Las casas de mis amigos carecían de baños y cocinas, se cocinaba en la calle, las ‘necesidades’ se realizaban en el campo y la higiene era con barreños; el agua corriente no estaba asegurada”

OPINIÓN. Charlas con nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

23/03/21.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el progreso que se produjo durante la transición: “La vida en zonas como esa cambió espectacularmente para bien, aparecieron centros de salud donde no los había, institutos de enseñanza secundaria donde nunca hubo, transporte digno, pensiones, que...

...tampoco había, instalaciones escolares, deportivas y culturales, etc., en un clima de paz, el que propicia avanzar en justicia mediante la solidaridad (no está mal recordar para qué sirven los impuestos)”.

Hemos cambiado

Tengo vivos en mis recuerdos los largos veranos que pasaba en pleno campo, en El Morche, un núcleo de población en la costa de Torrox.


Pero mis recuerdos con el paso de los años han ido entresacando comentarios, escenas, observaciones, que en mi infancia de alguna forma me impresionaron, aunque durante años pasaron desapercibidas en mi conciencia.

Estábamos en casa de mis abuelos desde mayo hasta bien avanzado septiembre. Algún año mi madre nos sacó anticipadamente del colegio a mi hermana y a mí, y nos íbamos al <campo> para mi felicidad. Mi padre, marino mercante, estaba navegando.

A finales de los 60, principios de los 70, la pobreza en la que se vivía en el entorno en el que yo me sumergía esos veranos era tremenda, es fácil de recordar, aunque en aquellos momentos lo veía con la naturalidad con la que se aproxima un niño.

Las casas de mis amigos carecían de baños y cocinas, se cocinaba en la calle, las <necesidades> se realizaban en el campo y la higiene era con barreños; el agua corriente no estaba asegurada, el uso de pozos para sacar cubos de agua era habitual.

Una viuda que a mí me parecía muy mayor, no lo sería tanto, quizás ni siquiera era viuda, vivía sin ningún tipo de recurso, de la ayuda de sus vecinos, en una casa que no era más que una sola habitación, sin baño ni agua, con un brasero encendido en la puerta, todo ello casi al lado de un establo con vacas. Entonces también era muy fácil ver rebaños de cabras y recuerdo cómo era la vida pobre del pastor al que yo daba la lata.

A partir de 1972 dejé de pasar los veranos allí, mi padre se desembarcó y los veraneos se trasladaron al Rincón de la Victoria, aunque nunca he dejado de ir y querer a El Morche y Torrox.

En los años siguientes llegó la transición y la vida en aquellos ámbitos se transformó de manera imparable, la injusticia en la que había vivido el campo afortunadamente se corrigió.

El niño que aún yo era, pudo percibir que la parte más acomodada de aquella zona tenía temor al cambio, aunque inmediatamente la inmensa mayoría no pudo dejar de valorar honestamente que fue lo más positivo que había ocurrido en la historia de la zona, en todo el tiempo del que se tenía recuerdo, para el bienestar de las personas.

Estamos hablando de tiempos en los que eran social y económicamente relevantes los que habían vivido la guerra civil cuando tenía 20 años de edad, entonces ya tenían entorno a los 60, pero estaba muy presente en sus valoraciones de la situación y en sus decisiones; otra cosa sería como si a mi generación, los que ahora andamos cerca de esos 60 años, le pidieran que olvidásemos la victoria socialista de Felipe González en 1982.

La vida en zonas como esa cambió espectacularmente para bien, aparecieron centros de salud donde no los había, institutos de enseñanza secundaria donde nunca hubo, transporte digno, pensiones, que tampoco había, instalaciones escolares, deportivas y culturales, etc., en un clima de paz, el que propicia avanzar en justicia mediante la solidaridad (no está mal recordar para qué sirven los impuestos).

Una parte del miedo de aquellos que lo tuvieron en la transición lo ocasionaba que no podían imaginar que llegásemos a tener algo de justicia social, porque en cuarenta años de franquismo no la hubo, y que con libertades la injusticia inevitablemente impediría la paz, pero la solidaridad hizo posible la justicia, el desarrollo social y económico y con ella unas décadas de paz y una tranquilidad antes nunca disfrutadas.

Viví todo aquello siendo un niño, como un niño, creo que observador, pero niño, ahora veo con tristeza que no seamos capaces en conjunto de valorar lo que supuso el cambio a la modernidad de los años 80 y 90.

No todo fueron avances, ciertamente hubo un daño en el medioambiente, por ejemplo.

A principios de los 70 en El Morche se formaba una laguna natural en torno al camino viejo de Vélez, donde podíamos coger ranas; la zona era un humedal y el campo carecía de plásticos, había mucha huerta.

También en aquella época se cometían desmanes con la naturaleza, se cultivaba usando camiones de arena traídos de las playas, para dar consistencia a cultivos que se realizaban sobre estiércol cubierto de esa arena, los productos químicos que se utilizaban deben estar hoy día todos prohibidos.

Se reciclaba en la corraleta, pero es que había muy poco envase, se compraba en tiendas que eran a su vez bares y a la playa se llegaba entre cañas de azúcar, donde ahora hay edificios de apartamentos, eso sí, el camino no era más que el <barranquillo>, impracticable cuando llovía para personas y vehículos, quizás por eso aún había mulas y burros.

Nostalgia de tiempos que verdaderamente supusieron un cambio muy profundo y mejoraron la vida de todos; después han llegado tiempos, en la comparación, anodinos.

Escribe Soledad Gallego-Díaz que <los partidos actuales, “partidos algoritmo”, buscan captar emociones, y para ello no dudan en partir prácticamente de cero, algo muy peligroso en política.>

No debemos partir de cero, se avecinan rápidamente tiempos en los que nuevamente tendremos que cambiar muy profundamente, hace muy pocas décadas lo hemos hecho para muy bien, sigamos esa línea gruesa de nuestra historia muy reciente.

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