Si hay negocios especializados en caer y volver a levantarse, esos son las librerías, a pesar de la tecnología, a pesar de la economía, a pesar de la censura”

O
PINIÓN. Caleidoscopio. Por Laura Martínez Segorbe
Cofundadora de la Asociación Enjipai para mejorar las condiciones de vida de los masái de la aldea de Mfereji, Tanzania

19/05/21. Opinión. La cooperante internacional Laura Martínez, en esta nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la librería Proteo: “Una librería no es un establecimiento cualquiera. En una librería se fraguan los sueños desde nuestra más tierna infancia. Por eso esta semana, cuando saltó la noticia de que la Librería...

...Proteo de Málaga había ardido, a la mayoría de malagueños que amamos la lectura se nos encogió el alma. Porque Proteo es una de las pocas librerías que quedan en Málaga. No hace mucho cumplió cincuenta años, así que fue inaugurada durante el franquismo”.

Proteo

Una librería no es un establecimiento cualquiera. En una librería se fraguan los sueños desde nuestra más tierna infancia. Por eso esta semana, cuando saltó la noticia de que la Librería Proteo de Málaga había ardido, a la mayoría de malagueños que amamos la lectura se nos encogió el alma. Porque Proteo es una de las pocas librerías que quedan en Málaga. No hace mucho cumplió cincuenta años, así que fue inaugurada durante el franquismo. Por aquellos años era, de cara al público, una librería infantil y bajo el nombre de Prometeo encargaban al extranjero libros que en España estaban censurados. Prometeo no pudo esta vez robarle el fuego a los dioses. Ardió con un montón de ejemplares (más de 50.000). Pero desde luego que si hay negocios especializados en caer y volver a levantarse, esos son las librerías, a pesar de la tecnología, a pesar de la economía, a pesar de la censura.


Los libreros hacen esfuerzos titánicos por sobrevivir y Proteo no va a ser menos. La ciudad entera se ha volcado en ayudar a este lugar de ensueño, fantasías y aventuras. Allí seguiremos reuniéndonos las gentes que buscamos cultura, arte, entretenimiento y amor.

Para ellos y para todos los que deseamos, aún de adultos, releer la ternura de Platero, recorrer paisajes de la mano de Antonio Machado, empacharnos de Realidad y Deseo junto a Luis Cernuda, sonreír y reír con las Greguerías de Ramon Gomez de la Serna, troncharnos como el Tartufo de Moliere, recorrer y reconocer nuestra historia más reciente, regocijarnos en la intensidad de Gil de Biedma, etc. Para Proteo y para todos vosotros comparto este pequeño relato que escribí hace años y en el que, casualmente, aparece Proteo.

¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!

Cuando se abrió la puerta del aula vislumbré lo que quedaba de lo que parecía haber sido un gran hombre. Alto, muy alto. Su cara, alargada y cubierta casi por completo por una espesa barba y unas gafas grandes de pasta. Sus finas piernas que ni siquiera alcanzaban a ocultarse bajo el pantalón vaquero de campana, le condujeron al estrado. Era el profesor de literatura. Era Javier, y aunque todos le conocían con el mote de “el Coca”, yo imaginé que estaba delante de una especie de Valle Inclán a lo moderno, así que le apodé para mis adentros como Max. Comenzó a hablar y a pesar de su voz grave, nadie le prestaba atención. Yo, tan joven, quería escucharle pero la algarabía me lo impedía. El debió notar mi angustia y se acercó a mi y con voz bajita me susurró al oído si me gustaba la poesía. Yo, entusiasmada, lectora de poesía desde que mi madre me leyera un libro de Antonio Machado para niños cuando la zozobra me visitaba por las noches, asentí con la cabeza. “Pues para ti es esta clase” me dijo. Se sentó a mi lado y abrió un pequeño libro negro (que pertenecía a las clásicas colecciones de literatura de la editorial Cátedra). En la primera página había estaba escrito Proteo 1980. Empezó a leer con su voz ronca “La realidad y el deseo”. Apenas llevaba dos estrofas cuando noté que el silencio se había apoderado del aula. Y él, Javier, el mejor profesor de literatura que jamás he tenido, me dijo con media sonrisa: “Aquí está, ¿lo oyes? Es el sonido del silencio. Es la poesía”.

A punto de finalizar el curso escolar yo había leído más poesía y narrativa que en toda mi vida. Había descubierto otros mundos, había viajado y también había sufrido. Me acerqué a Max para despedirme y desearle un buen verano. Él me regaló una pequeña libreta de rayas.

-Escribe un poco en verano pero, sobre todo, lee- me dijo con un tono cariñoso. Yo no pude más que darle las gracias y decirle:
-¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!*

(*Frase del personaje Don Latino de “Luces de Bohemia” de Valle Inclán).

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