Si le asaltan las dudas sobre si lo que va a decirle a una mujer es un piropo o la va a agredir verbalmente, la prueba es bien sencilla; dígaselo a su madre, y si ella no le parte la boca de un babuchazo o le echa varios dientes abajo, es un piropo

OPINIÓN. Boquerón en vinagre
. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


05/03/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre el consentimiento sexual: “Si no es capaz de distinguir una relación consentida de una que no lo es, si no tiene la capacidad de leer entre líneas cuando la chica de la cafetería le da la espalda, si no entiende que cuando su pareja le dice que le duele...

...la cabeza es que no le apetece, por mucho que se roce y se retuerza, tiene un problema”.

Machitos ibéricos

Me lo prometo cada año, y como en cada ocasión anterior, la promesa muere como muere otra colilla en el cenicero. Me comprometo conmigo mismo a obviar este tema, recurrente, eterno, cíclico y desesperadamente anquilosado y enquistado. Porque parece que no aprendemos.


Cada vez que se acerca el 8-M, la caterva de machitos empieza a revolotear, como los mosquitos cuando enciendes la luz del cuarto, o las cucarachas alrededor de un contenedor de basura. No hay año ni ocasión que pierdan para abrir sus bocas y dejar salir el Pepito Piscinas que llevan dentro, ese Bertín que debió casarse con aquella madre.

Mi compromiso muere cuando los leo que van a necesitar un notario para echar un polvo, que ya no se va a poder piropear a una mujer por la calle, que cómo pueden demostrar que tienen consentimiento. No sé que tipo de relaciones tienen estos personajes, pero considero que es evidente, palpable y notorio cuando una mujer quiere y cuando no. Y si surge la duda, mejor dejarlo. Eso, si eres capaz de contener ese macho hispánico que llevas dentro, que pugna por salir y esparcir su semilla por el universo para perpetuarse por los siglos de los siglos.

Si le asaltan las dudas sobre si lo que va a decirle a una mujer es un piropo o la va a agredir verbalmente, la prueba es bien sencilla; dígaselo a su madre, y si ella no le parte la boca de un babuchazo o le echa varios dientes abajo, es un piropo. O piense que se lo gritan a su hermana, su pareja, su compañera de trabajo, e imagine si les gustaría o no. Si es que no, cierre la boca y guárdese su exabrupto para otra ocasión.

No terminamos de entender la posición de fuerza que se ejerce sobre la mujer. Se acercan a ella en la barra de un bar, en la mesa de una cafetería, en una discoteca, y a pesar de que ven su desdén, o su negativa, insisten. Y vuelven a insistir, aunque ella repita que ha salido con sus amigas y que no quiere bailar, que no quiere que la invites, que no te va a dar su teléfono. Vuelven a la carga, y le dan la noche. Y ante sus negativas, se la descalifica, se la insulta, sin que le entre en la cabeza cómo se le ha ocurrido rechazarlo a él, que es un partidazo de tío. Y la pone como un trapo, a veces entre dientes, otras a voz en grito, porque a él no hay mujer que la rechace. Que lo hace porque es una frígida, una mal follada.

No es raro encontrar una joven, casi una adolescente, a la que su novio le diga que borre los contactos masculinos de su móvil, que borre a todos sus amigos de sus redes sociales, que le dice cómo ha de ir vestida, y que se olvide de salir sola con sus amigas. Porque ese novio es el machito de la manada, es el dueño de su vida, él decide cómo, cuándo y dónde.

Déjense de modelos de contrato, de notarios pre-polvo, de pólizas de seguro y demás chorradas. Si no puede mantener a esa fiera que vive entre sus ingles dentro del pantalón, si no es capaz de distinguir una relación consentida de una que no lo es, si no tiene la capacidad de leer entre líneas cuando la chica de la cafetería le da la espalda, si no entiende que cuando su pareja le dice que le duele la cabeza es que no le apetece, por mucho que se roce y se retuerza, tiene un problema.

Nos queda mucho por delante. Porque la ley, por si sola, no basta. Falta educación en valores, en esos que las censuras parentales miran de reojo. Quizás sólo lo hagan como medida ecológica de protección. Aunque en este caso, esas ideas constituyen una especie que sí que se merece la extinción.

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