“Los indígenas, no viven esperando una ayuda que saben que no llegará. Porque nunca ha llegado. Así que sobreviven de la única manera posible: Viviendo”
OPINIÓN. Caleidoscopio. Por Laura Martínez Segorbe
Cofundadora de la Asociación Enjipai para mejorar las condiciones de vida de los masái de la aldea de Mfereji, Tanzania
13/04/21. Opinión. La cooperante internacional Laura Martínez, en esta nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre las vacunas de Covid para África: “La maldad, una acción mala e injusta. Algo malo se hace a propósito, con una intención clara. Es como el malquerer. Ejemplo de maldad es nuestro atávico egoísmo y...
...nuestra fingida superioridad. La desigual distribución de las vacunas es amoral y además, contraproducente para erradicar una epidemia o pandemia”.
Vivir dignamente o sobrevivir viviendo
Ya ocurrió con la epidemia del SIDA. Ya vimos cómo morían miles de africanos por no tener acceso a medicamentos antirretrovirales. Se disponía ya de tratamientos efectivos que las farmacéuticas y sus soportes, es decir, los países, es decir, nosotros, manteníamos a propósito con un coste muy elevado. Ahora vuelve a ocurrir con la COVID-19. Pero ahora también somos nosotros los que nos estamos muriendo, lo que parece no importar tampoco demasiado, porque las cifras, las vidas perdidas, son escandalosamente alarmantes. Sin embargo, el comportamiento, es el mismo. Ni el cierre de fronteras, ni nosotros primeros y ellos después, podrá frenar una epidemia, como tampoco podrá frenar la maldad.
La maldad, una acción mala e injusta. Algo malo se hace a propósito, con una intención clara. Es como el malquerer. Ejemplo de maldad es nuestro atávico egoísmo y nuestra fingida superioridad. La desigual distribución de las vacunas es amoral y además, contraproducente para erradicar una epidemia o pandemia. Solo un dato: la entidad encargada de distribuir vacunas en los países más desfavorecidos, COVAX, ha empezado por no cumplir el objetivo que se marcó a principios de año. Se anunció como un salvavidas pero se ha quedado en algo simbólico: el 10 de abril era la fecha fijada y ni rastro de un plan de distribución de vacunas.
Uno de los sitios donde ni por asomo se avista un plan de vacunación es un sitio remoto, como otros tantos del planeta, en la planicie infinita de la sabana, al norte de Tanzania. Uno de los muchos motivos fue el discurso del recién fallecido presidente de Tanzania, John Magufuli, que extendió por el país que allí no había virus. Su argumento, era que no se podía vivir con miedo y que había confiar en Dios, que todo lo arregla. Se le olvidó decir, eso si, que tampoco había agua ni alimento ni acceso a los hospitales. Afortunadamente, la ahora nueva presidenta, Samia Suluhu Hassam, mujer de dilatada carrera política, dicen que es mujer de consensos. Igual les cambia la suerte.
Lo que sí es una realidad es que los pueblos indígenas, entre los que se encuentran los masai, tienen siglos de experiencia frente a amenazas de todo tipo: pérdida de sus tierras ancestrales, enfermedades y la constante amenaza de exterminar su cultura y tradiciones. A cambio de un “desarrollo económico” las grandes empresas y países les han robado sus recursos naturales. Y por eso ellos, los indígenas, no viven esperando una ayuda que saben que no llegará. Porque nunca ha llegado. Así que sobreviven de la única manera posible: viviendo.
Mientras escribo estos párrafos, no dejo de reflexionar sobre que parece mentira que algo tan arbitrario cómo nacer más al norte o más al sur, en una cultura u otra, pueda determinar si vamos a tener una vida digna y plena o si, por el contrario, vamos a sobrevivir en la más extrema pobreza, viviendo.
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