarios que tupen la visión. Sus mujeres con un gesto entre asombrado y risueño. Sus cuadros son el resultado explícito de arrojar sobre el lienzo ese coctel primigenio que ella guarda en su interior y que mezcla a partes iguales la ansiada búsqueda de la tranquilidad cotidiana y el brillante futuro impregnado de sueños.


“EN enero de 2015 me volví a San Petersburgo con mi hijo. Y entonces me llamó de nuevo. Me dijo que me quería mucho y que le perdonara, que nos casáramos otra vez. Volví”, explica Ekaterina. Quien relata que estuvo unos dos años con él. Vivían en el domicilio familiar, el que él desvalijó cuando ella salió del hospital con su hijo recién nacido. “Esos dos años fueron regulares pero soportables. No volvió a pegarme”. Hasta que un día se enfadó porque no quería ir al médico a pesar de la insistencia de ella. “En octubre de 2017 llegó con un billete de avión y dijo que me fuera. Le contesté que no me marchaba, que nuestro hijo ya estaba en el colegio, que yo tenía mi trabajo y mi vida en Málaga”. Ekaterina relata que entonces le dio un brote de agresividad y comenzó a romper el marco de la puerta de entrada a la casa y la puerta del garaje. “Cogí a mi hijo lo metí en el coche y me fui. Cuando volví, el garaje estaba destrozado. Había entrado con su coche. La casa estaba totalmente abierta y llamé a la Policía porque tenía miedo. No sabía si habría entrado alguien o si estaría él”. Fue el fin de la convivencia. Ahora es el tiempo de los abogados. El exmarido tiene una orden de alejamiento que finaliza este mes. Y sorprendentemente quiere que Ekaterina pague un alquiler por vivir con el hijo de ambos en el domicilio que fue familiar. Y quiere desahuciarla legalmente con una orden. Está a la espera de un juicio que la permita vivir en paz en otro lugar con su hijo Nico. Siguen divorciados. Katerina finaliza: “Un día me dijo que era dios, para mí, para su empresa y para su hijo”.

EL próximo jueves día 23 Katerina Karlova expone sus cuadros en la prestigiosa sala de exposiciones Manuel Barbadillo. En calle Alemania. Frente al Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. Sus ‘limpias’ obras difícilmente dejan traslucir las vicisitudes que han ocurrido en su vida en los últimos años. Y su frágil aspecto tampoco transmite ni un ápice de la fuerza que esta pintora atesora. Fuerza que transmite a su obra y a su vida. Katerina decidió pintar en Málaga y además hacer de ello su profesión. Vivir de su arte como muchos de los protagonistas que ocupan su imaginario pictórico. Y está en el camino. Es una forma de reconocerse en ella misma. Una manera de saber y decir que ningún maltrato podrá apartarla de la ruta que quiera transitar. Que siempre seguirá adelante por Nico y por ella. Que le sobran fuerzas para conseguirlo.


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