“Cualquier opinión debería ser plausible de ser expresada, del tipo que sea, ya sea usted franquista, adorador de Sauron o fan de Álex Ubago. Debemos dejar que todos sean capaces de expresar lo tontopollas que son, de sacar a la luz la oscuridad que llevan dentro”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
20/02/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre la libertad de expresión: “Siempre he pensado que el arte, como el humor, no deben tener límites. Ambas son la forma más elevada de expresar nuestra opinión sobre la realidad que nos rodea, y nada ni nadie ha de ponerle barreras. Si no le gusta...
...un libro, no lo lea. Si no le gusta un actor, no vea sus películas. Si no le gusta un chiste, no lo oiga. El humor y el arte nacieron para provocar una respuesta del espectador, sea del tipo que sea”.
Déjame pensar, te dejo cabrearte
Llevo dándole vueltas a la cabeza unos cuantos días, como la niña del Exorcista buscando al padre Karras, o una presidenta de comunidad buscando las cámaras de seguridad del supermercado. Me he estado devanando los sesos, pensando en la libertad de expresión, y si debemos prohibir por ley determinadas expresiones o exaltaciones, por muy repugnantes que nos parezcan.
Me he sorprendido a mí mismo, llegando a una conclusión que contradecía mi punto de partida. Siempre he pensado que el arte, como el humor, no deben tener límites. Ambas son la forma más elevada de expresar nuestra opinión sobre la realidad que nos rodea, y nada ni nadie ha de ponerle barreras. Si no le gusta un libro, no lo lea. Si no le gusta un actor, no vea sus películas. Si no le gusta un chiste, no lo oiga. El humor y el arte nacieron para provocar una respuesta del espectador, sea del tipo que sea.
Por supuesto, tiene todo el derecho del mundo a indignarse, a cabrearse con el autor, incluso a acordarse de todos sus ancestros. Pero nadie debe erigirse en defensor de la ofensa, pues es personal e intransferible. Porque lo que a uno le ofende, a otro le hace revolcarse de la risa, o simplemente le deja indiferente. Tiene derecho a ofenderse, pero no existe el derecho a que no le ofendan.
Lo mismo me ocurre con eso que se da en llamar sentimiento religioso. Puedo entender que alguien se ofenda porque alguien se cague en Dios, o reniegue de los dogmas de sus creencias. Pero eso no puede constituirse en delito, porque, ya que nos ponemos, ¿quién le impide a una asociación de abogados creyentes en Goku y las siete Bolas de Dragón denunciar al resto de creencias por considerarlas ofensivas, si no ya falsas e infieles? ¿Debemos entender que una fe es mejor que otra? ¿Que hay un único Dios, el mío, y que el resto no son más que fantasías que me ofenden y que, por ende, deben ser ilegalizadas por ofensivas? ¿Hay un concurso sobre cuál Dios es más verdadero, qué dictador fue más asesino, qué partido robó más?
La ofensa a un sentimiento es tan personal que no puede admitir legislación alguna; si así fuera, los terraplanistas, los antivacunas, los homeópatas y los seguidores del barsa deberían ser pasto de patio de cárcel, como mínimo, porque ofenden mi educación científica y mi sentimiento merengue. Absurdo. Tan absurdo como juzgar a alguien por decir lo mismo que decimos casi todos cuando nos damos en el dedo pequeño del pie con la pata de la mesilla de noche. Tan absurdo como que alguien se otorgue la potestad de hablar en nombre de todos los creyentes.
Y todo esto me lleva a la conclusión de que no debería penalizarse a aquellos que mantienen la opinión de que el dictador era una bellísima persona, conclusión que me hace sentir profundamente contradictorio con mi propias convicciones anteriores. Ojo, no hablo de exaltaciones de la violencia, ni de expresiones de odio. No hablo de expresiones que atenten contra el honor, la intimidad o la imagen del prójimo. Hablo de aquellos que ven un rayo de sol y no pueden contener el impulso de levantar el brazo y llamar la atención de todos los taxistas que circulen a su alrededor.
Cualquier opinión debería ser plausible de ser expresada, del tipo que sea, ya sea usted franquista, adorador de Sauron o fan de Álex Ubago. Debemos dejar que todos sean capaces de expresar lo tontopollas que son, de sacar a la luz la oscuridad que llevan dentro. Exprese su opinión, pero no espere que le respete. Porque todas las opiniones son lícitas, o deberían serlo, pero no tienen todas la misma respetabilidad. Alabe a Franco, pero no espere que le cuente entre mis amigos. Exprese su homofobia, pero no pretenda sentarse a mi mesa. Haga gala de su xenofobia, de su machismo, pero no quiera que nos vayamos juntos de cañas. Tiene derecho a expresarse, pero, en la misma medida, también debe asumir la responsabilidad del hedor de sus opiniones.
Sea libre. Salga del armario, abra las ventanas de su mente y déjese ver tal y como es. Porque no hay nada más bello que la libertad. Y la amo tanto que la defiendo hasta para aquellos que no creen en ella. Y si no le gusta mi opinión, no me lea. O límpiese el culo con ella. Quizás así me dé la oportunidad de ver su mejor perfil.
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