“No es sencillo conducirse con sinceridad a la vez que con tacto y delicadeza, por eso muchas veces simplemente nos autocensuramos, así evitamos el problema y no meternos en un charco

OPINIÓN. Charlas con Nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

31/01/23.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la autocensura: “Deberíamos distinguir entre la sinceridad, la autocensura y el cómo decimos las cosas, que es algo bien diferente. La delicadeza, el tacto, nos permiten ser sinceros sin hacer daño, o minimizando los daños. Tener miramiento, atención con las personas y...

...con las palabras, tener tacto, prudencia para proceder en asuntos que puedan ser delicados, hace mejor y más fácil la convivencia”.

Autocensura

Cuando uno a sí mismo se impone supresiones o cambios en algo, esa sería la definición de autocensura, sacada de unir las entradas del Diccionario de la Real Academia Española autocensura y censurar.


Para lo que ahora estoy charlando con Nadie me resulta más adecuada la definición que aparece en Wikipedia según la cual, la autocensura consiste en que la persona no manifiesta su verdadera opinión por miedo a las consecuencias o, en términos más generales, consiste en renunciar a la libertad personal por temor a las consecuencias.

Permanentemente nos autocensuramos, parece parte necesaria de la sociabilidad, de las relaciones personales y familiares, del cariño.

En ese sentido la palabra censura quizás podamos contraponerla a la sinceridad, entendida como un modo de comportarse o de expresarse libre de fingimientos, en definitiva, sin dar a entender nada que no sea cierto.

Si nos condujésemos de esa forma tan sincera, nos pararíamos en la calle a saludar a los amigos que acaban de tener un bebé y les diríamos lo que nos parece la criatura: joder, pero qué feo es; no obstante, hay que reconocer que ante los recién nacidos es fácil perder la objetividad, la ternura ocupa mucho más espacio y probablemente, sea como sea, nos parecerá tierno y bonito.

Alguna vez los niños sí son de
l todo sinceros: papá por qué ese hombre está tan gordo, por qué esa señora no tiene pelo.


Está socialmente aceptado que, aunque sea por educación, ni cuando tenemos suma confianza, le decimos a los demás lo que pensamos respecto de aquellos aspectos que pueden herir de alguna forma sus sentimientos. Decir todo lo que se piensa está mal, realmente nunca digo todo lo que pienso más que a ti, Nadie, tú eres el único que lo sabe, a todos les ocurre, no conozco a ninguna persona que no tenga esos filtros en mayor o menor medida.

En ese sentido la cualidad de la sinceridad solo puede aceptarse en términos amplios, claro que hay que ser sinceros, claro que hay que decir la verdad, pero no siempre y, en todo caso, con cuidado.

La sinceridad estaría sobrevalorada, como es frecuente ahora oír decir de tantas cosas sobrevaloradas según quien las mire. Pero no lo creo, la sinceridad es necesaria para no movernos en un territorio ficticio e irreal: cómo va todo, va bien, perfecto, sigue así, cuando sabemos que se caerá por el precipicio.

Por eso deberíamos distinguir entre la sinceridad, la autocensura y el cómo decimos las cosas, que es algo bien diferente. La delicadeza, el tacto, nos permiten ser sinceros sin hacer daño, o minimizando los daños. Tener miramiento, atención con las personas y con las palabras, tener tacto, prudencia para proceder en asuntos que puedan ser delicados, hace mejor y más fácil la convivencia.

No es sencillo conducirse con sinceridad a la vez que con tacto y delicadeza, por eso muchas veces simplemente nos autocensuramos, así evitamos el problema y no meternos en un charco. Constantemente estamos tomando decisiones de ese tipo, otras directamente decidimos mentir, porque la mentira piadosa, las que se dicen a otro para evitarle un disgusto o una pena, tampoco hay que desdeñarlas: qué guapo estás, sí que te queda bien eso.

Un cuarenta por ciento de los españoles nunca votarían a Pedro Sánchez, leía hoy en algún lugar de la prensa dominical (un treinta y tres por ciento nunca lo haría a Feijóo).

Vengo observando desde hace meses que, respecto de Pedro Sánchez, también respecto de Podemos, especialmente de sus ministras, las críticas son sobre sus personalidades, sus maneras, sus talantes, incluso sobre su aspecto.

Es curioso, pero las criticas pocas veces, o ninguna, tienen que ver con sus acciones de gobierno o sus ideas, se trata de censuras en el sentido de reprobar, murmurar o vituperar a la persona, otra de las acepciones de la palabra. Cuando se les censura por hechos concretos también suelen acabar en lo personal y, así se concluye, que se pacta con los independentistas porque nada les importa más que mantenerse en el gobierno, qué raros son; en casi ningún caso hablaremos de si eso ayuda o empeora el descontento realmente existente con una parte muy significativa de la población en Cataluña o si finalmente resultará útil o inútil, conveniente o inconveniente, simplemente nos metemos con la persona.

En alguna tertulia me he permitido mencionarlo y he captado cierto silencio de asentimiento que, al rato, se ha rehecho con sesudas cuestiones de derecho penal.

La verdad es que en estos días las noticias económicas para nuestro país no han sido nada malas, un 5,5% de crecimiento, probablemente más cuando se afinen las mediciones, un control sobre la inflación más eficaz que el del resto de Europa, una reforma laboral beneficiosa, la subida del salario mínimo que, frente a la catástrofe anunciada, no ha hecho más que dignificar el valor del trabajo de millones de personas, subida de las pensiones, paz social, condiciones para el crecimiento.

No tengo ninguna duda de que todos los gobiernos hacen cosas mal, menos dudas aún de que es sana y necesaria la crítica, al igual que plantear y defender alternativas y que, sobre el diálogo que fuerza la crítica y las propuestas, se construyen nuevos escenarios y se avanza o se corrige.

Estas líneas están habitualmente autocensuradas y evitan la política, aunque con tacto intento transmitir respetuosamente mis ideas. Pero creo que llegando como ha llegado un año de intenso debate electoral es bueno que seamos capaces de analizar y debatir las gestiones de ayuntamientos, diputaciones, también de las comunidades autónomas en la mayoría de los territorios, o del Gobierno de España, intentando que nuestras censuras no se basen en lo guapos o feos que son los políticos, o si se trata de buenas o mejores personas, si nos caen bien o simplemente mal. Los/las que se presentan a la reelección pueden ser juzgados por sus actuaciones, las/los que son alternativa, por sus críticas y sus proyectos.

No estaría mal añadir una pizca de tacto o delicadeza, ser sinceros, pero cuidar las formas, porque las formas, la educación y el respeto, ayudan a la convivencia.

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