No quiero limosnas. Me da igual que sean para tapar vergüenzas o de corazón, anónimas o a bombo y platillo. No quiero tener que agradecer que nadie venga a llenar las estanterías de todo el material que, en condiciones normales, debería estar allí

OPINIÓN. Boquerón en vinagre
. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


02/04/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre los héroes en tiempos de carestía: “Dejemos los héroes para las películas de acción, las limosnas para las misas de doce, y los salvapatrias para los amantes del pasado. Os lo cambio por profesionales bien dotados, empresarios responsables y...

...políticos interesados en el bien general, y no en el de la mano que les mece la cuna”.

Ni héroes, ni limosnas, ni salvapatrias

En tiempos de carestía, cualquier cosa nos parece enorme, grandiosa, cualquier acto de bondad es casi celestial, y la maldad se multiplica hasta olernos a azufre. No hay bocado más delicioso que el pan con hambre. Pero me cansan ciertas calificaciones, que en un país normal en una situación normal no tendrían cabida y sonarían ridículas.


No quiero héroes. Me gustaría que a aquellos que vemos cada día partiéndose el pecho por contener la pandemia no se les considerara parte integrante de la plantilla de los Vengadores. Son héroes porque luchan sin medios, contra una sanidad pública recortada al uno, sin el material necesario, tirando de imaginación para suplir carestías. Son héroes porque tienen que montar hospitales de campaña, habilitar hoteles y pabellones para dar cabida a lo que, sin una política nefasta, sería innecesario, o como máximo, excepcional, y no habitual. Son trabajadores como tú y yo, que cumplen su labor con profesionalidad, por encima de sus posibilidades físicas y mentales porque alguien decidió que muchos sobraban, que no eran necesarios. Los abocamos a pelear sin más armas que su abnegación y su entrega, No quiero que vuelvan a ser héroes, ni que se dejen el pellejo y la vida por cuidarnos. No quiero que necesiten nuestro aplauso de ánimo más allá que el del agradecimiento infinito.

No quiero limosnas. Me da igual que sean para tapar vergüenzas o de corazón, anónimas o a bombo y platillo. No quiero tener que agradecer que nadie venga a llenar las estanterías de todo el material que, en condiciones normales, debería estar allí, esperando el momento en que sea necesario. Quiero una política que sea capaz de poner lo público por encima de todo, que no escatime en gastos y que sea capaz de dotar al Estado de las herramientas y la flexibilidad necesaria para adaptarse a los acontecimientos, sean del tipo que sea. Que nos dote de lo mejor entre lo mejor, y que haga innecesario que ningún “millonario superhéroe” venga a esparcir su limosna. Quiero un estado con músculo e intelecto, ejemplo del cuidado de lo público, de una investigación al servicio de todos que no tenga que emigrar porque aquí tiene todo lo necesario para hacernos más fuertes y mejores.

No quiero salvapatrias. No me gustan los que hacen política con muertos, los que, cuando unos cadáveres dejan de funcionar, buscan otros, para tirárselos al contrario ideológico, en un todo vale repugnante. No me gusta el uso de la mentira, de los bulos y de las medias verdades, de las afirmaciones sin demostración, de la tergiversación para meter miedo a la población, y menos aún me gustan los que se creen que ellos son los únicos capaces de solucionar un problema, apartando al resto, pasándose la soberanía del pueblo por el forro para tratar de imponer, vía emergencia, lo que no han sido capaces de ganar limpiamente en las urnas, sobre todo cuando estamos hartos de oírles afirmar que lo público es prescindible, cuando no innecesario. No nos hacen falta salvadores de los tebeos de Roberto Alcázar o del Capitán Trueno; este pueblo, en su diversidad, es capaz de salvarse a sí mismo, trabajar y empujar todos en la misma dirección sin un amo que se crea que somos su rebaño de ovejas. La patria no se hace poniendo banderas a media asta, ni elevando monumentos. Se hace arrimando el hombro, no poniendo palos en las ruedas, ni haciendo política en tiempos de crisis, sin poner un sólo argumento en la mesa que no sea el aposteriorismo más rastrero.

Dejemos los héroes para las películas de acción, las limosnas para las misas de doce, y los salvapatrias para los amantes del pasado. Os lo cambio por profesionales bien dotados, empresarios responsables y políticos interesados en el bien general, y no en el de la mano que les mece la cuna.

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