“Nos expresamos reflejando con facilidad una estructura mental de poder, donde lo importante (ser catedrático) se asocia al hombre y no a la mujer. El lenguaje hace que se conserven esas taras y debemos ayudar a eliminarlas

OPINIÓN. Charlas con nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

22/06/21.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el uso del lenguaje: “He recordado la anécdota y me he sorprendido conmigo mismo, porque estaba convencido de que el profesor se refería a un alumno y no pensé que quizás fuese una alumna. No me deja indiferente, cada vez menos, el uso del lenguaje...

...y, como decía más arriba, la estructura de poder que refleja, quiero resistirme a ella y qué difícil es”.

Otro mundo

La pasada semana me comentaban dos catedráticos que las nuevas generaciones de alumnos son diferentes de nosotros (éramos de parecidas edades), pero sin duda mejores, mejor preparados para el mundo en el que ya estamos, aunque algunos se resistan a darse cuenta de que el otro, el mundo nuestro de antes, ya no existe.


Precisaré, porque con toda seguridad ha pensado que mi conversación era con dos hombres, con dos catedráticos, que no fue así, se trataba de una catedrática y un catedrático. Para evitar esas faltas de matiz debemos esforzarnos en cuidar nuestro lenguaje en materia de género, porque nos expresamos reflejando con facilidad una estructura mental de poder, donde lo importante (ser catedrático) se asocia al hombre y no a la mujer. El lenguaje hace que se conserven esas taras y debemos ayudar a eliminarlas. En todo caso, si pensó que eran un hombre y una mujer, o todavía mejor, que se trataba de dos mujeres, (ni tan siquiera leyendo este párrafo se nos habrá ocurrido considerar esa opción), enhorabuena.

La conversación era muy distendida, nos acompañaba un editor amigo común de todos, no se escondieron anécdotas sobre comportamientos que no dejan de sorprender.

La chispa surgió comentando cómo había influido el confinamiento, la pandemia, las clases no presenciales en el alumnado y el profesorado.

Es un tiempo difícil, con sensación de perdido, de resistencia, a pesar de las dificultades, para que efectivamente el curso sirva para algo, que un año completo no sea inútil, sabedores que la parte de convivencia, de amistades, de encuentros en la cafetería, de miradas curiosas, de conversaciones sorprendidas, que la primera vez sí se ha perdido durante todo un año, sólo algunas cosas pueden aplazarse.

De ahí a sonreír con sucedidos había un paso: - es que hay alumnos que te escriben y te preguntan por correo electrónico, o en el chat: - me puede decir la hora del examen de mañana, no sé si es a las 10 o a las 11; - por favor, no sé si examinarme oral o escrito, me puede aconsejar que interesa más.

No deja de provocar sonrisas. Unos días después he podido comentar esto mismo con la otra parte, con los que aún son alumnos; coincidían en que efectivamente la comunicación por internet también ha llevado a que la relación con los profesores sea muy diferente, cercana, sencilla, advertían que también los profesores han creado relaciones más flexibles con las normas y que quizás por eso, la respuesta a cuál era la hora del examen no estaba en un calendario preestablecido.


No fue así, el profesor nos justificó su respuesta al alumno y no se la dijo porque lo invitó a mirarla en la web de la facultad, nos explicó que, si por cualquier circunstancia se equivocaba al indicarla, el estudiante lo responsabilizaría. No me pareció muy buena excusa, me pareció bien que no se la dijese, pero no por una responsabilidad fácil de compensar, sino porque no es razonable que el alumno, en lugar de hacer el esfuerzo de consultar la web, opte por la comodidad de preguntarlo al profesor directamente, me pareció que no concretarle la hora era parte de la enseñanza.

Y ahora vuelvo al género, he recordado la anécdota y me he sorprendido conmigo mismo, porque estaba convencido de que el profesor se refería a un alumno y no pensé que quizás fuese una alumna. No me deja indiferente, cada vez menos, el uso del lenguaje y, como decía más arriba, la estructura de poder que refleja, quiero resistirme a ella y qué difícil es.

Me vino a la mente que hay quien aún me recuerda que la dejé entrar a un examen cuando ya llevaba media hora empezado. Han debido pasar cerca de treinta años, pero lo recuerdo, fue en el aula prefabricada de la Facultad de Derecho de El Palo, un espacio que hoy ocupa la calle que une Echeverría de El Palo con Avenida de la Estación; antes incluso de que ese aula existiese, aquel espacio era un pequeño aparcamiento de la Facultad donde además de aparcar, a veces se organizaban partidos de fútbol sala.

Desesperada, transmitía sinceridad, reflejaba la decepción consigo misma porque se había equivocado de hora, su mirada expresaba un ruego: por favor, no deje que pierda el esfuerzo que he hecho para preparar el examen. Hizo el examen, aunque con menos tiempo que el resto, es verdad, no pensé que entrase tarde porque hubiese esperado a conocer las preguntas que alguien le hubiese filtrado con el examen ya empezado.

Es curioso ese mundo de vigilar exámenes escritos multitudinarios, también desde el otro lado, sentirse vigilado mientras intentas demostrar de una forma excesivamente antigua tu capacidad. También tengo recuerdos en los que fui estricto con la hora de concluir, poco flexible para dar unos minutos de más, escudado en que las condiciones deben ser para todos igual, como si todos fuéramos iguales, sin ningún tipo de matices.

Dicen que, si viajásemos al pasado, de las cosas que menos nos sorprenderían serían las aulas de las escuelas, porque siguen siendo en esencia prácticamente iguales, pupitres y pizarra.

Sin embargo, también eso va cambiando aceleradamente, ni las aulas son las mismas, ni se preparan en la misma forma las clases, ni se examina igual. Los profesores, en general, están haciendo enormes esfuerzos para adaptarse a los cambios.

Las oposiciones por contrario han cambiado muy poco o nada, nuestra fórmula de acceso a trabajar en la administración, premian la memoria, el esfuerzo sobre todo memorístico. También al parecer se están planteando cambios profundos en la forma de acceder a la función pública.

Cuando se habla de cosas como esas me pregunto sistemáticamente por qué no se copian sistemas ya constatados en otros países y que hayan demostrado que funcionan. Seguro que se estudian modelos comparados, pero no suele explicarse.

Inventar casi siempre es muy costoso, es necesario un método, la prueba y el error, experimentar hasta que se acierta. Siempre ha sido más fiable, más sencillo, aprender en cabeza ajena, copiar lo que ya funciona, aprovechar que otros sufrieron los errores hasta llegar al resultado satisfactorio.

La semana que empieza, aunque estas líneas se publiquen el martes, será muy dura, un gran amigo se enfrenta, precisamente el martes, a una complicada operación quirúrgica. Mucha suerte, con todo mi cariño, un fuerte abrazo mi querido amigo, juntos desde julio de 1987 que te conocí.

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