OPINIÓN. La Provincia del Paraíso
Por el Colectivo Eloy Herrera Pino

21/01/14. Opinión. El Colectivo Eloy Herrera Pino hace una descalificación total del cura Fernando Sebastián, recién nombrado cardenal por el actual Papa Francisco, y sus recientes declaraciones en las que afirma que la homosexualidad es poco menos que una enfermedad como la hipertensión que él padece, y que con medicación se cura. Esta afirmación es tan horrenda, sobre todo dicha por un cardenal de una empresa tan influyente como la Iglesia, lo que le otorga una particular relevancia, que ofrecemos la respuesta del Colectivo tal y como la hemos recibido.

Sin editar palabras y opiniones que solemos ‘limar’ antes de su publicación. Si ellos pueden decir lo que quieran, nosotros también.

El cura octogenario homófobo Fernando Sebastián logra por fin el protagonismo de su vida fomentando públicamente el odio

DICE Fernando Sebastián, jerarca en la alta dirección vaticana, que la homosexualidad es una enfermedad. Dice que tiene cura. La secta romana está llena de curas y no tiene remedio. Este cura mediocre no se ha hecho famoso en sus ochenta y cuatro años de vida por su capacidad de diseminar el amor al prójimo ni la compasión, sino por fomentar el odio. Premio a toda una vida, le hacen cardenal.

ESTE cura octogenario no dice lo que dice por ser cura ni por ser octogenario. Hay octogenarios homosexuales y heterosexuales que jamás dirían lo que dice este octogenario en particular. Hay curas homosexuales y heterosexuales que jamás dirían lo que dice este cura en particular. Por la boca de este hombrecillo mezquino habla la soberbia, que en el código de su secta es un error que debe pagarse con alguna pena. No quienes ostentan algún cargo; para ellos no existe otra ley del silencio que la que imponen a los demás. Ni mayor obediencia que la que exigen a sus fieles.

POR la boca de este hombrecillo con más suerte que luces no circulan palabras pensadas, sino meros ruidos irracionales, venidos de esa parte del cerebro que compartimos con reptiles y otras especies de genealogía ancestral, allí donde se alojan los elementos primarios de la supervivencia: el miedo, la agresividad… Todo lo que constituye la base del prejuicio y que, con la elaboración adecuada, se convierte en la base de un imperio a lo largo de la historia. Primero imperio, luego multinacional: de la represión no menos que de la depravación y el gusto por el dinero, el lujo y todo lo mundano.

ESTE cura insignificante ha tenido un rato de gloria, se ha colocado en el centro de la atención pública por una vez antes de desaparecer en esa negrura infinita que le aguarda después de toda una vida sin luces cultivando el oscurantismo. La soberbia del jerarca que expresa en esas palabras la elementalidad neuropsíquica del saurio no debe hacer olvidar que su boca no está menos llena de palabras ridículas que de colmillos afilados.

EL viejo cura se siente tan respaldado por el jefe supremo de la secta que se explaya en su guerra santa. Si la bondad de su dios es infinita, él más bien se sitúa en esa actitud convencida y compartida por tantos de los suyos a lo largo del tiempo: no hay día que tenga suficiente con su propio mal. Siempre, cada día, se puede hacer un poco más de daño.

NO han sido las servidumbres de la edad ni del hábito. Ha sido simple y llana maldad del jerarca que está seguro de lo que dice porque le avalan dos milenios de éxito en la propagación de la superstición y la falacia a base de represión y castigo. Forma parte de su linaje la persecución de quien queda designado como otro por ese poder terrenal que otorga la jerarquía romana, heredera practicante de las ancestrales creencias que atribuyen a unos pocos la conexión con una entidad suprema que todo lo puede y, por tanto, también el soporte a sus palabras y a sus acciones. Incluso quieren hacer creer que pueden diagnosticar enfermedades y que pueden designar como enfermedad cualquier condición humana que les venga bien para afianzar su poder terrenal. Esa secta vaticana, imbuida del poder divino, prohibió la cirugía y limitó el conocimiento científico durante siglos, mientras fomentaba el pago por misas, exvotos y toda clase de fetichismos inútiles para la salud de las personas. Así se construye un imperio, así se llega al poder financiero no menos que al político.

ESTE cura podría dar asco a mucha gente por el simple hecho de ser cura, por pertenecer a la organización a la que pertenece. El asco es un bien público que no hay que derrochar inútilmente en iniciativas privadas. Estas palabras que este cura mastica entre sus mandíbulas fomentan la persecución de otros. Lo sabe. Con sus palabras, este cura mediocre incapaz de hacer circular por su neocórtex una idea que no le venga de la misma glándula que comparte con el cocodrilo, propaga el odio, la aversión, el miedo, en conclusión, la violencia contra otras personas sin otro fundamento que el de la tradición de odio, aversión, miedo y violencia que constituye la estrategia básica de implantación como núcleo de poder en Occidente que ha desarrollado su secta hasta convertirse en la actual multinacional del odio remunerado que desemboca en boato y en lujo.

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