“Se igualan partidos con bandas terroristas, a políticos presos con violadores y asesinos, y a la situación política actual con los peores años de ETA. Así, sin anestesia. Y no caen en la cuenta de que, cuando se hacen esas comparaciones, no se insulta al comparado, sino que se ningunea la situación comparada”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
12/12/19. Opinión. El programador Francisco Palacios continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo donde habla sobre el uso de los nombres y calificativos que se emplean para controlar la opinión de las masas: “Llamar menas a niños y adolescentes abandonados, solos y sin familia, para poder achacarles todos los males del mundo, desviando...
...la atención sobre lo que son en realidad, no puede tener más consecuencias que las de olvidar lo que son, lo que han padecido y lo que padecen. Y, de paso, convertirlos en el blanco de un descerebrado”.
Presos de las palabras
Existe un aforismo que afirma que “cada cual es dueño de sus silencios y preso de sus palabras”. Lo que viene siendo nuestro “en boca cerrada no entran moscas”, o en su versión moderna en forma de meme, “antes de hablar, encienda el cerebro”.
Usamos las palabras como si tuvieran el mismo peso que el aire que exhalamos al pronunciarlas, sin darnos cuenta de que tienen calado, pueden influir en los otros y que, para colmo, se nos pueden volver en nuestra contra con el paso del tiempo. Somos capaces de definir al otro con la precisión de un francotirador, pero no advertimos que, si erramos el tiro, la bala perdida puede terminar hiriéndonos, aunque sea de rebote.
Sirva de ejemplo esa distinción que se hace entre los constitucionalistas y el resto. Ellos, los que se cuelgan a sí mismos la medalla, se consideran defensores de un libro que parece escrito en piedra, inmutable, imposible de rectificar, un sacrosanto conjunto de páginas que, llegado el caso, interpretan al gusto, usan para beneficio propio, modifican con alevosía y nocturnidad o, simplemente, se pasan por el Arco del Triunfo. Deberían recordar que países tan bolivarianos como Estados Unidos han introducido más de 20 enmiendas a su Carta Magna. Y ahí están, tan panchos. Como también deberían reconocer que todos los partidos que se presentan a las elecciones son constitucionalistas por definición, puesto que, si no la acataran, no podrían hacerlo. Cuestión bien distinta es estar de acuerdo con todo el texto. El acatamiento no implica el hecho de dar el visto bueno a todos sus artículos, ni invalida el deseo de reformarla en parte. Esa distinción se hace aún más tendenciosa cuando se tira de hemeroteca y se comprueba que, los que hoy son la misma imagen de Belcebú, ayer eran unos valiosos aliados, e incluso declaraban que “ojalá cundiera el ejemplo”.
Comparamos situaciones, momentos y hechos, trazando similitudes de brocha gorda que, en ocasiones, son cómicas, pero en otras tantas, son hirientes. Se igualan partidos con bandas terroristas, a políticos presos con violadores y asesinos, y a la situación política actual con los peores años de ETA. Así, sin anestesia. Y no caen en la cuenta de que, cuando se hacen esas comparaciones, no se insulta al comparado, sino que se ningunea la situación comparada. Llamar feminazis a las feministas no es una ofensa hacia ese colectivo y sus defensores; es un agravio hacia los que sufrieron el Holocausto, hacia los millones de víctimas aplastadas por el genocidio nazi. Porque las feministas no tienen campos de concentración, no gasean a hombres, no hacen experimentos con sus cuerpos ni los amontonan como despojos o basura. Afirmar que ERC y ETA son equiparables o que estos días son más complicados que cuando nos acostábamos con una nueva víctima de terrorismo, es de una ligereza que raya la imprudencia, la frivolidad y la temeridad.
Desnaturalizamos a las personas colgándoles etiquetas para alejarlas de su carácter humano, como si las palabras fueran el hábito que hace al monje. Llamar menas a niños y adolescentes abandonados, solos y sin familia, para poder achacarles todos los males del mundo, desviando la atención sobre lo que son en realidad, no puede tener más consecuencias que las de olvidar lo que son, lo que han padecido y lo que padecen. Y, de paso, convertirlos en el blanco de un descerebrado.
Midamos las palabras. Porque no se tiene más razón por gritar más, por lanzar el exabrupto más grosero o por el titular más llamativo y falso. Porque, como decía Mark Twain, es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda.
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