OPINIÓN. Brisas del Gurugú. Por Antonio M. Escámez
Profesor y exdelegado provincial de la Consejería de Educación
28/10/13. Opinión. Escámez revive para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com algunos de sus aconteceres cuando ocupaba el puesto de director en un instituto público de Málaga. Lo hace a colación de la profesora del IES Miraflores de los Ángeles que ha visto como la madre de una de sus alumnas le fracturaba el dedo en una agresión. “La fractura del dedo de la profesora nos duele a todos. A mí me duele. Pero también presiento que pudiera estar fracturándose ante mis pies mi modelo de trabajo, mi quehacer diario”.
¡Es la educación, estúpido!
NO diría que esté con la suficiente y aséptica frialdad distanciada para hablar de la educación sin emoción. Por muchísimas razones. Por llevar dedicado a ella toda la vida, como alumno, profesor, director o responsable institucional, desde luego, pero también por todo cuanto está aconteciendo a nuestro alrededor y que tiene a la educación en el punto de mira.
PUES así estamos. Expectantes y preocupados ante la apisonadora marcha de una ley que se aprueba con la más rotunda soledad parlamentaria de un partido político que gobierna en mayoría absoluta pero que entiende la misma como carta blanca para su todo vale.
Y también estamos conmocionados ante esa lacra de incomprensión aderezada en ocasiones de violencia, que se presenta a veces como un atroz huracán que nos hiciera tambalear. Que una madre fracture la educación de su hija, haciendo lo propio con el dedo de su profesora, nos deja estupefactos pero no impasibles. Ha ocurrido una desgraciada vez más. En esta ocasión en un instituto malagueño.
HECHA la advertencia de que aquí no hay distancia sino emoción, volvamos a lo de la ley, la LOMCE, que incluye entre sus siglas la palabra “mejora” (tamaño eufemismo para ella que vendrá a empeorarlo todo). Pero no quisiera caer en la fácil tentación de hablar de esta ley y de los enormes daños, directos y colaterales, que va a ocasionar en el sistema educativo público. Tampoco sucumbir a la jugosa valoración de ese ministro torito bravo que se crece ante las críticas y que puede que lo único bueno que haga en su mandato sea cumplir una promesa: marcharse. Eso sí, una vez su desechada ley por todos menos por uno, su partido, sea finalmente aprobada, pues superó el trámite de aprobación en el Congreso de los Diputados el pasado 10 de octubre con 182 votos favorables, 137 en contra y dos abstenciones.
CURIOSO modo de considerar la educación una cuestión de estado y de trabajar por el consenso, que no es más que el acuerdo del sentido común aplicado a la realidad de las cosas. Si bien es cierto que el consenso sí estuvo presente: el de todos los portavoces de la oposición, que decidieron la derogación de la LOMCE en cuanto el PP pierda la mayoría absoluta.
ESTRAMBÓTICA forma de labrarse el futuro de un país, diría un ajeno observador imparcial, exclamando a la vez ¡Lo importante es la Educación, estúpido!
DEBERÍA explayarme ahora con la dichosa LOMCE y su ínclito ministro, pero no. Ya los papeles y las pantallas rebosan información por doquier sobre la misma y con la huelga otoñal en su contra se están divulgando sus nefastas consecuencias, por más que sus defensores hagan uso de todos sus medios, que no son pocos, para intentar vencer, que no convencer.
LA fractura del dedo de la profesora agredida nos duele a todos por supuesto. A mí me duele. Pero también presiento que pudiera estar fracturándose ante mis pies mi modelo de trabajo, mi quehacer diario. ¿Qué no estaré haciendo bien para que sucedan estas cosas? Claro que acto seguido me asalta la duda de que realmente a mí se me pueda atribuir alguna responsabilidad. Pues claro que sí, concluyo, o acaso el trabajo de un profesor no es enseñar, o ayudar a aprender, y eso al fin no es más que contribuir a la construcción de las personas.
NO son preguntas de ahora. Me las vengo haciendo desde hace mucho.
MIENTRAS expresaba mi solidaridad con la compañera agredida y la comunidad educativa del IES Miraflores de los Ángeles, rememoré algunos episodios personales vividos. Tanto que sin necesidad de hacer un especial ejercicio forzado de empatía, pude y supe sentir con toda crudeza cómo debía sentirse aquella compañera. Con algo de dolor físico claro, pero con mucho más de ese dolor de la incomprensión que ojalá pudiera tratarse con unos simples analgésicos, aunque es más que probable que no tenga tan fácil cura.
