No nos dejemos llevar por el fervor extremo, y entendamos que las manos o los pies de un Cristo no son capaces de destruir cualquier capacidad de contagio por la acción del Espíritu Santo. La línea que separa la preocupación comedida y la irresponsabilidad es muy fina

OPINIÓN. Boquerón en vinagre
. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


12/03/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre la crisis del coronavirus: “Estos días deberían de servir para replantear muchas cuestiones: nuestro sistema productivo, la implantación del teletrabajo como algo general cuando sea posible, la conciliación familiar, la sanidad pública como paradigma de...

...lo intocable y la necesidad de un protocolo de actuaciones a nivel europeo que sincronice y coordine las medidas de los países ante crisis globales”.

Histeria colectiva

Sigo opinando lo mismo sobre todo este tema del COVID-19, su potencial mortal y su uso como herramienta para sembrar el miedo. Y desde luego, su labor la está cumpliendo a pies juntillas.


Gente que pasa horas en cola en los supermercados y arrasa con el papel higiénico, como si la epidemia fuera de colitis, acaparando carne, verdura, fruta fresca, en una versión española cutre de película americana de catástrofes. Todo para nada, porque los supermercados siguen bien abastecidos, no falta el papel y están sometiendo a un trabajo extra a los pobres reponedores, que corren como liebres para volver a rellenar las estanterías. Afortunadamente, esto está pasando en Madrid. Si las imágenes fueran de Málaga o Granada, tendríamos que aguantar el cachondeíto mesetario. Hemos cambiado el “a por ellos” por “a por los filetes de pollo”; imagino que todo este rebaño de histéricos que están a un plis de romper escaparates por un rollo de papel, empezarán a entender a la gente que cruza el mar huyendo del hambre.

Seamos consecuentes y no perdamos los papeles; si se toman medidas para evitar la propagación del virus, tengamos dos dedos de frente y adoptemos acciones conjuntas, complementarias y que hagan entender a la población la necesidad de seguir esas medidas. Se suspenden las clases, y mandamos a casa a todos los niños, pero ¿nadie piensa en que esos chavales van a quedarse en casa con los abuelos, que son precisamente la población de más alto riesgo? Poco tiempo les ha faltado a las empresas para mandar al paro a los trabajadores relacionados con las escuelas, como las trabajadoras de los comedores escolares. ¿Qué va a ocurrir con ellas? ¿Cómo van a conciliar los padres sus vidas laborales con las vacaciones forzosas de sus hijos, en el caso de que no puedan teletrabajar? ¿Qué ocurre con las clases? ¿Se pierden, se recuperan?

Los ciudadanos también debemos aportar nuestra dosis de cordura. No es de recibo que se celebren acontecimientos deportivos a puerta cerrada, y nos vayamos a la entrada de los estadios a animar a nuestro equipo del alma. No nos dejemos llevar por el fervor extremo, y entendamos que las manos o los pies de un Cristo no son capaces de destruir cualquier capacidad de contagio por la acción del Espíritu Santo. La línea que separa la preocupación comedida y la irresponsabilidad es muy fina.

Pero los que más sesera deben añadir a la caldera de sobreexposición informativa y opiniones de expertos de la nada son los políticos, aunque sea pedirle billetes de quinientos al olmo. Debería caérseles la cara de vergüenza a todos aquellos que usan esta crisis para sacar un rédito político. No se puede criticar que no se prohibieran las manifestaciones del 8-M por el peligro potencial que representaban, y no pongamos el mismo ojo crítico en los partidos de futbol, el transporte público o  las misas de a doce, aunque no se den la paz ni hostias en la boca.

No se pueden hacer afirmaciones tan alocadas por parte de representantes de lo público como  las del alcalde de Sevilla, que afirma que tendrá que venir la OMS a suspender la Semana Santa o la Feria de Sevilla, como si el incienso y el fino fueran mano de santo contra el COVID-19. O como las del nuestro, que no ve peligro en la Semana Santa porque la gente no se amontona, que al ser en un espacio abierto, se puede ir más separado. Entiendo que años de ver las cofradías desde la Tribuna le haya podido provocar una amnesia selectiva, y que no recuerde lo que es un Jueves Santo en Carreterías, o pasar cualquier día de la semana por las calles aledañas al Museo Thyssen. La definición gráfica de “holgado”. Mención aparte merece la Junta de Andalucía, que adoptará medidas cuando el criterio sanitario lo aconseje. ¿El criterio de quién? ¿Del mismo que manejó con mano firme y decidida el Carne Mechada Gate? Socorro.

Mención aparte merecen, como suele ser, los amigos de VOX. No es que sus opiniones sobre el tema sean tan disparatadas como sobre cualquier otro. Es que en este caso se llevan la palma. Contraprograman un Congreso el 8-M en Vistalegre, un evento que no sirve para nada si no se vota ni se deja entrar a las voces disidentes. Y su segundo de a bordo, con evidentes síntomas de, por lo menos un resfriado común, se dedica a abrazar, dar la manos y besar a todo aquel con quien se cruzaba en su camino, para horas después dar positivo como portador del coronavirus. Ortega Smith ha evolucionado como los Pokemon, y ha pasado de portar arma a ser él mismo un arma. Y en un giro incapaz de dar la más flexible de las atletas americanas en un ejercicio de suelo, piden perdón por organizar el evento y le echan la culpa al Gobierno por no prohibirlo, como si los hubieran obligado y la responsabilidad no fuera suya. Todos esperamos que su recuperación sea rápida. Aunque hay que reconocer que la noticia les ha valido, al menos, para convertirse en viral.

Lo más importante de toda esta crisis es que nos demos todos cuenta de la importancia de una sanidad pública de calidad, capaz de responder a estas emergencias, y del valor de nuestros profesionales, a pesar de todos los recortes que llevan sufridos en estos años. ¿Dónde están ahora los defensores de la sanidad privada, que se lava las manos y mira hacia otro lado, como si no fuera con ellos? ¿Queda claro que la sanidad privada no es más que otro negocio que sólo es útil para una limpieza dental, pero cuando hay que echar la carne en el asador, es la pública la que debe poner la carne y la barbacoa?

Estos días deberían de servir para replantear muchas cuestiones: nuestro sistema productivo, la implantación del teletrabajo como algo general cuando sea posible, la conciliación familiar, la sanidad pública como paradigma de lo intocable y la necesidad de un protocolo de actuaciones a nivel europeo que sincronice y coordine las medidas de los países ante crisis globales.

Mientras tanto, voy a esperar sentado a ver en qué momento los padres asaltan los grandes almacenes buscando dvds de Pocoyó para entretener a sus hijos. Al tiempo.

Puede leer aquí anteriores artículos de Francisco Palacios:
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