“Saqué fuerzas de donde ya no las tenía y dije “se acabó”. Una piensa que diciendo esas palabras la película pone ‘FIN’ pero de eso nada, luego viene la segunda temporada que es aún más dura e injusta”
OPINIÓN. Por Rocío Cruz
Andalucista, ecologista y ante todo andalucista
25/11/24. Opinión. Rocío Cruz, del partido Iniciativa del Pueblo Andaluz, escribe para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en el especial por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres: “Me casé demasiado joven pensando que conseguiría una libertad ansiada durante toda mi adolescencia. Que equivocaba estaba, tan solo salí del nido para meterme en una jaula que...
...no sabía que me iba a atrapar. Pensaba que estaba construyendo mi castillo donde sería la reina, dueña y señora de mis anhelos y libertades. Me sentía grandiosa, pero que engañaba estaba”.
Tú no tienes la culpa
En estas líneas quiero contaros una historia real que desgraciadamente es demasiado común para muchas mujeres.
El otro día volviendo de la compra vi de lejos a una mujer sentada en un banco a la cual me pareció reconocer, pero como una vez pasados los 40 la vista a veces juega malas pasadas, decidí acércame y efectivamente era María, qué de tiempo llevaba sin verla. Puse mi bolsa de la compra en el suelo y me puse frente a ella y le dije, cuanto tiempo, como me alegro de verte.
Ella tenía la cabeza cabizbaja y al levantar su mirada vi como los años habían pasado por ella. No nos dijimos nada, tan solo me senté a su lado y me limité a escucharla.
Me casé demasiado joven pensando que conseguiría una libertad ansiada durante toda mi adolescencia. Que equivocaba estaba, tan solo salí del nido para meterme en una jaula que no sabía que me iba a atrapar. Pensaba que estaba construyendo mi castillo donde sería la reina, dueña y señora de mis anhelos y libertades. Me sentía grandiosa, pero que engañaba estaba. Pero ante la construcción de aquel castillo vino mi primera princesa que colmó de alegrías mis días, pero a la vez me enseñó que tener hijos no es jugar a las casitas. Conforme fui cumpliendo años todo aquel castillo que pensaba que era de oro y diamantes se empezaba a venir abajo dejándome vacía por dentro. No sabía quien era, no me reconocía y entonces descubrí que la puerta de la jaula de oro estaba cerrada. Una noche, ya con mis dos criaturas dormidas, vi lo que había sido mi vida, lo que era y lo que podría ser y se me rompió el alma. No quería estar así, no quería ser esa y empecé a escuchar aquel “estás loca”. Maldita frase que se clavó en mi alma con un puñal afilado. Saqué fuerzas de donde ya no las tenía y dije “se acabó”. Una piensa que diciendo esas palabras la película pone ‘FIN’ pero de eso nada, luego viene la segunda temporada que es aún más dura e injusta.
Ante mi asombró mi amiga María estaba relatándome como si de un vómito se tratara, su triste historia de maltrato silencioso que sufren muchísimas mujeres. La cogí de la mano, me miró y vi caer una lágrima por su mejilla. Me mantenía callada, tan solo le apretaba fuerte la mano.
Tuve que huir, me dijo, y empezar una nueva vida, sin nada, con dos criaturas que tenían a su madre destrozada y que tenía que sacar fuerzas del último rincón de su alma dolida. Sentía miedo, vergüenza, incertidumbre y nunca tuve el valor de denunciar en el momento que todo aquello pasó. ¿Me creerán? ¿A cuanta gente se lo tengo que contar y revivirlo una y otra vez? Mi mente, mi cuerpo, mi alma no podían con tanto dolor y las pocas fuerzas que me quedaban tenían que estar destinadas a sacar adelante a dos criaturas olvidándome de mí misma y de mi dolor. Renuncié a curarme y tapé, porque parece que de lo que no se habla no ha ocurrido. Pero seguía teniendo la herida abierta y la suturé con el mejor hilo que puede encontrar porque una vida me esperaba. Esa cicatriz siempre te recuerda un dolor inmenso y hay ocasiones que supura sin darte cuenta porque jamás te curas. Que te maten en vida es el peor castigo que una persona puede recibir, y así me he sentido y me siento en ocasiones.
En ese momento solo la abracé, sentí como su corazón latía a mil por hora y sentía que aún no había acabado ese sufrimiento el cual me manifestó al principio de su historia.
Me miró a los ojos y me dijo, ¿sabes? Aún no he podido soltar el lastre, aún se quedan guardadas en mi memoria aquellas noches de llanto, aquellas noches de yo tengo la culpa de todo, si hiciera las cosas de otra forma seguro que saldría todo mejor, aquellos castigos sin dirigirme la palabra. No soy capaz de saber por qué me pasó aquello, qué mal me había portado en la vida para que me castigara de esa manera. Estaba cansada de preguntarle a la luna, de preguntarle a las estrellas y quería ir hasta a por agua al desierto. Y me di cuenta de que tenía que hablar con mi niña aventurera y volar. Me encuentro entre dos mares amiga, me encuentro ante el mar en calma de mi vida de ahora y el mar de tempestades del pasado. Paso de uno a otro sin saber como y solo quiero que todo el mar que me rodea esté lleno de esa paz que mi alma anhela.
Seguí sin decirle nada, tan solo la escuchaba con nuestras manos entrelazadas como cuando nos sentábamos en el pasado en los bancos del barrio para hablar de nuestros amores adolescentes.
Nuestros ojos se cruzaron y nos fundimos en un fuerte abrazo, porque, aunque habían pasado muchísimos años, éramos de nuevo aquellas dos adolescentes que hoy ya pintan alguna que otra cana. Le cogí la cabeza, se la levanté con tremendo esfuerzo y le dije que el destino me había dado la oportunidad de haber estado de nuevo a su lado y nos fundimos en un abrazo de aquellos que hacen que dos corazones latan a la misma vez, y entendía que le había quitado un poco de peso de su tormenta.
Esta es una historia real, demasiado común para tantas mujeres y me pregunto: ¿Dónde está la reparación de las víctimas? ¿Dónde están las ayudas para recomponer esas almas destrozadas que se sienten con la obligación de seguir viviendo? ¿Dónde está la recomposición de un ser humano herido? ¿Habrá algún momento en el que ese pasado no salga a la luz de nuevo? Tantas dudas me asaltan, tantas preguntas rondan por mi cabeza que tan solo fui capaz de decirle: el silencio también mata.
Si eres una de esas Marías, cuéntalo, compártelo, háblalo y saca fuera de ti ese mar de tempestades porque querida mía, tú no tienes la culpa.