UN alumno de 4º ESO agredió fuertemente con un palo a otro chico de 2º ESO. Fue a la entrada del instituto, antes de las 8.30. El curso escolar 2007-2008 apenas había echado a andar y en el IES Torre del Prado de Campanillas estábamos con la clásica hiperactividad de un inicio de curso, pero también con una desconocida inquietud para nosotros, que yo como director consideraba enriquecedora para el centro y así intentaba transmitirlo. Fueron matriculados aquel curso un grupo de muchachos marroquíes, menores extranjeros no acompañados, que habían llegado a España de las formas más inverosímiles. Estaban acogidos por la Junta de Andalucía y vivían en la zona, en una vivienda tutelada gestionada por una asociación. Ya desde antes de que el curso empezara el profesorado del centro afrontó con profesionalidad el reto de la escolarización de unos alumnos con los que no podríamos trabajar de cualquier forma. Proyectamos acciones interculturales, los distribuimos en grupos para favorecer su integración, reforzamos su aprendizaje de la lengua española ya que algunos apenas si chapurreaban alguna palabra y muy especialmente sensibilizamos al resto de chicos y chicas para que aquellos nuevos estudiantes que venían de tener vidas nada fáciles pudieran empezar a vivir una vida tan normal como la de ellos y ellas. Pero aquel palo xenófobo preparado tras una pelea en el día anterior en el autobús, supuso también un cierto movimiento sísmico para nuestro castillo de naipes educativo.
AL alumno agredido lo llevamos a urgencias. Fue un golpe serio. Al alumno que agredió se le impuso la corrección de que durante 29 días no asistiera a clase, aunque no se interrumpía su formación ya que debía realizar tareas de las distintas asignaturas, podía consultar dudas o acudir al centro para los exámenes. Su familia no la aceptó e incluso la recurrió. Alegaban que no fue un palo agresivo sino “defensivo” (sic). Se le desestimó la reclamación. Y entonces su hermano veinteañero esperó al director a la puerta del instituto, un viernes después de las tres de la tarde y la emprendió a golpes con él. El director era yo. El resultado de todo aquello tras un primer conato de juicio de faltas fue un juicio penal por atentado a funcionario público que se saldó con un año de cárcel y multa contra el agresor.
TODO el profesorado debe saber que su garantía jurídica está respaldada a través de la asistencia jurídica gratuita que ofrece la propia administración. El procedimiento está regulado por la ORDEN de 27-2-2007 (BOJA 21-3-2007) y la corrección de errores de la misma (BOJA 24-4-2007). Yo estuve asistido en todo momento por el abogado que quise elegir, acogiéndome a esta norma.
FORMALISMOS burocráticos aparte, volvamos a la esencia de las cosas: las emociones.
¿CÓMO estará la profesora agredida recuperándose de su dedo partido? ¿Cómo se sentirá cuando tenga que sentarse cerca de su agresora en el juzgado?
¿QUÉ sentimientos le asaltarán cuando llegue a cruzarse con la alumna?
¿REVIVIRÁ una y otra vez el acontecimiento sucedido? Seguro que sí. Y también es seguro que intentará buscar explicaciones a por qué sucedió, argumentos que apoyen cómo podría haberse evitado y cómo evitar que vuelva a suceder.
VIVIR todas esas situaciones creo que me otorga la capacidad de imaginar cómo debe encontrarse la profesora, por lo que me solidarizo plenamente con ella. También con la comunidad educativa del instituto, que ha debido sentirse igualmente agredida.
MUCHO más difícil, por no decir imposible, me resulta comprender la actitud agresiva, intolerante y violenta de esa madre. ¿Acaso podrá pensar que en el centro no se pretende todo lo mejor, educativamente hablando, para su hija?, lo que no quita que si es necesario haya que corregirle conductas inapropiadas, quizá algo que nunca ha sucedido en un ámbito que no sea el escolar.
Y es que nos encontramos con que los chicos y chicas suelen desenvolverse en dos mundos diametralmente opuestos, o directamente incompatibles. En una esquizofrenia inaudita e insoportable. El mundo de las normas de convivencia, del respeto, de los buenos días, del hola y adiós, del gracias y por favor en el centro educativo, al mundo del por cojones, del vete a la mierda, del que me lo des porque yo lo digo o del no me da la gana, en la calle, en el barrio e incluso en casa. Dos mundos que deberían estar condenados a entenderse pero que siguen de espaldas, cada uno con su realidad, pero probablemente de espaldas a la “realidad”. Dos mundos que habrían de converger y convertir la educación en su verdadera razón de ser.
DE ahí que sean tantos los intangibles que puedan existir, que se antoja utópico poder preverlos y controlarlos en los colegios e institutos.
COMO poco previsible fue que la reacción de un alumno fuera asestar un fortísimo puñetazo contra la boca de otro, que acabó perdiendo las dos piezas dentales delanteras.
