“Todo el mundo tiene un trozo de razón, sí, pero no todos los trozos de la razón tienen el mismo tamaño, quizás el trozo de razón pueda ser directamente proporcional con lo cerca del centro que estén las ideas

OPINIÓN. Charlas con nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

08/06/21.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre pensamientos variados: “Casi todas las profesiones acaban ocupando por completo nuestras vidas, ya lo he comentado respecto de la de periodista, difícilmente el médico puede sustraerse a que se le asalte en una cena con una consulta, o el arquitecto con...

...una opinión del edificio, estética o no, o de una posible inversión inmobiliaria; los abogados solo podemos serlo permanentemente, porque todos tenemos problemas y en definitiva nuestra profesión intenta evitar o resolver los problemas de los demás, con la herramienta del derecho”.

Fórmulas matemáticas

Para escribir estos articulillos que se publican cada martes aquí, en El Observador, paso la semana pendiente de algún tema que surja y que me pueda servir de excusa para escribir.


A veces la ocurrencia nace del divagar del propio pensamiento, muchas de la conversación con otras personas, de una lectura o de la radio.

Oigo, normalmente por las mañanas, la Cadena SER, mientras me preparo para salir a trabajar, también los sábados y domingos, el fantástico programa de Javier del Pino, <A vivir que son dos días>; hasta el nombre del programa me parece genial, además interpretable desde muchos sentidos. Fin de semana.

Articulillo es el asunto con el que envío estos textos a la redacción de El Observador los domingos por la noche, desde hace meses. Los escribo ese mismo día por la mañana, pero los dejo reposar, los repaso por la noche y lo envío, quizás esto ya lo he contado antes, cada vez más tiendo a repetirme.

Como en artículos anteriores me he referido a amigos y amigas, a mis hijos a familiares, esta semana en algún momento en varios ambientes hemos comentado y han advertido que hay que tener cuidado con lo que se me dice, vaya a aparecer mencionado en los siguientes días, con más o menos torpeza, en estas páginas.

Lo cierto es que ninguna queja he tenido hasta la fecha, aunque me he planteado abrir un libro de reclamaciones, por si acaso.

Hablando de estas cosas no he podido dejar de recordar las deliciosas reuniones que he tenido con buenos amigos periodistas y, en alguna ocasión, con el maestro don Manuel Alcántara. Siempre pensé que esos encuentros eran un privilegio para mí, sigo pensándolo porque lo son, pero ahora no puedo remediar que junto al cariño de la amistad o la simpatía y curiosidad mutuas, también hay un interés profesional, deben saber qué se opina, qué se piensa, también buscan ideas y es parte de su trabajo. Debo confesar que nunca he visto reflejado en artículo alguno de mis amigos nada que haya dicho yo, lo que no me deja muy bien.

Todo esto me lleva igualmente a confesar que me han pedido que no toque temas políticos en mis artículos (articulillos) y les estoy haciendo caso.

Quien edita El Observador hace mención de que soy abogado, lo hace junto a un entresacado de unas líneas, algunas frases que destacar para presentar el artículo, para el texto que se lee en el envío del mensaje de correo electrónico, con el propósito de llamar la atención del lector para que <pinche> el enlace y se lea completo el texto.

Pero yo no escribo el artículo como abogado, normalmente no trato temas jurídicos y no pongo en la firma más que mi nombre.

Casi todas las profesiones acaban ocupando por completo nuestras vidas, ya lo he comentado respecto de la de periodista, difícilmente el médico puede sustraerse a que se le asalte en una cena con una consulta, o el arquitecto con una opinión del edificio, estética o no, o de una posible inversión inmobiliaria; los abogados solo podemos serlo permanentemente, porque todos tenemos problemas y en definitiva nuestra profesión intenta evitar o resolver los problemas de los demás, con la herramienta del derecho. De todas formas, si hablamos de preguntas en reuniones de asueto: pobres informáticos.

Ayer, sábado, un amigo me decía que hace tiempo le había hecho esa reflexión sobre la abogacía y que se le había quedado muy presente. Venía a cuento de hablar de lo que nuestros hijos estudiaban o aspiraban a hacer, al parecer le comenté, lo he hecho con frecuencia, que mis hijos, con madre y padre abogados no pretendía ninguno de ellos dedicarse a la abogacía. Trabajamos muchas horas, con malos horarios y con mucha preocupación. Mi padre, al que le encantaba la idea de un hijo abogado, tiene dos en esta profesión, me pregunta de vez en cuando si estoy satisfecho, normalmente porque previamente yo le he dicho que lo que yo quería era ser marino mercante.

Claro que estoy satisfecho papá, claro que disfruto de mi profesión y he tenido la suerte de que me trate muy bien y haber prosperado en ella, pero le añado que eso no quiere decir que me ofrezca calidad de vida, ya no por las interminables jornadas de trabajo, ya no porque se es abogado las veinticuatro horas del día y todos los días del año, sino sobre todo, porque en nuestra mesa, en nuestras salas de reuniones, se nos dejan depositados muchos problemas y se nos pide ayuda para solucionarlos. Difícilmente, creo sinceramente que es imposible, por más años de ejercicio que lleves en tus espaldas, no eres capaz de aislar tu vida, tu conciencia, tu mente, de ese problema que te han trasladado pidiéndote ayuda, y te preocupas y sufres por empatía.

Ciertamente es una enorme satisfacción resolverlos cuando es posible, o mitigarlos en otras ocasiones, en todo caso ordenar las cuestiones, prevenir problemas o evitar males mayores.

Pero toda esta digresión, para mí intimista, viene al caso de que me autocensuro porque, pese a que son conocidas mis ideas políticas, mi profesión me exige no hablar de política para poder ser simplemente abogado.

Entiendo que debe ser así y lo acepto, aunque creo que no debería ser difícil entender que las ideas políticas no influyen en la profesionalidad y que un médico o un abogado, no te tratarán o asesorarán mejor o peor según voten en las elecciones, pero también es cierto que todos somos seres humanos y es fácil granjearse simpatías o antipatías.

En esos pensamientos andaba esta semana cuando le decía a alguien que todo el mundo suele tener un trocito de razón, entonces intenté pensar si es posible llevar a las matemáticas esa afortunada expresión.

Todo el mundo tiene un trozo de razón, sí, pero no todos los trozos de la razón tienen el mismo tamaño, quizás el trozo de razón pueda ser directamente proporcional con lo cerca del centro que estén las ideas. Suele ocurrir que las ideas más centradas tienden a poseer un trozo de razón mayor y que cuanto más las alejamos del centro, ese trozo se torna trocito y cuanto más nos desplazamos a los extremos el trocito tiende a cero.

Al final la simpleza de algunas explicaciones de lo que está bien o mal, de las causas de nuestros problemas o la facilidad con la que pueden ser solucionados, hace que la razón deje casi de existir.

Seguramente pudiera llevarse todo esto a una ecuación matemática, siempre pensé en las matemáticas como una distracción para cuando tenga tiempo libre.

Puede ver aquí anteriores artículos de Manuel Camas