“Hoy ya es un clamor la politización de la justicia y el reparto de cromos de los grandes partidos, denominando o clasificando a los magistrados a repartir entre conservadores y progresistas”
OPINIÓN. Tribuna Abierta. Por Pedro Pérez Blanes
Abogado y profesor
07/05/25. Opinión. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. El abogado y profesor, Pedro Pérez Blanes, escribe en esta Tribuna Abierta sobre legitimidad: “Pero la legitimidad de unos partidos políticos que rara vez cumplen con sus palabras y minan con chiringuitos de enchufados sin preparación las administraciones, creando nuevos chiringuitos administrativos inservibles,...
...para justificar un gasto inútil, es inexistente. Dicha ausencia de legitimidad, quiebra el sistema”.
Legitimidad
Cuando era estudiante de Derecho, no entendía muy bien la razón de ser de la asignatura de Filosofía del Derecho. Sin embargo, se veía que entroncaba con pensamientos de los clásicos. Estudiábamos la definición de Ley de santo Tomás de Aquino, “Ordenación de la razón, dirigida al bien común y solemnemente promulgada por aquel que tiene a cargo el cuidado de la comunidad”. Sea éste último Jefe de una tribu, Rey, Jefe de Estado, Califa, Sha, Dictador, o presidente de una República. Lo conocido como Ius naturalis (derecho Natural), al que posteriormente se iban añadiendo elementos de lógica o la razón de los principios del sistema científico y el empirismo de Descartes y Hume entre otros. Con el tiempo, he descubierto de la necesidad de todo ello, sobre todo de la legitimidad natural, de realizar determinados actos por esos que precisamente tienen a cargo la dirección de la comunidad de patriotas o ciudadanos denominado nación o Estado. Pero de actos que redunden verdaderamente en beneficio de la Comunidad, y no sólo de unos pocos.
Aterrizando al caso particular, me viene a la memoria, ante la crisis financiera infame de 2008, originada por la mafia que todavía habita en el primer mundo que asentó la desregularización de los productos derivados, enriqueciéndose unos pocos a costa de la ruina de millones de personas (muchos se suicidaron al perder sus casas y patrimonio), un pánfilo Mariano Rajoy que prometía una bajada de impuestos allá por 2011, y lo primero que hizo, tras blindar junto con otro illuminati Zapatero (ahora minero en Venezuela), la deuda pública española hipotecando a generaciones futuras con la modificación (sin referéndum) del artículo 135 de la Constitución Española, fue consolidar una subida del IVA del 18% al 21%, que aún no ha bajado desde entonces (2012). Su entonces flamante Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, prometió no hipotecar la justicia y volver al sistema de nombramiento de los Jueces y miembros del Consejo del Poder Judicial anterior a 1985, donde 12 de los 20 miembros eran elegidos por los propios juristas de reconocido prestigio alejados de la política. Hoy ya es un clamor la politización de la justicia y el reparto de cromos de los grandes partidos, denominando o clasificando a los magistrados a repartir entre conservadores y progresistas.
La corrupción en ambos partidos campa a sus anchas, es generalizada, y tenemos un diputado que aún cobra de todos nosotros y que como otros muchos ejemplos, se gastó el dinero público en prostitutas y juergas y colocando a amiguitas de compañía que tarifan por horas, y amantes de la dolce farniente en cargos y puestos públicos (o púbicos según se mire), sin aparecer siquiera por el lugar de trabajo. Si hablamos del caso infame de lo sucedido en Valencia con las inundaciones del pasado octubre, con más de 200 muertos encima de la mesa por negligencia grave, y sin asunción de responsabilidad por parte de ningún impresentable cargo político de una u otra administración, ya sube la temperatura al límite de previo al levantamiento popular. Ninguno de los partidos hace acopio de asumir responsabilidades en sus filas, sino en seguir un guión teatralizado, y tomando a la población española en ruinas y asfixiada de impuestos por imbéciles. La última noticia sobre este particular es que para que siga la fiesta con más invitados al gratis total que pagamos todos, es la de acordar un nuevo bonus de 125 millones de euros a los inspectores de Hacienda que recauden más en IVA e IRPF (uno de los tributos más altos de todo el sistema fiscal). Nada que objetar si realmente el dinero público se invirtiera de forma eficiente en el interés de todos los ciudadanos. Si se notara una mejoría sustancial en la gestión de los recursos, en reducción de listas de espera en Sanidad, en mejores recursos educativos y didácticos y la mejora ostensible de la calidad de la enseñanza pública, y así un largo etc. Pero la legitimidad de unos partidos políticos que rara vez cumplen con sus palabras y minan con chiringuitos de enchufados sin preparación las administraciones, creando nuevos chiringuitos administrativos inservibles, para justificar un gasto inútil, es inexistente. Dicha ausencia de legitimidad, quiebra el sistema.
Clamar al cielo y hacer alegatos censurando medios, redes sociales, y llamando fascista al disidente, no es la solución. Alarmarse de que la llamada ultra derecha tenga serias posibilidades de llegar al poder en la mayoría de los países del entorno europeo, es una ingenuidad de quien no ve la realidad. Alterar los pocos principios democráticos que aún quedan forzando a determinados países a repetir elecciones o anularlas, temiendo la vuelta a regímenes autoritarios, no es la vía. La solución pasa por ganarse y reconquistar la legitimidad de los valores morales con hechos tangibles y no con promesas, de aquellos principios éticos inmanentes en los seres humanos, aquellos que enseñaban los filósofos clásicos del Derecho Natural. Sin valores éticos y normalizando la corrupción como un mal menor, despenalizando y rebajando las penas de prevaricación y malversación entre otros, sólo estamos echando abono para la desaparición de las democracias actuales, y la vuelta a regímenes totalitarios que al menos, solucionen de la peor manera posible, el cáncer de la corrupción y la deslegitimidad que a pulso se ha ido ganando la ya infecta clase política de comienzos de este siglo XXI.
No hay que combatir la ultraderecha, ni a la ultraizquierda, sino al relato falso y maniqueo que justifica un Estado lamentable cleptómano hacia las clases medias, para alimentar la fiesta de gente amoral que está al frente de la comunidad de patriotas, llamada todavía España.