En esta ocasión con una nueva puerta
OPINIÓN. Bajo las alcantarillas
Por Manuel Fernández Valdivia. Empresario de San Pedro Alcántara
08/10/19. Opinión. El empresario Manuel Fernández Valdivia, en su habitual colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, habla sobre una reciente obra en la Iglesia de San Pedro de Alcántara: “Partido Popular y Opción Sampedreña votaron el pasado mes de mayo en contra de declarar Bien de Interés Cultural (BIC) a la Iglesia de San Pedro de Alcántara y la Villa San Luis, aquí tienen la respuesta...
...Con esa protección ninguno de sus elementos podría ser alterado o modificado, como finalmente ha ocurrido por antojo del ínclito Francisco Javier Sánchez-Cano, actual párroco y señor del lugar”.
Con la Iglesia hemos topado
Además de la familia nacional católica, otra de las instituciones que implantó el franquismo estaba representada por lo que dieron en llamar las “fuerzas vivas” del pueblo. Por orden de importancia: el señor alcalde, el cura, el médico y el pobre señor maestro. Evidentemente, todo en masculino. A pesar de la democracia, en España seguimos arrastrando el poder que en los municipios siguen teniendo algunos de estos personajes. Entre todos, han sobrevivido como fuerzas vivas, la que representan alcalde y cura. Cuidado con querer o solo desear que se doblegue la voluntad de alguno de estos. La sanidad del médico y la educación del maestro, han sido degradadas y privatizadas hasta los extremos. Una forma de mantener a dos de estos antiguos “influencers” con la soga bien atada al cuello. Total, la salud y la cultura, para el que se la pueda pagar. Y a ello contribuyen la izquierda y derecha de este país.
Tanto es así, que quienes llegan al poder en el ayuntamiento de turno como de la céntrica iglesia del pueblo, hacen y deshacen como, según algunos Dios les da a entender. Creen de verdad que están aquí por una especie de deseo celestial, sin importar las reglas que la ley humana o la divina, han revelado por medio de la Constitución Española o el libre albedrío del que se habla en la misma Biblia. Los políticos, debido a la falta de democracia interna que persiste en los partidos, siempre son designados, como antaño, por el “franco” dedo de algún gerifalte residente en la capital. Más o menos lo que ocurre con la curia. Siempre es bueno tener amigos en el Obispado o la Conferencia Episcopal, para que ese dedo, también existente en la Iglesia católica, apunte en la dirección adecuada y a uno, como cura, le den un buen destino. A ser posible en la rica Costa del Sol, en la que alguno puede disfrutar hasta de jacuzzi en la casa parroquial, cuando no de mercedes y 4x4 para ir cómodo a El Rocío.
Pues bien, convertidos ayuntamientos e iglesias en cortijos [por no decir algo más censurable] al mando de estos representantes divinos en el pleno municipal o toda la tierra, a nadie debe extrañar que al despertar uno de ellos, se le ocurra, como ha pasado en San Pedro Alcántara, abrir una puerta lateral en un edificio construido 150 años atrás, habiendo, además, celebrado recientemente sus 75 años como parroquia. ¿Para qué tanto boato si después no respetamos un edificio que es de todos? Porque, con dinero de todos se ha mantenido hasta ahora.
Para los que cayeron de espaldas al saber que Partido Popular y Opción Sampedreña votaron el pasado mes de mayo en contra de declarar Bien de Interés Cultural (BIC) a la Iglesia de San Pedro de Alcántara y la Villa San Luis, aquí tienen la respuesta. Con esa protección ninguno de sus elementos podría ser alterado o modificado, como finalmente ha ocurrido por antojo del ínclito Francisco Javier Sánchez-Cano, actual párroco y señor del lugar. A ninguno de sus honorables predecesores, se le ocurrió tal barbaridad. Esto también nos pueda dar idea de lo que más tarde o temprano pueda ocurrir con el edificio civil en el que desde hace años se encuentra la Oficina de Distrito de San Pedro Alcántara (que no Tenencia de Alcaldía), en manos del cómplice de esta acción, el Partido Popular.
Y digo “antojo” del cura párroco porque, si hacemos caso a sus deseos de dotar al edificio eclesiástico de un mayor nivel de protección, primero se tenía que haber servido de un estudio de seguridad y salud al efecto de solventar otros puntos más urgentes: dotación de extintores, señalización de salidas, puertas con sistema anti pánico y, si hablamos de salud, la instalación de un aparato de aire acondicionado para que, al menos, a niños y mayores no les cause un perjuicio mayor las temperaturas que la iglesia puede alcanzar en las cada vez menos probables aglomeraciones de público durante el verano. Mejor no entremos en el cumplimiento de la legalidad vigente en cuestiones relacionadas con las instalaciones térmicas en los edificios o de comodidad en espacios públicos. Ya puestos, mejor tirar abajo la iglesia y hacer una nueva. Ya sabéis, por eso de la seguridad, comodidad, modernidad... Total, a la Iglesia se le permite todo.
De hecho, de muy poco servirá, por ejemplo, en caso de incendio, disponer de otra puerta lateral si, como suele ocurrir, se mantiene cerrada durante los oficios religiosos. Sin contar con otros momentos en los que, igualmente, estas grandes puertas clausuradas a cal y canto, pueden convertir al edificio en una ratonera. Si realmente quería solventar algún fallo de seguridad por la afluencia de público que se genera durante uno o dos días al año, existe otra norma legal que impide el acceso a un edificio público a más personas de las que la licencia de primera ocupación permite. Y como en otras cuestiones, amigo, con la Iglesia hemos topado. No hay ley terrenal que pueda meterla en cintura.
Claro, hablamos de la misma Iglesia que mantiene casi en secreto sus cuentas y los hechos deplorables que en su seno se siguen generando a manos de determinados iluminados. Representantes de dios en la tierra que se lanzan al abrazo de todo tipo de excesos terrenales. ¿Quiénes de ustedes no hubiese priorizado el gasto que esta obra ha generado, a la puesta en marcha de un centro de acogida de personas sin techo o de una siempre necesaria residencia para mayores? Al menos para la puesta de una primera piedra. Por algo se debe empezar. En sus 75 años como centro religioso, no se ha conocido en San Pedro Alcántara, actividad alguna que haya consistido en la transformación social del pueblo por parte de esta institución, más allá del mantenimiento de la pobreza por medio de su “caridad”. Ni se atisba querer seguir el ejemplo de Estepona, que consiguió construir una residencia de mayores; o del Padre Ángel, con su fundación Mensajeros de la Paz, presente en 55 países con la puesta en marcha de comedores sociales, pisos tutelados, albergues, residencias, etc. Por voluntad también del que quiere seguir siendo considerado un párroco “normal y corriente”. Gracias a la existencia de estas excepciones viven otros cómodamente levantándose únicamente para bendecir a políticos y beatas.
Sigan así, señores de la Iglesia, pisoteando derechos y bienes de los que, como mucho, son solo gestores. Nunca dueños. Sigan pensando que el templo del que habla Jesucristo es un edificio y no el interior de cada persona. Sigan adornando presbiterios, altares y sagrarios, mientras sus almas ennegrecen a la par que mantienen su poder, por suerte menguante.
Aun así, tienen el valor de preguntarse el porqué de tanta falta de feligreses y vocación eclesial. Desde luego, aquí y así, no los van a recuperar.
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