OCURRIÓ en el mismo instituto que dirigía. En los recreos varios profesores vigilaban. También se organizaban competiciones deportivas como forma de canalizar tensiones y energías. Aquel día se jugaba un partido de fútbol arbitrado por un profesor. Como consecuencia deun lance del juego hubo una pelea entre dos alumnos. Yo estaba en el despacho de dirección aprovechando el tiempo del recreo para hacer gestiones. A la llamada de los profesores del patio, acudí velozmente y me encontré con la escena: tras ser separados, uno de los alumnos cargado de ira y violencia aprovechó para darle el puñetazo al otro chico. Atendimos inmediatamente al herido. Lo evacuamos a un centro sanitario. Llevamos sus dientes para que les fueran reimplantados. Simultáneamente informamos a la familia y pusimos un taxi a su disposición para que acudieran a la mayor brevedad al centro sanitario. Finalmente el chico perdió sus dientes y la familia interpuso denuncia. Consecuencia de la cual el ministerio fiscal me incluyó como responsable civil, en calidad del director del centro, junto con el alumno, sus padres y la Delegación de Educación. (véase documento adjunto AQUÍ).
GAJES del oficio pensé. ¿Intangibles imprevisibles e incontrolables? Desde luego en los centros educativos lo son. ¿Cómo prevenir en el instituto una reacción violenta desorbitada, quizá de las que no son tan insólitas fuera de él? El centro no puede hacerlo todo en exclusiva (de hecho los alumnos sólo están durante unas cuantas horas del día en el colegio o el instituto) por lo que se hace imprescindible la contribución del compromiso familiar y social.
PERO con toda sinceridad, en lo que yo he podido vivir en veintitantos años de profesión docente, la tónica de año tras año, lejos de estas situaciones que aunque llamativas son ciertamente infrecuentes, ha estado repleta de eventos positivos que le dan valor al trabajo realizado, la certeza de los logros cuando se plasman sobre resultados contrastados, también las dudas sobre la repercusión de lo que se hace, con el tiempo absolutamente solventadas cuando el saludo amable de ese joven o ya de esa mujer o ese hombre con indisimulado afecto se dirigen a ti como su profesor, te recuerdan y te hacen sentir que fuiste alguien importante para ellos. Por muchas personas que hayan pasado por sus vidas, eres alguien especial para ellos, has sido y sigues siendo su profesor.
PRECISAMENTE el curso pasado promovimos una iniciativa a través de la cual quien quisiera mostrar su agradecimiento y público reconocimiento a aquellos maestros y profesores que le aportaron algo positivo en su vida, lo hiciera, aunque hubiesen pasado ya muchos años, aunque ese entrañable profesor ya se hubiera marchado para siempre, aunque no se supiera muy bien qué decir. Unas simples gracias podrían decirlo casi todo. Así creamos www.docentesquedejanhuella.es y un buen número de personas quisieron libremente aportar sus testimonios, que acabaron dando forma a un libro que puede ser descargado desde el mismo sitio mencionado.
EN fin, así somos los profesores. Sospechamos que lo que hacemos tendrá importancia en la vida de las personas. Sabemos que nuestro trabajo sirve para algo, que más temprano que tarde todo aquello que se fue sembrado germina. Aunque nosotros prosigamos pacientes con nuestro día a día, con nuestro curso a curso y apenas podamos ser testigos de cómo brotan y crecen esas semillas plantadas.
YA sea el encuentro, reunión o tertulia en la que haya más de un docente, es seguro que se hablará de educación. Quienes nos dedicamos a esto somos gente que lo vivimos apasionada e intensamente y el tema nos ocupa, nos preocupa, nos acompaña permanentemente en nuestra vida. En esas conversaciones siempre podrán escucharse miles de “batallitas”. Algunas de las mías son éstas que he contado. Tengo otras muchas. Como la del alumno que puso “puta sabelotodo” en un examen entregado a su profesora y su padre denunció penalmente al director del instituto por imponerle una corrección a dicha conducta y al delegado de educación por desestimar el recurso de alzada interpuesto al efecto. ¡Y un juzgado la admitió a trámite! Para después archivarla claro. O la de un alcalde de un bello pueblo de la Axarquía que quiso demostrar su compromiso por la educación en su pueblo precintando un instituto completo e impidiendo el acceso a él de todo el personal, incluidos unos 400 alumnos, porque las piedras de una escollera exterior en la pista deportiva, separada del edificio principal, se habían deslizado y tampoco el Ayuntamiento, el alcalde claro, daba permiso de obras para su reparación. Pero esas son otras batallitas.
CUÁNTOS sin enterarse o sin querer hacerlo: ¡Es la educación, estúpido! (*)
(*) “La economía, estúpido” (The economy, stupid), fue una frase que se popularizó durante la campaña electoral de Bill Clinton de 1992 en la que alcanzó la presidencia de los Estados Unidos frente a su directo rival George Bush, padre.
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