“En estos días ha sido imposible no mirar veinte años atrás, a los recuerdos del 11 S. Fue una situación que tenemos grabada con tanto detalle a causa del miedo intenso que nos generaron, el horror, las consecuencias que imaginamos al vivirlas, la incertidumbre que creaban

OPINIÓN. Charlas con nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

14/09/21.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre episodios históricos que tenemos grabados: “Yo el 11 S lo viví estando en un almuerzo en Torrox, con un entrañable amigo. Empezamos a oír algo acerca de un accidente aéreo en Nueva York, los camareros nos transmitían en gestos y comentarios que lo que estaba...

...ocurriendo no era un accidente, finalmente vimos en la televisión del restaurante el impacto de los aviones contra las Torres Gemelas”.

Veinte años no es nada

Hay varios episodios de la Historia reciente de los que mi generación recuerda perfectamente dónde estábamos, que hacíamos justo en el momento en que ocurrían.


Recordamos además el instante directo, no cuando nos lo contaron, porque hoy ya vivimos los acontecimientos, uno tras otro, en vivo, ocurran donde ocurran tenemos imágenes instantáneas, otra cosa es que los sintamos cercanos y que nos afecten más o menos en nuestra conciencia.

En estos días ha sido imposible no mirar veinte años atrás, a los recuerdos del 11 S.

Fue una situación que tenemos grabada con tanto detalle a causa del miedo intenso que nos generaron, el horror, las consecuencias que imaginamos al vivirlas, la incertidumbre que creaban.

Otro momento igualmente imborrable por idénticas razones fue el golpe de Estado del 23  F. Para los que andamos cerca de los sesenta años, sin embargo, otros acontecimientos, como la muerte de Franco o el asesinato de Carrero Blanco, están algo más difusos, los recordamos, pero no con la precisión del instante, que sí conservamos respecto del 23 F y el 11 S.

Supongo que leyendo estas líneas cada uno hará su propio ejercicio de recuerdo de situaciones y emociones, de sentimientos.

Yo el 11 S lo viví estando en un almuerzo en Torrox, con un entrañable amigo. Empezamos a oír algo acerca de un accidente aéreo en Nueva York, los camareros nos transmitían en gestos y comentarios que lo que estaba ocurriendo no era un accidente, finalmente vimos en la televisión del restaurante el impacto de los aviones contra las Torres Gemelas.

En ese momento tenía 37 años y sentí profundo miedo por lo que a partir de ese momento pudiera ocurrir, volví a casa completamente afectado, pensando en qué pudiera suponer lo acontecido para mis hijos. Mi hijo menor tenía en ese momento tan solo un año y sentí miedo de cómo pudiera ser el mundo a partir de ese momento.

El 23 de febrero de 1981 tenía 17 años, entonces pasaba por casa de mis abuelos, en calle Peña, antes de ir a la Escuela de Idiomas, allí merendaba con ellos. Mi abuelo siempre tenía la radio puesta mientras se entretenía haciendo manualidades, decoraba con pintura distintas cerámicas, botijos, platos, ceniceros, jarras. En directo oímos los disparos que interrumpían la letanía de las llamadas a votar a los diputados, para la elección de Calvo Sotelo en sustitución de Adolfo Suárez. Mi abuelo y yo pensamos en la posibilidad de que ETA hubiese entrado en el Congreso; me fui no obstante a la Escuela de Idiomas y allí, el director, subido en un tramo de escaleras que daba al amplio hall, anunció a los alumnos que se suspendían las clases porque se había producido un golpe de Estado.

A casa fui con el hermano de un compañero, que vino a recogerlo en coche y se ofrecieron a llevarme; el hermano de mi compañero era militante de Fuerza Nueva, la fuerza política de extrema derecha entonces existente, que llegó a tener un diputado en el Congreso. Si las circunstancia ya de por sí me asustaban, lo que oí decir en el coche mucho más, tanto que no me atreví a contarlo en casa, para no preocupar más aún.

Ambos acontecimientos tuvieron consecuencias, cada uno en su dimensión.

La asonada finalmente generó mayor conciencia y espíritu democrático y unió a toda España en torno a su joven Constitución, ha quedado como un episodio chusquero en las imágenes de televisión.

Sin embargo, los efectos del 11 S, como no podía ser de otro modo, han tenido y tienen ecos globales que condicionan la Historia desde ese momento y que nos afectan directamente.

De las reflexiones leídas en los periódicos estos días la que más me ha llamado la atención ha sido la de Marc Bassets, en El País, con el siguiente título y subtítulo:

Del “somos todos americanos” al espectro de una Europa sin EE. UU.
La UE, 20 años después del 11-S, afronta el riesgo de la irrelevancia geopolítica y la pérdida del paraguas transatlántico


Y es que efectivamente, como destaca en su artículo quien fue corresponsal de La Vanguardia en Washington y experto en la Unión Europea, también corresponsal en Bruselas:

Europeos y estadounidenses siguen en el mismo barco, pero el barco hace aguas y nadie sabe si el capitán quiere seguir por mucho tiempo al timón. “Pese a todo, seguimos ligados por una comunidad de destino”, dice Colombani, el hombre que hace 20 años escribió “todos somos americanos”. “Pero Europa debe asumir sus responsabilidades si quieres defender sus valores y seguir existiendo en este mundo en recomposición”, concluye.

La incertidumbre europea, un país que debe ser, pero no sabe o no quiere, y no obstante tiene inexcusable necesidad de ser, para mantener en el Siglo XXI sus valores y el modo de vida europeo. Tengo a mis hijos repartidos entre Madrid, Ámsterdam, Coímbra y Rennes, la siguiente generación de europeos, no se entiende sin Europa.

Imposible resistirse, hablando de estos veinte últimos años, al tango, a Gardel:

Volver
con la frente marchita

las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir
que es un soplo la vida

que veinte años no es nada
(…)

Veinte años no son nada, pero pasan muchas cosas.

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